4a Med. La Mirada de Dios

Es una mirada, evidentemente, que da vida. Al inicio del Génesis, se nos habla de la mirada de Dios que da vida a toda la creación. Dios va mirando todo cuanto hace:

1 En el principio creó Dios el cielo y la tierra. 2 La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas.

3 Dijo Dios: «Haya luz», y hubo luz.4 Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad; 5 y llamó Dios a la luz «día», y a la oscuridad la llamó «noche». Y atardeció y amaneció: día primero.

9 Dijo Dios: «Acumúlense las aguas de por debajo del firmamento en un solo conjunto, y déjese ver lo seco»; y así fue.10 Y llamó Dios a lo seco «tierra», y al conjunto de las aguas lo llamó «mar»; y vio Dios que estaba bien.

11 Dijo Dios: «Produzca la tierra vegetación: hierbas que den semillas y árboles frutales que den fruto según su especie, con su semilla dentro, sobre la tierra.» Y así fue. 12 La tierra produjo vegetación: hierbas que dan semilla según sus especies, y árboles que dan fruto con la semilla dentro según sus especies; y vio Dios que estaban bien. 13 Y atardeció y amaneció: día tercero.

14 Dijo Dios: «Haya luceros en el firmamento celeste, para apartar el día de la noche, y sirvan de señales para solemnidades, días y años; 15 y sirvan de luceros en el firmamento celeste para alumbrar sobre la tierra.» Y así fue. 16 Hizo Dios los dos luceros mayores; el lucero grande para regir el día, y el lucero pequeño para regir la noche, y las estrellas; 17 y los puso Dios en el firmamento celeste para alumbrar la tierra, 18 y para regir el día y la noche, y para apartar la luz de la oscuridad; y vio Dios que estaba bien. 19 Y atardeció y amaneció: día cuarto.

20 Dijo Dios: «Bullan las aguas de animales vivientes, y aves revoloteen sobre la tierra frente al firmamento celeste.» 21 Y creó Dios los grandes monstruos marinos y todo animal viviente que repta y que hacen bullir las aguas según sus especies, y todas las aves aladas según sus especies; y vio Dios que estaba bien; 22 y los bendijo Dios diciendo: «sed fecundos y multiplicaos, y henchid las aguas de los mares, y las aves crezcan en la tierra.» 23 Y atardeció y amaneció: día quinto. 24 Dijo Dios: «Produzca la tierra animales vivientes según su especie: bestias, reptiles y alimañas terrestres según su especie.» Y así fue. 25 Hizo Dios las alimañas terrestres según especie, y las bestias según especie, y los reptiles del suelo según su especie: y vio Dios que estaba bien.

26 Y dijo Dios: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves del cielo, y en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todos los reptiles que reptan por la tierra.

27 Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los creó. 28 Y los bendijo Dios con estas palabras: «Sed fecundos y multiplicaos, y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves del cielo y en todo animal que repta sobre la tierra.»

29 Dijo Dios: «Ved que os he dado toda hierba de semilla que existe sobre la faz de toda la tierra, así como todo árbol que lleva fruto de semilla; os servirá de alimento.

30 «Y a todo animal terrestre, y a toda ave del cielo y a todos los reptiles de la tierra, a todo ser animado de vida, les doy la hierba verde como alimento.» Y así fue. 31 Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien. (Gn 1)

Agradecemos al Dios infinito ese comentario suyo de que estaba bien cuanto estaba creado y que cuando aparece el hombre, que es la imagen de Dios, entonces todo estaba muy bien. No bien, sino muy bien. Es el coronamiento. Y es triste que muchos no lleguen ni a acertar a eso, a vivir como coronamiento de la obra de Dios en la creación.

En ese relato se transparenta la infinita inteligencia de Dios. Tan enorme inteligencia que aún no hemos podido llegar a saber a dónde llega la creación. Si tiene límites, si no, cómo es. Incluso en lo más pequeño, durante muchísimo tiempo se habló del átomo (=el no divisible) y luego resulta que sí, que es divisible, y aún no se acaba de saber exactamente todo lo que hay ahí. Su inteligencia es infinita, y nuestro esfuerzo de siglos no la acaba, no la agota. Pero quiero subrayar que Dios no sólo puso inteligencia sino que puso bondad. Ese ritornello ‘y vio Dios que estaba bien’, y vio Dios que era bueno, es una especie de alerta al inicio del Génesis, para que todas las generaciones se den cuenta de que lo que pueden hacer, aparte de poner su inteligencia, es poner su bondad. Y es uno de los fallos que tenemos en nuestra cultura actual. El hombre ha crecido mucho en su inteligencia. Pero ¿a ese ritmo ha crecido la bondad en la persona humana? ¿Y la santidad? Ahora que hay más inteligencia, y el intelecto es capaz de crear más y destruir más, ello nos obliga a poner no sólo inteligencia en nuestras realizaciones, desde las más simples hasta las más inteligentes, sino añadir la bondad y abstenernos de lo que no sería bueno. La justicia, la paz y el desarrollo verdaderamente humano de nuestra cultura dependen de vigilar la bondad de lo que realizamos. No es igual. El mal va creciendo, se desarrolla, y el bien se desarrolla también.

Otra mirada de Dios es la que nos ha dado vida a nosotros. Hay una verdad teológica, cierta, que ningún creyente creo que la niegue, pero que pienso que la olvidamos muchas veces. Aparece en diversos lugares de la escritura. Y la que más me impresiona está al inicio de la carta a los Efesios.

3 Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; 4 por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor (Ef 1);

Son muchos los que creen ser amados del buen Dios desde su nacimiento, cuando lo cierto es que no nos ama por haber nacido, sino que nacimos porque cuando nada éramos para nadie, y cuando nada existía, ya éramos un pensamiento ilusionado del Padre.

Esta mirada es fundamental: la mirada desde la eternidad de ti y de mí, cuando nada existía, ya pensaba el Padre en nosotros.

Es una mirada que da vida, pero una mirada absolutamente decisiva para mi existir actual. Yo pienso que aunque no hubiera otra razón para amar a Dios, esta bastaría para que intentáramos amarle de todo corazón e intentar ser santos e inmaculados como dice el texto anterior. No en presencia de alguien, sino de Dios. Lo cual es más exigente, nos da más esperanza, porque Él no nos pide nunca lo imposible, nos da los medios cuando nos pide algo.

Ese en su presencia siempre me hizo pensar mucho. Recuerdo un gran cristiano y gran poeta, Dámaso Alonso, que sí que tenía conciencia de ese ser suyo, anterior al tiempo y que se lo agradece a Dios.

Qué soledad, Dios sólo. Solamente.
Dios y la Nada. En el no-espacio,
ardía el no-tiempo. Letal monotonía
el Dios y su vacío, frente a frente.

¡Nada, espanto, aun de Dios!
¡Ah no!, en su mente,
rosa en botón, la Creación latía.
Todo futuro ser, dentro, bullía.
(Ya Dámaso, era allí chispita ardiente.)

Fue el espacio. Fluyó, sobre el espacio
el tiempo, un terco río. Y el palacio
con flotantes antorchas, se alumbró.

Siglos…¡Mi día!: y amo, canto, pienso
yo, de Dios, ante Dios. Destino inmenso.
Él y yo: de hito en hito, Dios y yo.

Él no aparta la mirada (de hito en hito) nunca.

Y nosotros la apartamos demasiadas veces y, por eso, no acabamos de ser como Él espera.

Si el pensamiento de Dios fue para nosotros nuestro amanecer, quisiéramos, como expresó Maurice Blondel, conservar siempre por la tarde la frescura de la mañana. Ilusiones, proyectos, ayudas de Dios. Pienso sobre el futuro: es como amanecer muchas veces, muchas luces. Que no quede como marchito, como fuera de la ilusión, fuera del proyecto, fuera de lo posible. Y ese amor de Dios es el fundamento del apostolado. Conversión nuestra, pero también de otros.

También afirma Blondel:

¿Cómo presentar el cristianismo, pregunta Usted? Una sola respuesta: como Usted lo viva.

No hay otra manera.

¿Cómo presentar a Cristo? Como Usted lo ame. ¿Cómo hablar de la fe? Según lo que sea para Usted.

No olvidemos que esa mirada que da vida, lo hace también cuando algo falla en nosotros. Por algo le decimos al Padre: Aparta de mi pecado tu vista, borra en mí toda culpa, no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu. (Sal 50, 11.13)

Detengámonos un momento en la peculiaridad del amor que nos tiene Dios.

Hemos recordado antes que nos eligió en Cristo a cada uno de nosotros antes de la creación del mundo. Y entonces, si nos eligió en Cristo cuando tantos prescinden de Cristo para su vida, no es ilógico que esa vida —a veces— se vaya deshumanizando. De muchas cosas decimos ‘eso es inhumano’; quiere decir que alguien no ha llegado a la medida de lo humano. No solo de lo natural, sino de lo rasamente humano como ha dicho alguna vez Cardedal. Hay quien no llega a nivel de humanidad. En lo que sea, en crueldad, en abuso de los débiles, en lo que queráis. Nos eligió en Cristo —y por eso he hecho este comentario— a cada uno. Y si eso se deja aparte, y somos meras personas inteligentes, sin relación con Cristo, eso no es la humanidad real. Y nos sigue amando con un amor que nos alcanza como personas concretas, que somos. Dios no tiene universales (universal = aquél conjunto que abarca aquello que yo no puedo alcanzar individualizadamente, si yo no puedo pensar en todos y en cada uno de mis familiares, para mí, la familia, es un universal. La parroquia, otro universal, la diócesis, la patria, etc.). Pero Dios no tiene universales. No. Pero Dios nos ama a cada uno, porque su inteligencia es infinita, y no nos despersonaliza en grupos. Esa es otra peculiaridad de la mirada y del amor de Dios. Nosotros no podemos, pero Dios sí. Individualiza, personaliza a todos. En nuestra cultura, en la que abundan asociaciones, grupos, federaciones, etc., es importante que al hablar de la santidad tengamos ahora muy presente que para el Padre Dios somos únicos e irrepetibles. Y esa mirada se refiere evidentemente al ambiente cultural que nos rodea. Y lo digo, porque las corrientes que pretenden secularizar nuestra cultura, laicizarla, alejarla de cualquier valor trascendente, —fundamentalmente de Dios— también ahora en nuestra España, puede inducirnos a creer que la santidad es más difícil que en otras épocas de la historia. Todos nos vemos lejos de la santidad. Si ello quiere decir que nos es imposible, nos equivocamos. Si pensamos que vamos haciendo camino por muy lejos que nos encontremos de ella, estamos en lo cierto. Cada día de nuestra vida es una ocasión que Dios nos regala para que nos sigamos acercando a Él. Acercarnos, porque no consideramos tener suficiente intimidad todavía con Él, pero sabemos que nos espera cada día a partir del grado de amor que podamos tener. San Juan de la Cruz nos dirá que la medida de nuestro amor no es tanto el que apreciamos tener (amor a Dios), sino la medida del deseo de crecer en ese amor. Del anhelo de alcanzarlo, de la añoranza de mayor amor. Recuerdo que siendo joven el director espiritual me dijo: ‘Ricardo no te tomes nunca la temperatura de tu amor a Dios’. Y luego lees a san Juan de la Cruz y dices: ‘Es verdad’. La temperatura no, el anhelo, el deseo. Por ahí anda nuestro caminar hacia Dios. Por eso no podemos nunca detenernos. No. Desesperarnos no, pero detenernos tampoco. A esta actitud alude Jesús como una bienaventuranza: tener hambre y sed de santidad. Ser justo es ser santo. La respuesta a la pregunta de si podemos ser santos se convierte en la pregunta de si tenemos hambre y sed de serlo. Es la respuesta de Jesús en la cuarta Bienaventuranza.

Es como si le hubieran preguntado a Dios: ¿Puedo ser santo? y Jesús le dice: ‘Si quieres, sí’. Si tienes hambre y sed de santidad, quedarás saciado. Quizá sea esta la Bienaventuranza de mayor sintonía nuestra con el Padre Dios. Porque yo no sé si la pobreza de espíritu que tengo a Él le parecerá muy insuficiente. Puede que sí. Si la mansedumbre,… pero que yo desee, en la medida que puedo, la santidad, es decir, complacerle, en eso sí que está de acuerdo también. Y dijo Jesús que el que tenga hambre y sed de santidad será saciado. En eso esperamos.

He dicho que esa mirada que da vida se dirige también a nuestra existencia en la cultura actual. Una cultura que sufre un cambio profundo por las concausas que pretenden alejarla de Dios. Unas impensadas, otras intencionadas. Algunos dicen que es como el desarrollo normal de las ciencias, de las costumbres, de la riqueza, de la comunicación interracial, interreligiosa, etc. Todo eso es verdad. Más el añadido de los que conscientemente quieren quitar a Dios de la Historia. Dicen algunos: ‘Es que lo lleva la época’, sí, pero algunos en la mente y en el corazón. Y programadamente. Pensemos que de la Unión Europea van surgiendo continuamente incitaciones a leyes y costumbres y que de una manera curiosísima, la mayoría de las naciones de Europa dicen amén. Y no son cosas que elevan la moral o que elevan la cristiandad o que elevan el humanismo auténtico. No, no. Pero es curiosísimo que algún cerebro hay en la Unión europea, que va segregando todo un plan, que va entrando en las culturas, porque pasa en toda Europa occidental. No es sólo cuestión de la época. Leí hace bastante tiempo que si se quiere desestructurar la sociedad hay que empezar por la familia. Porque las familias son las que transmiten los valores. Y de otra parte, una sociedad sin valores, sin convicciones firmes, es mucho más manipulable por los políticos. Y eso tampoco está al margen de las ideologías que ahora a veces rigen. Un señor que no tiene convicciones, que no tiene una formación humana profunda, puede estar en manos de cualquier pensador o político, por muy flojo y torpe que sea.

La personalidad humana puede caer en la forma suprema de ausencia, que es la carencia en nuestra conciencia de la presencia de Dios. Esa es la forma suprema de ausencia. Julián Marías dijo en La perspectiva cristiana que la vida humana ha de tener sentido. Aunque no se vea claramente cuál. Puesto que el sentido pertenece a la realidad de la vida humana.

‘El hombre hace su vida, la elige. No es creador de ella, pero sí autor de ella. Ello nos conduce a un conocimiento que nos brota del hondón de nuestra alma. Que la vida terrena en este mundo aparece como elección de la perdurable. Consiste en decidir “ahora” quién va a ser “siempre”. Esa es la vida tuya y la mía. Decidir ahora lo que quieres ser siempre.

No hasta la muerte, sino hasta el más allá. Y dice después:

‘Querer arrancar las raíces cristianas de nuestra civilización, supone olvidar que desde hace dos mil años, el hombre tiene algo radicalmente nuevo que no se acaba de poseer sino por partes, con desamor, abandonos, infidelidades, algo que está delante de nosotros, como algo que hay que conquistar. Algo, no se olvide, que está frente a nuestra libertad sin forzarla.’

Otro actual teólogo afirma que la historia de la humanidad tiene una nota bene[1] que no se puede olvidar Y esta nota bene es la Encarnación del Verbo hecho hombre, que condiciona y cambia la perspectiva de la historia. Una nota bene que quiere ser olvidada por algunos.

El pensamiento de que ‘Dios me mira cuando pienso en Él’ se refleja en aquel pasaje en que Agar (la esclava de Sara) define a Dios como a Aquel que me ve... Dios anima a Agar que se halla en el desierto con su hijo. Y ella le dice: ‘Tú eres El Roí’ es decir, el Dios que ve. Es curioso, nadie lo ha hecho en la Sagrada Escritura.

13 Dio Agar a Yahvé, que le había hablado, el nombre de «Tú eres El Roí», pues dijo: «¿Si será que he llegado a ver aquí las espaldas de aquel que me ve?» 14 Por eso se llamó aquel pozo «Pozo de Lajay Roí». Está entre Cades y Béred.(Gen 16)

No me ve con indiferencia, sino que me ve con la mirada que tiene un padre. Que agradece, que ama, que ve que necesitas más ayuda: aquel que me ve.

Pido al Señor que nos de hasta el fin de la vida, sobre todo en las circunstancias difíciles, el convencimiento de que Él es aquel que me ve.

Ver a Dios y ser visto por Dios, gran resumen de nuestra fe.

En el Testamento del pájaro solitario, de José Luis Martín Descalzo, escrito al final de su vida, (le puso ese título porque era lo que él hubiera querido ser), dice así:

Nada estuvo más ciego que mis ojos cuando creí mi corazón perdido. En un ancho desierto, sin hermanos, nadie estaba más ciego que mis ojos. Grité: ¡Señor!, porque te habías ido, y Tú estabas latiendo entre mis manos. Ahora que estamos solos, Cristo, te diré la verdad: Señor, no creo. ¿Cómo puedo creerme lo que veo, si la fe es creerme lo que no he visto?

Una mirada a nuestro entorno y a nuestro interior.

Los hombres no somos originales ni en nuestros errores. No sólo es trágica por los efectos negativos que pueda producir sino por profundamente errónea, la actual proclamación insistente de ciertas ideas como progresistas. Más bien tienen siglos de vida y siglos de fracasos.

El doctor Corts Grau, gran intelectual y cristiano, encontró en los tiempos de san Agustín elementos de la cultura de su época muy semejante a la nuestra. He aquí algunos:

§  Una crisis profunda, agravada por el narcisismo con que la analizamos; contrastes entre el mundo y la Cristiandad;

§  Tendencias intuitivas más seductoras que disciplinadas; sustitución del auténtico espíritu filosófico por la curiosidad;

§  Posturas flotantes o truncadas que, como en el helenismo declinante, pretenden darle —en filosofía, en literatura, en arte— valor definitivo y definitorio a lo que es un balbuceo. A veces, cualquier bobada ha de ser creída y ha de ser aceptada, y no puede ser discutida.

Resume rotundas consideraciones concretas de Agustín. Lo que el hombre es, lo es por Dios y en Dios, y desentenderse de Él sería desertar de sí mismo. El alma vivifica el cuerpo y Dios vivifica el alma.

En efecto, demos una mirada a nuestro ser: nuestro tiempo es resorte de eternidad. Nuestra libertad, cooperadora de un orden que tiene raíces eternas. El pecado, juntamente con la rebeldía, es un venirse abajo lo mejor del hombre. Y ahora esto no se ve, no se le da importancia al pecado. El remordimiento es como el muñón donde sigue doliendo el bien perdido. El dolor, una llamada enérgica del orden, que acrisola la personalidad. Nuestra radical inquietud, la nostalgia del desterrado. Inquietud y dolor vienen a ser ingredientes de todo goce terreno, de suerte que el «Nos hiciste, Señor para Ti» es mucho más que un suspiro devoto: es el reconocimiento ardiente de una realidad que explica a un tiempo nuestra pesadumbre y nuestra esperanza capaz de conjurar todas las pesadumbres; un respirar por la herida en el ser del hombre por la propia divinidad providente.

Esa tendencia a buscar a Dios. Ese ver que algo le falta a alguien aunque uno no se de cuenta de lo que es, cuando está sin Dios. Dice que es una herida que el Dios providente puso en el hondón del alma. Ese anhelo de Dios.

Lejos de ser un extraño, Dios es lo más entrañable del alma. Y solo cuando el hombre tiene conciencia de que los dos puntos focales del hombre y la humanidad consisten en devolver a Dios lo que era de Dios, se sitúa dentro de las coordenadas reales de su existencia. Y puede verdaderamente entenderse a sí mismo y consiguientemente actuar en plenitud como hombre, tanto en su propia realización, cuanto en sus relaciones interpersonales y en su actitud hacia la naturaleza.

Un inciso: el primer ecologista es Jesucristo. Hace 2000 años a nadie le importaba si la orilla de un lago o de un río estaba sucia. El día de la multiplicación de los panes y los peces, les pide a los apóstoles que recojan todo lo que sobró.

Me atrevo a afirmar que cuando el hombre se cierra a todo sentido trascendente, la materia que le rodea y que forma parte de sí mismo, tiene suficiente fuerza para rebajar al hombre a su condición de cosa. ¿Qué es un niño no nacido? Una cosa.

Dios mismo ha entrado en la historia. Se ha hecho, en la Encarnación, encontradizo, palpable, compañero en el camino del hombre. Permanece en la historia presente, al lado y en el interior de los hombres, en la comunión de la Iglesia. Una fe que es tú con Dios, aquel con Dios. Yo con Dios, con contactos individualizados, no existe. Cabeza Jesucristo, Esposo de esa Iglesia es Jesucristo, Cabeza de esa Iglesia. Y ahora se quieren realizar individualismos o grupos que son cristianos, pero no creen en la Iglesia.

Pueblo de Dios, sí. Más: el Cuerpo de Cristo; más: la Esposa de Cristo. Lo cual supone cariño, respeto, subordinación. No es un pueblo amorfo y es bastante más que un pueblo.

Dios es, para quien ha encontrado a Jesucristo, y para quien se ha dejado alcanzar por Él, no un interrogante desconocido, sino una compañía benévola y amiga, que sin dejar de ser misteriosa, —incluso el misterio se ve más grande en esta gratuidad humilde del donarse de Dios—, es plenamente humana, puesto que sostiene y acompaña la vida como gracia en la humanidad de la Iglesia. Quiero decir que Dios se revela en el Verbo, pero no se desvela. Desvelarse sería verlo enteramente. Y no porque quiera ocultarse, sino porque tu mente y mi mente, y mi amor, no están en niveles aún de poder ver a Dios. Esta experiencia para todo creyente es determinante de toda existencia, porque en ella se nos da todo como gracia. Y se ilumina y se cumple ya aquí de forma incoada pero real, según la tensión del ya, pero todavía no, del misterio de la existencia. El ya de muchas cosas, pero el todavía no de otras. Nos dice la escritura: ‘Ya somos hijos de Dios’, pero no ha aparecido todavía lo que seremos (Cfr. 1Jn 3, 2).

En toda época, pero más que nunca ahora, los cristianos hemos de salir por arriba. Referido a la forma de seguir en una ascensión de montaña. Salir por arriba era hacer cima. Y había momentos en los que había que decidir, porque ya no había manera de volver atrás. Eso lo aplicaba, no sólo a la ascensión en el montañismo sino también a la interioridad. Al servicio, a la oración, al amor a Dios, a mil cosas: salir por arriba.

 



[1] Definición del DRAE: (Loc. lat.; literalmente, 'observa bien').

1. expr. U., especialmente en impresos o manuscritos, para llamar la atención hacia alguna particularidad.