3a Med. La Cruz

El Padre y el Hijo nos quieren comunicar esa vida porque el Verbo se hace carne en una humanidad redentora y en esa redención nos están mostrando cómo el pecado está metido en el interior del amor, y Dios permite que pequemos para que no nos condenemos. Porque somos criaturas y la tentación de la soberbia siempre está ahí. La tentación de la soberbia que nos quiere enaltecer.

Por eso cuando cometemos un pecado, el Señor nos está demostrando que no somos nada. Y que necesito de la redención. Por eso siempre en este mundo el Señor nos dejará envueltos en el pecado. Siempre dejará algo de pecado para que podamos volver a sus brazos amorosos. En el camino de la santidad, la perfección atrae. Atrae mucho a la soberbia. Por eso una de las cosas es el amor a Dios, el amor a Jesucristo pero también está eso que atrae a la soberbia, que es la perfección. El Señor nos quiere perfeccionar: nos quiere hacer a imagen de Jesucristo: esposa de Jesucristo. Un solo cuerpo con Cristo. Pero la soberbia ahí se regodea: busca la perfección que Dios me puede dar. Entonces es una búsqueda muy interesada. Mi soberbia no soporta ver la imperfección. Pues bueno. Mientras viváis aquí estaréis rodeados de imperfección, de miseria y de pecado. Para que nos fundamentemos en la humildad. Si no se hubiera dado el pecado original, permanecería la tentación de la soberbia. La tentación de ser como Dios. Y olvidarse de que eres una creatura. La única manera de que se borre esa tentación de la soberbia es que entre en nosotros el Espíritu Santo, que el Señor infunda en nosotros el Espíritu Santo. Que es el amor que se tienen el Padre y el Hijo. Cuando entonces entras en ese amor, el Hijo hecho carne nos da su Espíritu Santo, y entonces es imposible que pequemos. El que ama, no peca. Siempre dejará un resquicio de pecado y de miseria en nosotros para que no nos condenemos. Para que siempre estemos volviendo y cayendo otra vez en el amor del Padre y en el amor de Jesucristo.

¿Que os enfadáis cuando pecáis? Soberbia. Siempre nos dejará algo para que veamos que no somos nada y hemos de volver a Jesucristo, el redentor. Es él el que redime. Y nos damos cuenta de que somos incapaces de amar. En lo más pequeños fallamos. Como aquél que al salir de los EE, se propone no enfadarse. Y el otro le dice que no lo ve claro. Y a la tercera vez que se lo dice, se enfada.

Lo que nosotros nos proponemos no es necesariamente lo que Dios se propone en nosotros. Sólo hasta que entra el Espíritu Santo en nosotros empezamos a saber lo que realmente el Señor nos propone, porque empezamos a entrar en esa vida de comunión y empezamos a saber lo que es amar. Y empezamos a ver que el amor es más fuerte que la muerte.

¿Cómo manifiesta ese amor Jesús en la tierra? Yendo a la Cruz. Porque es la manera humana como nosotros nos enteramos del infinito amor que tiene el Hijo por su Padre y que lo devuelve en ese acto de muerte redentora. Lo devuelve todo al Padre, muriendo en Cruz. Por eso somos capaces de recibir el Espíritu Santo.

Y también si nos presentan la Cruz resulta que huimos porque no somos capaces de volver al Padre con humildad. Escondemos la Cruz. Uno de los mayores problemas en la actualidad entre los cristianos. Escondemos la cruz porque no amamos. Y es la única manera de que el Espíritu Santo sea dado. Si Cristo en su humanidad ha muerto en Cruz devolviendo todo al Padre. Nosotros amaremos plenamente cuando recibiendo todo del Padre, nos volvamos a Él humildemente entonces el Padre nos crucificará. Pero estaremos amando porque estaremos participando del mismo amor del Padre. Ahí estaremos crucificados. Y dando el Espíritu Santo. Esa es una de las mayores tragedias de nuestros días: las personas no vuelven al Padre porque están enaltecidas. Están en la cumbre de su soberbia. La gente de hoy dice: yo no peco. Si no reconoces el pecado, el Señor no te puede redimir. Porque no nos puede dar su amor si no volvemos con humildad. Es que el pecado contra el Espíritu Santo es no reconocer a Cristo como el redentor. El que me pude redimir y volver al Padre. Es lo que estamos viviendo hoy, cuando la gente te dice que no peca: no está volviendo al Padre. Y el Padre no le puede amar, y no recibe el amor del Padre. Y se hacen incapaces de amar. Todo el mundo se hincha a hablar de amar, y no saben amar. En primer lugar porque desconocen la fuente del amor. Lo más grave es que los cristianos no sabemos amar: por la soberbia que no nos deja volver al Padre. Y segundo es que no amamos crucificados. No podemos dar el mismo amor redentor que el Hijo está dando. Pensamos en la santidad cerrándonos en nosotros mismos. Con ser un poquito buenos, ya es suficiente. Anem tirant. No queremos que nos hablen de la Cruz. Hoy no se habla de la Cruz porque no se ama. Sin el amor redentor, la visión de la Cruz es horrible. El hombre no es capaz de volver con humildad al Padre por la soberbia. No escucha la voy del Padre y no se sabe amado por el Padre. Sólo quien se sabe amado por el Padre es capaz de ir a la Cruz. Por eso se esconde la Cruz. Y entonces no hay redención. Porque somos el cuerpo de Cristo. Y Cristo quiere que se abran llagas en nosotros para que se derrame el Espíritu Santo, si no, no convence de pecado. No entra la salvación. En los domingos de Cuaresma, en el segundo es la Transfiguración en el Tabor. Para que veamos que el Hijo sube al Tabor a escuchar la voz del Padre: “Tú eres mi Hijo amado en quien me complazco”, y eso que en su humanidad ahora escucha, puede devolvérselo yendo hacia la Cruz. En seguida va para Jerusalén. Se sabe amado y nos lo muestra de forma que lo podamos entender.

¿Por qué queréis ser santos? Hasta que no escuchemos la voz del Padre no podremos ir a la Cruz.

Un hijo espera todo de su Padre. A la que un niño no ve a su padre, se desespera.

Así nosotros. En la vida espiritual se crece haciéndose niño. Te haces dependiente en todo. Como Cristo. Si por un momento el Hijo negara algo al Padre dejaría de existir.

Nosotros pensamos que Dios nos da la vida y ala, ahí te las compongas. No. Cuando el Padre nos crea está continuamente dándonos la vida.

Nada es nuestro, todo lo recibimos. Cuando nos dice: tú eres mi hijo, tú eres mi amado, corremos a la cruz, porque queremos devolverlo todo. Y vemos ahí el amor que el Padre y el Hijo se tienen, precisamente en la Cruz. Y ese es el único camino. No hay otro porque ese es el que ha elegido Jesucristo. Porque así manifiesta su amor. Y cuando estamos crucificados vamos conociendo el amor que el Padre y el Hijo se tienen. Nos van revelando en lo más íntimo de nosotros ese amor y nos van dando toda esa vida.

Ahora precisamente se desprecia. No se quiere la Cruz. Y ahí tenemos responsabilidad, y estamos negando la vida a otros. Si estamos rechazando el don. Hasta que no escuchemos la voz del Padre que nos dice: “Tú eres mi hijo, en quien me complazco”, no iremos a la Cruz. Por eso no se trata de hacer muchas cosas. Se trata de estar con el Padre. Abundar ahí. Y cuando escuchéis la voz, anda que no haréis. Iréis a crucificaros. ¿Cómo entonces la gente se salvará y será convencida de pecado?

Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré;  y cuando él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio;  en lo referente al pecado: porque no creen en mí;  10 en lo referente a la justicia porque me voy al Padre, y ya no me veréis; 11 en lo referente al juicio, porque el Príncipe de este mundo está juzgado. (Jn 16)

Solo cuando el Espíritu Santo sea derramado, el mundo se convencerá del pecado y volverá con humildad al Padre. Y podrá entonces a recibir esa vida. Como un hijo que va creciendo y va aprendiendo cómo devolver la vida. Así nosotros, en la vida espiritual. Primero hemos de engordar, pero luego hay que crucificarse, para derramar el Espíritu Santo. Los cristianos de hoy día hemos despreciado la Cruz. Y así no hay salvación.

Contemplad las bodas de Caná en el cap. 3 de Jn, y la pasión en el 19.

Para que el Espíritu convenza. No yo.