5a Med. Haced lo que Él os diga.

El camino de los discípulos de Emaús podríamos decir que es un camino de esperanza, pero hemos querido ir más allá para adentrarnos en cuál es el motivo de esa esperanza. No sólo quedarnos en que Cristo nos ha liberado del pecado y de la muerte, sino ir al motivo. El motivo es que Dios tiene corazón: Dios te quiere.

Todo es fruto del amor de Dios. Dios nos quiere incluso en nuestras faltas. Porque nos quiere, nos da su perdón. Porque nos quiere, ha resucitado. Porque nos quiere, vence al pecado, y eso nos tiene que dar una paz y una esperanza en todo momento.

Es impresionante ver al cardenal Van Thuân, metido en un agujero, y cómo pudo aguantar 9 años. Hay para desesperar. Se las ingenió para poder celebrar cada día la Eucaristía en su mano con 2 gotas de vino, que le pasaban como supuesta medicina. Hizo un pacto de sangre con el Señor. Y cuánto bien ha hecho con sus sencillos libros. ¡Quién podía pensar que ese grano que cae en ese agujero puede hacer tanto bien! Personas desesperadas, gracias a él tienen ahora esperanza. Porque se han dado cuenta de que Dios nos quiere aunque estemos en un agujero.

Lo pude ver en Santo Domingo con 9 jóvenes de la parroquia, y después del paso del huracán. Los hombres decían que rezaban cada día para que no llegase el huracán. Y se acercaba y continuaban rezando. Pero al fin llegó. Y a uno se llevó una casa, a otro un hijo, pero a Dios no se lo ha llevado. ‘A Dios no nos lo ha quitado’, decían. ¡Qué esperanza!

O como aquél otro que mirando su casa enterrada bajo un terraplén, decía: ‘Ahí debajo están mi mujer y mi hijo, y doy gracias a Dios porque me ha dejado disfrutar de ellos equis años’. Ahí se ve que cree que Dios le quiere. Y no desespera. Porque estamos con el Señor. No nos deja.

Hay una persona que nos ayuda en ese camino de la esperanza. La persona humana más grande que ha habido en nuestra historia: María.

El papa en la carta MANE NOBISCUM DOMINE hablando de adorar al Señor dice:

9. Posteriormente, con la convocatoria del Año del Rosario y la publicación de la Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, mediante la reiterada propuesta del Rosario, volví a proponer la contemplación del rostro de Cristo desde la perspectiva mariana. Efectivamente, esta oración tradicional, tan recomendada por el Magisterio y tan arraigada en el Pueblo de Dios, tiene un carácter marcadamente bíblico y evangélico, centrado sobre todo en el nombre y el rostro de Jesús, contemplando sus misterios y repitiendo las avemarías.

María nos lleva a Cristo. Y el Rosario nos lleva a Cristo. Qué mejor que ver a Cristo con los ojos de María que fue la que lo dio a luz. Con aquella mirada de predilección. Incluso en la adoración al Santísimo, rezando el Rosario. Contemplar a Cristo con los ojos de María. ¿Qué mejor contemplación y adoración?

Su ritmo repetitivo es una especie de pedagogía del amor, orientada a promover el mismo amor que María tiene por su Hijo. Por eso, madurando ulteriormente un itinerario multisecular, he querido que esta forma privilegiada de contemplación completara su estructura de verdadero «compendio del Evangelio», integrando en ella los misterios de la luz. Y, ¿no corresponde a la Santísima Eucaristía estar en el vértice de los misterios de luz? (MANE NOBISCUM DOMINE)

Si lo expresas conscientemente, ese amor crece. Cuando decimos el Avemaría contemplando a Cristo, María crece en nosotros y nos da esa gracia de verlo con sus ojos. Y eso hace que nuestro corazón se llene de amor al Señor contemplando los misterios.

Y acaba la carta refiriéndose a María:

Que nos ayude sobre todo la Santísima Virgen, que encarnó con toda su existencia la lógica de la Eucaristía. «La Iglesia, tomando a María como modelo, ha de imitarla también en su relación con este santísimo Misterio». El Pan eucarístico que recibimos es la carne inmaculada del Hijo: «Ave verum corpus natum de Maria Virgine». Que en este Año de gracia, con la ayuda de María, la Iglesia reciba un nuevo impulso para su misión y reconozca cada vez más en la Eucaristía la fuente y la cumbre de toda su vida.

Ella tomó carne de Jesús en su seno. Nosotros cuando recibimos la Eucaristía tomamos carne de alguna manera. Recibimos el Cuerpo y la Sangre de Cristo. ¿Quien nos puede enseñar mejor a cuidar de esa recepción de Cristo en la Eucaristía sino María? ¿Y quien nos puede ayudar más a darlo a conocer?

Nosotros hemos de dar a luz a Cristo en el mundo.

Cuando se le anuncia que va a tener al Hijo de Dios, no opone resistencia. No pone dudas: pregunta cómo va a ser. Nos enseña a obedecer al Señor. Por ejemplo en Caná: ‘haced lo que él os diga’. Y Jesús les dice una muy gorda: ‘Llenad las tinajas de agua’. Cuando lo que faltaba era vino.

El cómo de María no es un cómo de incredulidad sino un cómo de querer saber qué tiene que hacer. A nosotros nos tiene que enseñar María, contemplando los misterios de Cristo, a saber cómo tengo que traducirlo en mi vida. Cómo el Señor tiene que expresarse en mi vida. Porque el Señor quiere hacer milagros en nuestra vida. Pero quiere que confiemos, que nos entreguemos, que pongamos lo pequeño que hay de nuestra parte. Por ejemplo en la multiplicación de los panes. ‘Dadles de comer’. Y tenían cinco panes y dos peces…

10 Cuando los apóstoles regresaron le contaron cuanto habían hecho. Y él, tomándolos consigo, se retiró aparte, hacia una ciudad llamada Betsaida. 11 Pero la gente lo supo y le siguieron. Él los acogía, les hablaba del Reino de Dios y curaba a los que tenían necesidad de ser curados.

12 Pero el día había comenzado a declinar y, acercándose los Doce, le dijeron: «Despide a la gente para que vayan a los pueblos y aldeas del contorno y busquen alojamiento y comida, porque aquí estamos en un lugar deshabitado.» 13 Él les dijo: «Dadles vosotros de comer.» Pero ellos respondieron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente.» 14 Pues había como cinco mil hombres. Él dijo a sus discípulos: «Haced que se acomoden por grupos de unos cincuenta.» 15 Lo hicieron así y acomodaron a todos. 16 Tomó entonces los cinco panes y los dos peces y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los iba dando a los discípulos para que los fueran sirviendo a la gente. 17 Comieron todos hasta saciarse. Se recogieron los trozos que les habían sobrado: doce canastos.

Teología de la esperanza: ‘Dadles de comer’. Poned lo poco que podéis de vuestra parte y yo haré el milagro. Con nuestra lógica no se puede. Lo que hacemos normalmente es escondernos con los panes y los peces y comérnoslos nosotros. Y no se hace el milagro: frustramos la gracia de Dios. Por quererlo encajonar en nuestra mentalidad. En nuestra mente.

María dice: ‘He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.’

Cuando recibamos la Eucaristía. El cuerpo y la sangre de Cristo, hagamos como María en el momento de la Encarnación: ‘Hágase en mí según tu palabra’. Pedirle de todo corazón que haga de mí lo que él quiera.

Y en ese caminar de María vemos a esa mujer de la Esperanza. No fue fácil su camino. Pensemos en lo que me parecería a mí: Se le aparece un ángel, le dice que va a ser la madre de Dios. Y sabiendo que su hijo es Dios, ve que el niño juega, y no se dedica a hacer milagros. Es un niño normal. Ayuda a su padre en la carpintería. No van a ver grandes cosas.

Después a los treinta años se pone a predicar y le empiezan a insultar. A veces muy bien, porque muchos le rodean, pero los fariseos le desechan. Que eran los que representaban a Dios. Luego lo llevan a la cruz, y los mismos que gritaban ‘Hosanna al Hijo de David’ piden que lo cuelguen en la cruz. Y lo clavan en la cruz.

María no se largó, no se rebeló. Estaba allí, al pie de la cruz. En la hora de Jesús. Las bodas de Caná son como el signo de las verdaderas bodas de Cristo con la humanidad, que van a ser en la Cruz. Y allí estaba María. Fiel, sin desesperar. Y después acompañó a los discípulos. Y recibiendo el Espíritu Santo con los apóstoles.

No desesperó. En los momentos que atardece, María nos ayuda muchísimo. Como madre que es. Y nos hace pensar porque muchas cosas no las entendía. Pero sabía de quién se había fiado. Sé de quien me he fiado y que Dios es fiel. Y sé que Dios me quiere. Lo más importante es saber que Dios me quiere. Si Dios lo puede todo y me quiere, ¿de qué tengo que tener miedo? Teología de la esperanza: espero en el Señor.

Vamos a ver cómo María actúa en ese primer milagro que es signo. ‘Para que vosotros creáis’ como dice san Juan.

1 Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. 2 Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. 3 Y no tenían vino, porque se había acabado el vino de la boda. Le dice a Jesús su madre: «No tienen vino.» 4 Jesús le responde: «¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora.» 5 Dice su madre a los sirvientes: «Haced lo que él os diga.»

6 Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una.7 Les dice Jesús: «Llenad las tinajas de agua.» Y las llenaron hasta arriba. 8 «Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala.» Ellos lo llevaron. 9 Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que habían sacado el agua, sí que lo sabían), llama el maestresala al novio 10 y le dice: «Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora.» 11 Tal comienzo de los signos hizo Jesús, en Caná de Galilea, y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos. 12 Después bajó a Cafarnaún con su madre y sus hermanos y sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos días. (Jn 2)

María está en el primer milagro. El primer signo[1].

Jesús estaba invitado a la alegría humana. Nosotros tenemos que invitar a Jesús a nuestras alegrías. Y serán alegrías buenas y como Dios manda, en la medida que Jesús aguante esa alegría. Las alegrías nuestras son buenas si aguantan la presencia del Señor. Hemos de invitarlo a nuestras alegrías, porque él es el que le puede dar un sentido más profundo. Las alegrías humanas tienen todas la ley de la degradación. Cada vez a menos. Pensemos en esas fiestas interminables que acaban a las tantas de la mañana.

El vino les daba alegría. Y era bueno. Pero resulta que después viene un vino mejor: la alegría del Señor es mucho mejor. La felicidad más grande es la que nos da el Señor. La alegría de saber que Cristo ha resucitado. Los discípulos estaban alegres a pesar de tener sus cruces.

Se tiene que notar en nuestra vida. Alegría porque Cristo está vivo en mí. El fruto de la resurrección ya lo tengo. No es que haya de pasar por la cruz para tenerlo, porque fruto de la Resurrección es que Cristo está vivo. Y Cristo está en mí. Ahí está la alegría. Y mucho mejor que los discípulos. Porque no ha querido estar a mi lado como lo tenían los discípulos, sino que ha ido más allá: dentro de mí. Está dentro de mí. Se nos da como alimento.

La madre les dice: ‘no tienen vino’. Es una oración. La finalidad no es comunicarle a su hijo lo que ya sabe. ¿Es moverle a hacer lo que él no quiere hacer? ¿Como forzarle? No. El Señor quiere nuestra intervención en lo que pedimos. Quiere que deseemos aquello que necesitamos. Porque cuando yo pido algo, estoy haciendo un acto de fe. Porque si pides, es que lo estás reconociendo como Dios. Sí que es mejor que no nos quedemos sólo en pedir, y que demos gracias. Pero ya el pedir es mucho. Si pides de verdad. El Señor quiere mi intervención.

No le informo de lo que no sabe ni le muevo a hacer lo que no quiere hacer. Sí quiere que yo de alguna manera me involucre. Es pues expresión del corazón materno de María. Las necesidades de los hombres, María se las hace suyas. A María no tiene que decirle nadie nada. Ella ‘está al loro’, está al caso de lo que está pasando a su alrededor. Ella ve la necesidad. Con lo cual, aquí vemos ese papel del  corazón materno de María, que hace suyas nuestras necesidades.

Podría haber intervenido Jesús solo. No hacía falta que María dijese nada. Pero María juega ese papel tan bonito de ese corazón materno que está pendiente de las necesidades de los hombres y lo hace deseo y oración. En eso hemos de mirar de imitar a María, en las necesidades de los hombres, en el trabajo, en casa; ‘estar al loro’ de lo que necesitan los demás.

Estar con los ojos abiertos. Que en definitiva es estar con los ojos que tiene el Señor. Hacer nuestras las necesidades del mundo. Hacer nuestras las intenciones del Papa. No podemos decir que coja (el Señor) el papelito y se las lea. No. El Señor quiere que lo hagamos nuestro.

Y la respuesta de Jesús parece dura. Con eso hace notar que no actúa por los lazos de sangre. No lo hace porque sea su madre biológica, sino por fuerza de la maternidad espiritual. (Cf. Lc 8, 20) Jesús no está despreciando a María, está diciendo algo mucho más grande. Porque ella es la que mejor cumple la voluntad y la palabra de Dios. Ahí está haciendo prevalecer siempre los lazos de espíritu por encima de los de la sangre. Jesús no está condicionado porque sea su madre. Sino porque tiene esa docilidad inmensa. Hace la voluntad de Dios, desde el principio.

Y eso a nosotros nos tiene que agradar, porque nosotros podemos estar en esa relación. A nosotros nos falta entrar en esa lógica. Así cuando estamos en Misa, a veces parece que no nos interesa lo que le pasa al que está a nuestro lado.

Los lazos en el espíritu son mucho más grandes que los de la sangre.

Esa maternidad querida por Dios aparece de una manera especial en la cruz. En ese momento privilegiado, en esa boda de Dios con la humanidad. Y donde nos da a María como madre.

Pero aunque Jesús le dice que aún no ha llegado su hora (la de la cruz), la madre dice a los sirvientes ‘haced lo que él os diga’.

Parece un diálogo bien raro, si no entramos en otra perspectiva. María le entiende porque ha tenido con él una intimidad impresionante. Por eso no se queda parada sino que sigue adelante. Ella sabe que se va a armar una gorda. Y efectivamente puede ver cómo hace el milagro. María les ha preparado el corazón a los sirvientes. Por eso la oración del rosario ante el Santísimo, nos da esa docilidad que tuvo ella hacia el Espíritu Santo, hacia Dios.

María nos introduce a ‘hacer lo que él os diga’. Y prepara el corazón de los discípulos a esa obediencia. Y se arma gorda. Se convierte en vino mucho mejor.

Vamos a mirar de crear en nosotros esas disposiciones que tenía María en el momento de la Encarnación y de toda su vida: ‘Hágase en mí según tu Palabra’, ‘He aquí la esclava del Señor’. Que lo aprendamos y que lo vean los demás: que somos dóciles al Señor en todos los momentos de nuestra vida.



[1] (Como la cruz, es un signo positivo. Aquí está la expresión más grande del amor de Dios. Está resucitado. Vivo por mí y ahora.)