2a Med. El pecado del hombre

Sáb. 24 May 07

El Padre quiere que la encarnación del Hijo sea una encarnación redentora.

Hemos de ver el misterio del pecado desde arriba. Desde la realidad de amor del Padre y el Hijo. Desde el plan divino. Porque en el misterio de que el Padre quiere que sea una encarnación redentora, ve conveniente que Adán caiga en el pecado. Conviene que peque. Porque es una criatura. Si no lo vemos así, el pecado toma una fuerza que nos aplasta. Y no sabemos cómo salir. Cuando empezamos a ver el pecado, primero empezamos a pensar que a Dios se le han escapado las cosas de las manos. Dios había creado todo tan bien, y fíjate. Pues eso no es toda la verdad. En el plan de Dios ya estaba eso. No es que Dios haga su plan y luego viene el hombre que es un chapuzas, y entonces Dios dice: ‘tenemos que volver a pensar algo, porque se nos están deshaciendo los planes’. No. Desde un principio Dios Padre y el Hijo tienen ya previsto esto.

Al contemplarlo así, empieza a perder fuerza el pecado porque lo empezamos a contemplar envuelto en el amor de Dios. Si no lo contemplamos así, y lo vemos directamente, entonces es algo como un emplaste que pone Dios, para remediarlo. En el plan divino, ya estaba que el Hijo se encarnase y fuera redentor. Que nos redimiera. Nosotros no tenemos experiencia de la nada. De que no éramos nada. Igual que no tenemos experiencia de no ser nada en el futuro, de desaparecer. Y entonces hay el peligro de pensar en que como no tenemos experiencia de la nada, también somos Dios. Que también somos. La criatura no conoce que ha sido creada de la nada. Sólo conoce que es. Tengo conciencia de que soy. Pero no tengo conciencia de que no he sido. Ahí entonces, está la tentación de la soberbia. Yo soy, yo me hago, yo soy dios. Eso Dios ya lo tenía previsto, y con que ahí estaba la tentación, y podía estar como criatura, entonces prevé una muerte redentora. Eso está. Tampoco tenemos experiencia de la muerte. De que dejaremos de existir. Entonces, el hombre se va autoafirmando: Yo tengo que alcanzar mis propósitos, yo tengo que hacer… La tentación primera es: ‘seréis como dioses’. Es la raíz de toda tentación. La realidad es que el único que existe desde toda la eternidad es el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Cómo Dios puede hacer que nosotros reconozcamos que no somos nada. Mientras que el hombre se va autoafirmando en sí mismo, se va haciendo a sí mismo. Va diciéndose ‘yo soy dios’. Yo me voy haciendo, y me voy construyendo. ¿Me propongo una cosa? Pues la hago. Y ahí, Dios dice: ‘muy bien, haz. A ver qué eres capaz de hacer. Y nosotros empezamos a construir, a dominar. Mientras parece que el hombre se va construyendo a sí mismo, va perdiendo lo más fundamental. Se va destruyendo. Y cuando parece que más a alcanzado su cima, más tocado está en sus raíces. Esta es la historia del siglo XX. Cuando más parece que ha alcanzado. Y cuanto más ha tenido, más bobo se ha vuelto. No conoce quién es. No sabe amar, no sabe convivir. No sabe dejarse amar. Entonces todo lo que él mismo ha creado se le vuelve en contra. Y la naturaleza se le rebela. Ahí el hombre se ve humillado en lo más profundo de su ser. Es capaz de todo, pero no es capaz de lo más simple. De convivir, de dejarse amar. Ahí está la utilidad del pecado. Cuando el hombre reconoce esto, reconoce que no es nada. Y empieza a conocerse como el que no es nada. Como el que todo lo recibe. Como el que no puede nada. Y que lo más sencillo no lo puede hacer. Esa es la experiencia que el Señor nos pone a nosotros. Que no somos capaces de nada. Hacemos muchas cosas, tenemos muchos proyectos. Y muchas ideas, y construyo. Pero después, la experiencia es que está el pecado ahí que no nos deja. Y que no somos capaces de quitárnoslo. Y ahí entra el misterio de la encarnación redentora. Nosotros somos muy listos. Y eso que pasa en la creación, puede pasar dentro de la Iglesia. Porque entonces nos podemos aprovechar del mismo sentido. Porque siempre está ese bicho que quiere autoafirmarse. Y en ese momento me estoy haciendo Dios. Por eso entonces vemos el pecado como una gracia que nos hace volver al Padre y nos hace reconocer que no somos nada.

¿Dónde está la soberbia? Que me quiero sacar mi pecado y no puedo. Feliz culpa que mereció tal Redentor. Y que me deja saberme criatura. No soy nada. Todo lo estoy recibiendo. Así como nosotros nos enaltecemos, Dios hace lo contrario: viene el Hijo y se abaja. Para que conozcamos que Él está recibiendo todo del Padre. En todo momento. Cristo se hace Redentor. Y nos muestra en una vida humana lo que está pasando desde toda la eternidad. Y nosotros criaturas esa tentación que tenemos de la soberbia de creernos como dioses, nos empieza a mostrar por el pecado que no somos nada. Y Él con su humanidad nos revela ese camino: que lo recibe todo del Padre. ‘Yo y el Padre somos uno’.

Entonces empezamos a contemplar el pecado en su realidad. Y eso es importante, porque si no lo contemplamos así, empezamos a ver el pecado como algo que no podemos superar. Como algo que se impone, y más en nuestro tiempo en el que ves tanto pecado. ¿Es que se le ha escapado esto a Dios de las manos?

El pecado de nuestro tiempo, es que no necesita de Dios. No necesita Redentor, y no conoce el pecado. Y entonces no vuelve a Dios y no conoce que es la gracia. Nosotros podemos tener esa misma tentación, sutilmente. La experiencia de cuando nos vamos a confesar. ¡Pero si me he de confesar de lo mismo de la semana pasada! ¡Qué útil! Para que humildemente reconozcamos que nosotros no podemos. Que nosotros no somos. Que sólo Dios es. Y que ahí nos va curando. Y nos deja. El justo peca siete veces. ¿Por qué nos deja pecar? ¡Feliz culpa…!

Entonces tenemos que volver en humildad al Padre y sabernos criaturas y recibiendo todo de Él. Lo mismo que nos enseña el Hijo: que todo lo recibe del Padre. Fruto de eso, nosotros siempre estamos volviendo al Padre reconociendo que todo lo recibimos de Él. No tenemos nada si no nos lo das. Y en el momento que me aparto un poquito, y pienso que lo hago yo, pues caigo. Caigo en la soberbia, y me voy destruyendo, porque veo que las obras se vuelven contra mí. La experiencia es entonces que en el momento que entras ahí, no te quieres separa del Padre para nada. Porque sabes que en el momento que te separas del Padre te vas a dar un morrazo. Esa experiencia es humillante al principio, pero luego es encantadora. Estás recibiendo el amor del Padre y del Hijo. El mismo amor que reciben ellos.

Fijaos en nuestros días. La experiencia de los cristianos. Hemos abandonado y no conocemos el amor del Padre. Nos hemos quedado en la soberbia del pecado. En no querer pecar. Ahí hay mucha soberbia. Queremos también construirnos, y ¿por qué no? Construirnos también como cristianos. Ser como dioses. Con un poquito que sabemos, de lo que nos han enseñado, y un poquito de fe que tenemos, empezamos a construirnos a nosotros mismos. La propia santidad, también. El Señor dice: ‘venga adelante’ Y nos deja. Pero llega un momento que vemos que no podemos. ‘He intentado hacerme a mí mismo, subir a la cruz, y vaya morrocotón que me he pegado’. ¿Pero qué pasa? Que por mucha voluntad que ponga ahí, no puedo construirme. No puedo ser santo por mis fuerzas. No puedo. Y el Señor al final nos humilla. No podemos. Y porque el que se enaltece, será humillado. Pero quien se humilla será enaltecido. Ese es el camino que hacemos ahora en la Cuaresma. Con esa humillación, vamos volviendo al Padre, reconociendo que todo lo recibimos del Padre, vamos viendo que sin el Padre no podemos. Y si conoces el Amor de Dios y te sabes hijo, ese pecado te servirá para volver al Padre. Y podrás dar testimonio a pesar de ser un pecador. Y precisamente por eso conozco que no soy nada. Ahí hay que ahondar mucho porque entonces el testimonio viene de ahí. De saberse nada en Cristo, recibiendo todo del Padre. Entonces estamos recibiendo ese amor, y podemos recibir ese amor. ¿Cómo? Pues porque fijaos que el Padre le dice al Hijo: ‘ahora les demostrarás que todo me lo devuelves a mí, yendo a la Cruz’. Y en la Cruz, harás presente que todo me lo devuelves a mí. Y el Hijo que es obediente y que recibe todo del Padre, y lo que le complace al Padre le complace a Él. Y al ver que ahí será muerto el pecado, se entrega, porque ahí te devolveré todo. Para que te conozcan. Así te doy gloria. La gloria del Hijo es que conozcan a su Padre. ¿Y cómo conocen a su Padre? Viendo que depende en todo de Él. Y entonces nos humilla más, porque aparece el misterio de la muerte. Porque delante de la muerte, se deshace todo el imperio que nosotros hemos construido. Y todos los planes que habíamos hecho quedan en nada. Ahí nos humilla. Todo lo que yo pensaba queda en nada. Y ahí nos damos cuenta de que no somos nada y que todo lo recibimos. Eso lo podemos encontrar en el pecado de Adán: que quiere ser como Dios. En la torre de Babel: donde el hombre se enaltece a sí mismo, y va construyendo hasta que toda la creación que el hace, se deshace. En el pecado de Caín. Quien se construye a sí mismo, no le da los mejores bienes a Dios. Le da lo que sobra. El cristiano también. Le dejaremos que haga un poquito. Como lo del pastel. Yo hago el pastel, y Dios pone la guinda. No Dios quiere construir el pastel y poner la guinda. El Padre se complace al recibir lo que el Hijo le devuelve cerrando ese círculo de amor. Pero para eso he de saber primero que todo lo recibo del Padre.