Camino de Emaús

Actualizar el don de Dios es vivir de la llamada que Jesús nos hace para seguirle. Y como ese don de Dios es permanente, puede revitalizarse en nuestro interior. Y esa fue también la experiencia de los discípulos de Emaús.

Se podría titular este evangelio como ‘de Cleofás y el gafe’.

Se iban de Jerusalén desanimándose uno a otro. Uno tenía un tono más positivo, y el otro más profundamente desanimado. Veamos la conversación (en Lc 24), porque es muy interesante ver cómo recuperan la alegría después de todo un camino lamentándose.

13 Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que dista sesenta estadios de Jerusalén, 14 y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. 15 Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó a ellos y caminó a su lado; 16 pero sus ojos estaban como incapacitados para reconocerle. 17 Él les dijo: «¿De qué discutís por el camino?» Ellos se pararon con aire entristecido.

70 estadios son unos 7 Km. ¿cuántas veces nos habrá pasado a nosotros que tenemos al Señor tan cerca y no le vemos? Y no le reconocemos. En aquello que nos pasa, en cosas que nos dicen…

18 Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que han pasado allí éstos días?» 19 Él les dijo: «¿Qué cosas?» Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazoreo, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; 20 cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron.21 Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. 22 El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro 23 y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles que decían que él vivía. 24 Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron.» (En verde lo del gafe)

La conversación que van llevando ellos dos, buenos discípulos que vuelven a su vida ordinaria, es que no abren los ojos. Sabían que debía ser al tercer día. Y es el tercer día. Muy temprano las mujeres fueron al sepulcro y no le vieron. Y además, otros discípulos confirman el dato. Pero no es suficiente. No es suficiente porque la tristeza tiene ese terrible poder de no dejarte ver. Los dos discípulos van desanimándose uno a otro. ‘Esperábamos…’ Pero no. Mejor pensar que ha sido un buen sueño. ¿Cuántas veces no nos habrá pasado esto en nuestra vida personal? Aquél momento de conversión, aquél deseo de ser mejores, sincero, se queda ahí, porque la tristeza, el desánimo, el fracaso, nos gana la partida. Y volvemos a nuestro Emaús. Es cuando Jesús resucitado, actúa con esa energía que ahora escuchamos:

25 Él les dijo: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! 26 ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso para entrar así en su gloria?» 27 Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras.

28 Al acercarse al pueblo a donde iban, él hizo ademán de seguir adelante.29 Pero ellos le rogaron insistentemente: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado.» Entró, pues, y se quedó con ellos. 30 Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. 31 Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su vista.32 Se dijeron uno a otro: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?»

Él se les va. Quiere que le pidan que se quede con ellos. Ese quédate con nosotros es el nuestro, porque la causa de la tristeza suele ser la mayoría de las veces la ausencia de Dios. Nos vamos muriendo por dentro. Las pequeñas dificultades cobran mucha importancia, los recuerdos de pecado anteriores parecen enormes. La impotencia se insinúa. Y cuando desaparece (que no dice que se marche) recuperan la alegría.

 33 Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, 34 que decían: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!» 35 Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido al partir el pan.

Se pasaron un día para ir, y ahora ya de noche, se vuelven. Deberían ir ligeros…

Se van con los otros, y no les dejan hablar. El día perdido. Y luego les dejan por fin explicar lo que les ha pasado.

Esa experiencia de Pascua, reviviendo en nosotros la llamada, significa fidelidad. Sobre todo, para acompañarle en la cruz. En las dificultades que cada uno pueda tener. Eso es don de Dios en el que queremos colaborar. Las comunidades que nacen de esta mañana, es una experiencia movilizadora. Salen del cenáculo. Salen de Jesuralén. Se ponen en marcha. En camino. Superan sus pequeñas diferencias. Son comunidades llenas de alegría. Empieza a ser el domingo el primer día de la semana. Tienen coraje. Resisten activamente a muchas presiones que los Hechos de los apóstoles nos cuentan. Impulsadas a comunicar lo que han visto. Por mandato de Jesús. Son transmisores de esa alegría, a eso que llamamos la nueva noticia. A eso nos dedicamos: no a transmitir un mensaje teológico ni un conjunto de preceptos, sino que transmitimos una noticia: la de Pascua. ‘Aquel que visteis colgar de una cruz, vive.’ Esa noticia que comunicamos o que intentamos comunicar, eso es Pascua. Y es muy contraria esa experiencia a la tristeza, al desánimo, a la angustia.

A veces tenemos motivos razonables para el desánimo. Los de Emaús tenían motivos para el desánimo. Cualquiera de nosotros hubiera sido peor que el gafe. Tenemos motivos para estar desanimados o ser pesimistas. Pero no tenemos ni uno para estar desconfiados. La Iglesia que Jesús quiere es una Iglesia confiada, no una Iglesia optimista. Los cristianos de hoy puede que tengamos motivos para no ser optimistas. Pero tenemos todos los motivos para poder confiar, porque la confianza no se fundamenta en el éxito ni en nuestras fuerzas, sino en la promesa de Jesús. Puede que de este momento de purificación nazca una Iglesia mejor. ¿Qué sabemos nosotros? Nuestros análisis racionales están hechos a veces con poca fe. Hay que verlo todo. No sólo lo que hay, sino lo que Dios ve y yo no veo. La Resurrección de Jesús lo renueva todo. Es entonces cuando empezamos a llamar a Jesús ‘el Señor’.

Porque ninguno de nosotros vive para sí mismo; como tampoco muere nadie para sí mismo. Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así que, ya vivamos ya muramos, del Señor somos. Porque Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos. 10 Pero tú ¿por qué juzgas a tu hermano? Y tú ¿por qué desprecias a tu hermano? En efecto, todos hemos de comparecer ante el tribunal de Dios, 11 pues dice la Escritura: ¡Por mi vida!, dice el Señor, que toda rodilla se doblará ante mí, y toda lengua bendecirá a Dios. 12 Así pues, cada uno de vosotros dará cuenta de sí mismo a Dios.(Rm 14)

No somos nuestros: esa es la experiencia radicalmente bautismal. Estamos toda la vida para desgranarla. Hay cosas que no pueden entrar por la ley moral. O no sólo por la ley moral. Como la propuesta de la Iglesia sobre el proyecto de familia. Cosas que son fruto del Espíritu Santo. Por ejemplo el no pertenecerse. No ya en el matrimonio. Ni nuestro dinero es nuestro. Ni nuestro cuerpo es nuestro. Por eso san Pablo, el argumento que da para la pureza: ‘¿no sabéis que sois templo del Espíritu Santo?’ Este sí es un argumento. De fe. Mi dinero no es mío, mis cosas no son mías, mi cuerpo no es mío, mi vida no es mía. Porque tanto si vivo como si muero…

Eso significa Señor: aquél que tiene dominio sobre la vida y sobre la muerte. Los cristianos tomaron ese nombre del mundo pagano y se lo aplicaron a partir de la Resurrección a Jesús: Jesús es el Señor. El Señor de todo y de todos. Lo cual implica que no somos señores de nada ni de nadie. Jesús es Señor, significa que no puedo, que no debo utilizar a nadie para nada. Que Jesús resucitado es Señor de cada uno, es aceptar que Él toma las decisiones en mi vida. Que yo le dejo que las tome. En el dinero, en los sentimientos, en el servicio a los demás, al apostolado. Que Jesús resucitado es Señor, significa que es el único Señor. No podéis servir a dos señores. Aceptarlo como único Señor nos dice san Pablo a los Corintios, es también descubrir la libertad.

17 Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad. (2 Co)

Cuando no esté clara la volunta de Dios, dice san Ignacio que usemos la discreción de espíritus. Donde está el espíritu del Señor resucitado, hay libertad, hay paz, hay gozo, hay luz. Si hay esto, señal de que está el Señor, en eso que pretendo decidir. Piénsalo en la oración. Si te invade este sentimiento de gozo, de libertad, de paz, de luz, es el Señor. Si por el contrario nos invade la tristeza, la duda, la perplejidad, la complicación, no es señal del Señor. Aunque esto no sea infalible, ayuda mucho.

18 Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos: así es como actúa el Señor, que es Espíritu.

Esa es nuestra moral. Cuando nos digan que tenemos una moral triste de mandamientos, hay que aclarar que no es así. La moral que nace del Evangelio es la de un espíritu nuevo, que no tenían los antiguos. Que nos hace ser del todo del Señor, y que nos transforma por dentro según una ley de libertad. No la libertad del mundo. Es en realidad una libertad que nos hace libres de nosotros mismos. Jesús es Señor también en forma de siervo. (Jn 13)

12 Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? 13 Vosotros me llamáis `el Maestro' y `el Señor', y decís bien, porque lo soy. 14 Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros.15 Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros.

16 «En verdad, en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que lo envía. 17 «Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís. 18 No me refiero a todos vosotros; yo conozco a los que he elegido; pero tiene que cumplirse la Escritura:

Revitalizar nuestro interior.

El Señor quiere que vivamos esa alegría de la Pascua. Somos templo del Espíritu Santo. De un Espíritu que no es cosa sino persona. Persona viva, inteligente que quiere comunicarse. Que actúa en nuestro interior. Que hay que saber reconocer, y que tiene un plan concreto sobre cada uno porque no estamos hechos en molde.

En la primera Pascua, los discípulos tuvieron la ocasión de empezar lo que luego todos los cristianos hacemos en nuestra vida. Dejar que el Espíritu resucitado de Jesús cambie nuestro entendimiento y lo haga reposar en la fe, nuestra memoria en la esperanza, y que nuestra voluntad se esfuerce en el amor, en la caridad. Y que María, madre de la Iglesia haga que fructifique este retiro, y que la presencia de Jesús Resucitado nos acompañe siempre.