El amor al prójimo

Cristo ama inmensamente a los hombres. Los ha amado hasta el extremo. A eso le lleva el Espíritu Santo, que es el que mueve constantemente la humanidad de Jesús para poder recibir el amor del Padre, poder devolvérselo y poder comunicárselo a los hombres. Por tanto, el Espíritu de Cristo, que vive en nosotros también nos mueve a amar a los hombres inmensamente.

No es que yo tenga que imitar lo que hace Jesucristo, sino que el mismo Espíritu de Jesús es el mismo Espíritu que me mueve a mí. Participamos de un único Espíritu. Por eso podemos decir que nadie permanece en Cristo, si no es amando a los hombres.

No podemos amar a Jesucristo y no amar a nuestro prójimo. No podemos amar a Dios y no amar a nuestro hermano.

Tres lugares fundamentales de la Sagrada Escritura:

1.-Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él. (I Jn 4, 16)

2.-Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado (Jn 15, 12)

3.-“Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?» 37 El le dijo: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. 38 Este es el mayor y el primer mandamiento. 39 El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 40 De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas.»(Mt 22,36ss)

Lo primero de todo, pues, es amar a Dios sobre todas las cosas.

No podemos olvidar que lo primero de todo es el amor de Dios hacia nosotros. Y de este principio se deduce que nosotros hemos de amarlo a Él.

19 quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor. Nosotros amemos, porque él nos amó primero. (I Jn 4, 19)

10 En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero. (I Jn 4, 10)

Dios nos ha amado primero. Es el hecho fundamental.

El amor con el que respondemos a este amor de Dios es el amor que Él nos da. No puedo amarle si Él no me da la capacidad de amarle. Me ama, y me llena el corazón y respondo a su amor con este mismo amor. Yo no me invento el amor. No es una cuestión mía el amar a los demás. Si el amor que yo tengo a Dios y a mis hermanos, no tiene una raíz diferente al amor que Dios me tiene a mí. Podemos decir que Dios nos ama, moviéndonos a amarlo. El que es cada vez más consciente de que Dios le ama, no tiene otra opción más que amar a Dios.

Dicho esto, la primera manifestación de que amamos a Dios, es que amemos a los hermanos. Yo soy hijo de Dios, Dios me ama, yo respondo a su amor.

En el orden práctico la primera manifestación de que amo a Dios, es que amo a los hermanos.

35 En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros. (Jn 13, 35)

La gente podrá conocer el amor de Dios viendo cómo nosotros nos amamos.

14 Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos.

La prueba de amor a Jesucristo resucitado es que amamos lo que Él ama.

20 Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve.

Es imposible tener a Dios —que es la caridad— y al mismo tiempo no amar a los hermanos, que son hijos del mismo Padre. Por quien el Verbo se hizo hombre, y dio la vida.

Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios.Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor.

El precepto del amor que se nos invita a vivir, es siempre positivo. No consiste en no odiar. Sino que hay que darlo todo para amar. El que sólo procura no hacer daño a los demás, no queda justificado.

‘Yo no hago mal a nadie’. ‘Yo no salgo de casa’.

Amar no quiere decir evitar el mal. Amar es hacer todo el bien que Dios quiere que hagamos. Que es bien diferente.

¿Cómo podemos ser miembros de Cristo y no hacer el bien a los demás?

Nos podemos conformar diciendo ‘yo no me meto con nadie?

Amar es algo positivo: el cristiano ha de amar interesándose por los demás. Prestándole su saber, su ayuda, su dinero, su tiempo, su consuelo. Eso es amar. Estar dispuesto a darlo todo. Todo aquello que el otro necesite y que yo tengo. El que no está dispuesto a dar lo que tiene a los otros, dar el amor que no es nuestro, sino que es recibido, es decir, la generosidad es una virtud que corresponde sólo a Dios. La persona generosa, es aquella que da de sus propiedades y nosotros no tenemos propiedades. Lo que tenemos es de Dios. Y Dios no me da nada a mí, al margen de los demás. Jesucristo ama a la Iglesia Dios ama a la humanidad, y se da a la Iglesia, y la Iglesia somos todos y cada uno de nosotros. O sea, amar a una persona y no amar a otra, eso no es propio de un cristiano. Eso es amor de filantropía.

El cristiano que procura hacerlo todo bien, y ser muy buena persona, pero no se interesa por los demás, aún no ha empezado a vivir en Cristo. El que procura su salvación pero prescinde de los demás, no ha empezado aún a vivir en Cristo. Por muy honorable que sea su vida. El que no ama al hermano, no tiene en él el Espíritu de Cristo. Porque Cristo amaba intensamente, tiernamente a los hombres, compadeciéndose de verdad. Curándolos, llorando, entregando su vida por su salud.

Amar al hermano no es amarlo en él, para tranquilizar nuestra propia conciencia. Yo no puedo estar predicando el Evangelio a los demás, y pasar olímpicamente de ellos.

Al prójimo no se le puede reducir a un pretexto para cumplir con mi obligación. ‘Que vengan unos cuantos pobres a los que yo les pueda dar caridad, y así yo pueda cumplir. Si no me he acercado al pobre, y me he interesado por él. Si no me he hecho uno con él, no lo estoy amando. No puedo mirar a las personas como una ocasión estupenda para ejercer mis virtudes. Porque eso querría decir que lo que hago es buscarme a mí mismo. Perfeccionarme a mí mismo en las virtudes. He de amar a los otros en sí mismos. Olvidándome de mí. Procurando su bien.

Tampoco una persona ha ser nunca un obstáculo para nosotros. Por ejemplo ese que en el trabajo siempre me contradice, y me fastidia. Y yo pienso: ‘Señor, que lo saquen de aquí. A ver si lo cambian de sitio. Porque es un obstáculo para mi proyecto apostólico, y este no hace más que fastidiarme...’

Eso no es amar. Lo que he de hacer es pedir el bien de esta persona. Su conversión. Pero no verlo como un obstáculo para poder llevar yo a término mi plan.

Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad.(I Jn 3,18)

Amar de verdad. Que todo lo que hacemos por los otros, sea por el bien de los otros. El bien de los otros, está por encima de mi bien. El que ama a Dios y a los otros, crece en todas las demás virtudes. Es imposible que uno no crezca en las demás virtudes si ama.

La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. (I Cor 13, 4-7)

Esto es el retrato moral del hombre que ama.

Veamos ahora cómo Jesús amaba al prójimo, a los hermanos.

Jesús sabía comprender y amar.

61 y el Señor se volvió y miró a Pedro, y recordó Pedro las palabras del Señor, cuando le dijo: «Antes que cante hoy el gallo, me habrás negado tres veces.» 62 Y, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente.

Sabe comprender y ama a los pecadores.

Jesús no guardaba las ofensas, sino que perdonaba siempre y devolvía la amistad en toda su plenitud. [1]

Jesucristo era paciente. Y especialmente con los doctores que le preguntaban con mala idea, y buscaban avergonzarlo delante del pueblo. Les responde con paciencia:

25 Se levantó un legista, y dijo para ponerle a prueba: «Maestro, ¿que he de hacer para tener en herencia vida eterna?» 26 El le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?»

27 Respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda  tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.» 28 Díjole entonces: «Bien has respondido. Haz eso y vivirás.» 29 Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «Y ¿quién es mi prójimo?»

30 Jesús respondió: «Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto. 31 Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. 32 De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo. 33 Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; 34 y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le  llevó a una posada y cuidó de él. 35 Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: "Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva." 36 ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?» 37 El dijo: «El que practicó la misericordia con él.» Díjole Jesús: «Vete y haz tú lo mismo.»

Les dice las cosas con amor. Con fortaleza, pero con paciencia. Escucha, responde. Jesús riñe a sus discípulos cuando le piden a Jesús que haga bajar fuego sobre aquellos que no les han escuchado.

Jesús recibe a los pecadores. Sin miedo, sin vergüenza de ser visto con ellos: la pecadora pública, la adúltera, entra en casa de Mateo. Y eso, en aquella época, significaba entre otras cosas caer en impureza. Hablar con una mujer en público, y además samaritana. Sin huir de la murmuración. Se deja calumniar. Se deja decir de todo. Calla.

Jesucristo es el que mandó amar a los enemigos.

Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los pecadores aman a los que les aman. (Lc 6, 32)

en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir ; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. (Rom 5, 7-8)

O sea, cuando aún éramos sus enemigos personales. Cristo murió por cada uno de nosotros.

1.      El amor comporta evitar el mal de aquellos a los que amamos.

Si no los evitamos —o al menos intentamos— evitar el mal al prójimo, es que no le amamos. ‘¡Que Dios lo ampare!’ ‘¡Que se aguante!’ ‘Que apechugue!’

La primera manera de evitar el mal de los que amamos, es no juzgarlos. El que ama, no juzga.

No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. (Lc 6, 37)

Y nosotros creemos en Jesús, pero no paramos de juzgar. Nos cuesta poco ver la paja en el ojo del vecino y no vemos la viga en el nuestro.

No olvidemos que la caridad prohíbe el juicio temerario. Nosotros no hemos de juzgar nunca ni a superiores, ni a iguales ni a inferiores, excepto que tengamos una autoridad sobre ellos, como es el caso de los padres hacia los hijos, o los maestros hacia los alumnos. Pero excepto que sea por una obligación de estado, no hemos de juzgar a nadie. Cada vez que juzgamos al otro, nos hacemos daño a nosotros y hacemos daño a los otros.

¿Cuánto tiempo dedicamos a juzgar al vecino, y cuánto dedicamos a rezar por él?

El que ama encomienda al prójimo, cuando ama al prójimo. Reza por él. Se sacrifica por él. Da la vida por él. Si lo queremos bien, delante de un defecto o un pecado suyo, rezando por él, lo estamos salvando. Estamos deseando el bien para él. Juzgándolo lo estamos machacando. Le estamos haciendo mal.

§       El que ama, no entristece a los demás, ni les escandaliza.

Con un comentario ligero, se puede hacer mucho daño. Con una ironía. Entristecemos al hermano. Hemos de ser muy delicados. Dice el mismo san Pablo:

Y pecando así contra vuestros hermanos, hiriendo su conciencia, que es débil, pecáis contra Cristo. (I Cor 8, 12)

Cuando les ridiculizamos, nos reímos de ellos, estamos pecando contra Cristo.

Por eso dice luego:

Por tanto, si un alimento causa escándalo a mi hermano, nunca comeré carne para no dar escándalo a mi hermano. (I Cor 8, 13)

Hasta ahí ha de llegar la caridad. Abstenerse de cosas lícitas, pero que pueden hacer daño a los más débiles.

§       El que ama, no miente a los otros. No les da una cosa por otra. (Gato por liebre). EL que miente a los otros, se engaña a sí mismo, porque tanto el engañado como el que engaña, forman parte de un mismo cuerpo: el de Cristo.

En resumen: el que ama evita a sus amados toda clase de males físicos y espirituales

2.     El amor, por el contrario, lleva a procurar toda clase de bienes para los que se ama.

§       El que ama, perdona. El que ama busca enseguida reconciliarse con el hermano. No puede aguantar una situación de amistad rota, o una ofensa. El que ama, no permanece en el rencor, sino que busca la reconciliación.

No seamos duros de corazón. Olvidemos las ofensas, incluso antes de que nos las hagan. Que no nos escandalice que nos puedan ofender. Sea involuntariamente o voluntariamente. ¿cómo nos puede escandalizar que nos ofendan cuando nosotros estamos faltando al amor de Dios muchas veces?

Si Jesucristo me ha de estar perdonando constantemente para mantener la amistad con Él, ¿por qué he de estar yo exigiendo de los otros que no me ofendan nuca, que no me molesten?

21 Pedro se acercó entonces y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?»

22 Dícele Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.» (Mt 18)

Es decir: siempre.

Todos somos falibles y pecadores. Pero esto no nos lo creemos porque si nos lo creyéramos, no nos extrañarían las debilidades de los otros. No notaríamos tanto las ofensas de los otros. Seríamos comprensivos. Lo veríamos más normal que los demás nos fallaran.

No nos creamos nunca en el derecho de hablar mal de los otros.

Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá.» (Lc 6,38)

No tenemos derecho a hablar mal de nadie.

§       El que ama procura a los demás toda clase de bienes materiales.

Todo lo que yo les pueda proporcionar desde la caridad. Dice san Juan:

Si alguno que posee bienes de la tierra, ve a su hermano padecer necesidad y le cierra su corazón, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios? (I Jn 3,17)

El que cierra las entrañas a las necesidades de los hermanos, no habita en él el amor de Dios.

O sea, que uno no vive en la gracia de Dios. Está cerrado al amor de Dios.

En todo organismo vivo, todo se resiente cuando una parte sufre. El dolor de los otros, es mi dolor. Las necesidades de los otros, han de ser mis necesidades. Si de verdad creemos que formamos un solo cuerpo, no podemos las necesidades de los otros como ajenas a nosotros.

La caridad busca el bien de todos. No sólo de los que tengo más cercanos. No puedo pedir por mis hijos, y olvidarme de los hijos de los demás. El problema es frenar el dinamismo del amor de Dios que nos mueve.

La caridad me lleva a compartir el bien y el mal de los otros.

Cuando negamos la limosna que hemos de dar según la caridad que Dios nos concede (no tiene sentido si no es movida por la caridad) la negamos a Cristo.

Mientras sigamos pensando que dar una limosna es hacer un bien a los demás, no estamos viviendo la caridad. Estamos amando de arriba abajo. Viendo a los otros como inferiores.

Cuando negamos la limosna, la negamos a Cristo:

Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; 36 estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme." (Mt 25, 35-36)

A veces la caridad nos exigirá la pobreza. A medida que crezca nuestra caridad, se nos dará ese deseo de ser más pobres. El peligro es desear ser más pobre, y al mismo tiempo busco cada día tener más cosas, pasar menos frío, comer mejor, etc. No me puede gustar la pobreza si no quiero vivir como pobre.

La caridad me lleva no solo a amar a los pobres, sino a desear vivir como los pobres. Ponerme en su lugar. Que es lo que hace Jesucristo. Se pone en nuestra misma situación, y carga sobre él nuestras culpas. Y las consecuencias de nuestros pecados.

§       El que ama, procura también dar gusto a los demás. ¡Qué fácil es dar gusto a los demás, y cómo nos cuesta! No es demasiado difícil saber los gustos de los que nos rodean.

Bien, pues amar también significa dar gusto al otro. ¡Y nos cuesta a veces tanto!

Aunque suponga privarnos de un gusto o de un derecho.

En esto, Jesucristo ponía ejemplos muy concretos, muy sencillos.

  • Dar un vaso de agua
  • Limpiar los pies de un caminante

Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en la falda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá. (Lc 6, 38)

§       La caridad nos impulsa a honrar a los otros:

Nada hagáis por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores  a sí mismo, buscando cada cual no su propio interés sino el de los demás. Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo.

Honrar al otro por él. No por el beneficio que me comporta a mí.

Hermanos míos, no entre la acepción de personas en la fe que tenéis en nuestro Señor Jesucristo glorificado. Supongamos que entra en vuestra asamblea un hombre con un anillo de oro y un vestido espléndido; y entra también un pobre con un vestido sucio; y que dirigís vuestra mirada al que lleva el vestido espléndido y le decís: «Tú, siéntate aquí, en un buen lugar»; y en cambio al pobre le decís: «Tú, quédate ahí de pie», o «Siéntate a mis pies». ¿No sería esto hacer distinciones entre vosotros y ser jueces con criterios malos? (Sant 2, 1-4)

 

Aquí no se manifiesta ni el amor al rico ni el amor al pobre. Más bien aquí lo que interesa, es salir en la foto. Que el rico se ponga a mi lado para que yo pueda ‘salir en la foto’. Honrar a los otros por ellos mismos, no por el beneficio que me puedan dar.

3.     El amor lleva a la unión en todo.

En situaciones, ideas, estilos de vida. La caridad es darse. No vale para nada esa caridad que dice: yo estoy dispuesto a darle a esta persona todo lo que haga falta, pero que no hable conmigo. Eso no es caridad, porque no estamos deseando la unión con esa persona.

Si somos humildes y tenemos presentes nuestros pecados, nos será más fácil ver en nuestros hermanos, hermanos, ver las necesidades de los otros.

La gente no sólo necesita que les atendamos en sus necesidades externas, sino en sus necesidades internas. Es lo que más satisface al corazón del hombre. Si le doy a un pobre un trozo de pan, no es lo mismo si me paro, si estoy con él, si le escucho, si entro en su corazón.

Por eso hoy, el escuchar es un gesto de caridad muy necesario hoy en día. Sin prisas. ¡Cuánto bien se hace escuchando! El cristiano debiera distinguirse porque es el hombre o la mujer que sabe escuchar. Gratuitamente. Sin buscar nada a cambio. Solo buscando el bien del otro.

Donde hay caridad y amor todo es unanimidad, comprensión mutua, armonía.

Donde no hay caridad, rápidamente nacen los grupos, los partidos, las tendencias, la separación. A veces lo vemos en la propia Iglesia. No se trata de uniformidad, se trata de unidad.

Alegraos con los que se alegran; llorad con los que lloran. 16 Tened un mismo sentir los unos para con los otros; sin complaceros en la altivez; atraídos más bien por lo humilde; no os complazcáis en vuestra propia sabiduría. (Rom 12, 15-16)

Que sea este nuestro deseo. Esta caridad que Dios nos da para que lo comuniquemos a los demás. Y que no veamos esto como un proyecto imposible, sino que este es el proyecto de la caridad. Que está dentro de nosotros, y que el Señor quiere llevar a cabo. Si creemos que el amor de Dios está en nosotros, no resultará difícil ir venciendo las dificultades, movidos por su gracia, para poder amarnos como Cristo nos ama.


 

[1] El cardenal Van Thuân en los Ejercicios al Papa y a la Curia Romana en Marzo del 2000:

 

Jesús no tiene memoria

«En la Cruz, durante su agonía, el ladrón le pide que se recuerde de él cuando llegara a su Reino. Si hubiera sido yo --reconoce monseñor Van Thuân-- le hubiera respondido: "no te olvidaré, pero tienes que expiar tus crímenes en el purgatorio". Sin embargo, Jesús, le respondió: "Hoy estarás conmigo en el Paraíso". Había olvidado los pecados de aquel hombre. Lo mismo sucedió con Magdalena, y con el hijo pródigo. Jesús no tiene memoria, perdona a todo el mundo».

 

Jesús no sabe matemática ni filosofía

«Jesús no sabe matemáticas --continúa diciendo Van Thuân al hablar de los «defectos» de Jesús--. Lo demuestra la parábola del Buen Pastor. Tenía cien ovejas, se pierde una de ellas y sin dudarlo se fue a buscarla dejando a las 99 en el redil. Para Jesús, uno vale lo mismo que 99 o incluso más».

 

«Además, Jesús no es un buen filósofo. Una mujer que tiene diez dracmas, perdió una y encendió una luz para buscarla. Cuando la encuentra llama a sus vecinas y les dice: "Alegraos conmigo, porque he encontrado la dracma que había perdido". ¿Es lógico molestar a las amigas tan sólo por una dracma y después organizar una fiesta por haberla encontrado?. Además, al invitar a sus amigas a la fiesta, se gasta más dinero que el valor de la dracma. De este modo, Jesús explica la alegría de Dios por la conversión de un solo pecador». (Sacado de Zenith.org)