2ª Med. Principios de la teología de San Pablo:
Gratuidad; Universalidad; Dirección existencial.

Vamos a reflexionar en lo que podríamos llamar los principios arquitectónicos de la teología de San Pablo. Que se sustenta -como en un trípode- en tres realidades: la gratuidad, la universalidad y la dirección existencial.

El primero y radical principio arquitectónico que sostiene todo el edificio de San Pablo, es la gracia que nos salva.

Y a partir de aquí, con una infinita riqueza de variaciones, San Pablo abarca todas las situaciones, muy diversas, por las que atraviesa su vida de evangelizador, de seguidor de Cristo.

Esta gracia que nos salva, transforma en él, como tiene que transformar en nosotros, el modo de concebir las relaciones con Dios, el modo de concebir las relaciones dentro de la comunidad de los creyentes, y el modo de concebir las relaciones de la Iglesia con el mundo.

Las relaciones con Dios. Porque desde este principio (la gracia que nos salva) que forma parte del núcleo de la fe y del amor de San Pablo, él concibe las relaciones con Dios, como unas relaciones de acogida, y de gratuidad. Acogida de Dios, de la gracia de Dios. Y como es gracia, es gratuita. Y en la comunidad, consecuencialmente, el orden que debe reinar es la entrega mutua, no la justicia estricta. Claro que es un desastre que ni siquiera haya la justicia, pero supuesta la justicia, no quedarse en lo estricto de la justicia, sino dar un paso más que es la entrega mutua.

Si Dios me entrega gratuitamente su gracia, que me ofrece para que yo la acoja, semejantemente también mi relación con la comunidad tendrá que ser esta entrega, como la que Dios hace de su gracia a mí. Y si hablamos de la comunidad como tal -no de mi relación con ella-, de la Iglesia en sus relaciones con el mundo, tendrán que ser relaciones de servicio, no de poder, ni de bombo y platillo, ni de autoglorificación.

Todo esto arranca de este principio: la gracia que nos salva. Salvación-gracia, gracia-salvación.

Pero aún se puede dar un paso más, y es interesante ver que esta gracia que me salva es la raíz que ha estructurado toda la misión de San Pablo. Y mira que no es poca… Pues bien, esta misión, este envío, este testimonio, esta evangelización, se estructura también en torno a este principio de la gracia que salva. En primer lugar porque ¿qué es lo que hay que anunciar? Lo tengo que anunciar es esto: la gracia salvadora. El evangelio que tengo que llevar a todos, dice Pablo, y también a nosotros, es este: la gracia que salva. Y de hecho, si vamos leyendo las cartas de San Pablo, vemos que es casi monótono, temático, constante, en el anuncio misionero de San Pablo: “Cristo ha muerto, Cristo ha resucitado por nosotros y por consiguiente, nosotros hemos sido salvados por el amor gratuito de Dios que se muestra en la cruz y no en nuestras obras.”

2 Timoteo 1:9

9 que nos ha salvado y nos ha llamado con una vocación santa, no por nuestras obras, sino por su propia determinación y por su gracia que nos dio desde toda la eternidad en Cristo Jesús (2Tim 1)

Y en segundo lugar, esta gracia que nos salva que hay que anunciar, es la raíz de la universalidad del anuncio. Y es el anuncio mismo, y es la raíz de que este anuncio sea universal.

Que la salvación está en la fe, no está en las culturas. La salvación está en la fe, no en los territorios. No en las lenguas, las mentalidades, no está en las ideologías. La salvación está en la fe que nos salva.

Todas las culturas pueden abrirse a Cristo, ningún pueblo puede imponer a los demás en nombre de Cristo su propia cultura particular.

Hemos dicho: gratuidad y universalidad. Y en tercer lugar, esta gracia que me salva indica, señala, la dirección de la existencia. Si la gracia que me salva es la raíz de todo, debo entender el ser humano como un don gratuito, como una existencia regalada.

Por tanto, no puedo yo quedarme encerrado en mí mismo, sino que he de abrirme y convertirme también yo en don gratuito para todos, y si esto no fuera así, interrumpiríamos este dinamismo de Dios en nosotros; estaría distorsionado. Porque el hombre estaría invirtiendo el amor. Un amor gratuito, que le llega gratuitamente, para que lo acoja, lo estaríamos invirtiendo: ya no sería un don que yo también estoy llamado a donar, a regalar, puesto que soy regalo de Dios. Ya no sería un don: sería una posesión. Ya no sería un servicio, sería un poder.

* En el centro del discurso teológico y de la vida apostólica de San Pablo, está la experiencia de su vocación-conversión. Que están inseparablemente unidas. Palabra y vida, como en todos los santos, son una sola realidad. O dos aspectos de la misma realidad. Y cuando San Lucas, en los Hechos de los Apóstoles hace referencia a la conversión de San Pablo, subraya que la conversión que él ha experimentado se mueve en el ámbito de la gracia y, en segundo lugar, que se trata de una iniciativa divina: por sí solo, Pablo no se hubiera convertido en Apóstol de los gentiles.

Por esto, su misión obedece a un designio divino: no es una decisión humana. Porque su conversión, sin interrupción ni en el tiempo ni en el corazón, ni en la mente, va unida a la vocación: es una gracia de Dios que se le ha dado por iniciativa gratuita de Dios, y por eso, Pablo tiene clarísimo que es un designio de Dios.

Y para que se vea bien esto, Lucas, enfatiza la condición de implacable perseguidor de los cristianos que tenía Pablo.

1 Entretanto Saulo, respirando todavía amenazas y muertes contra los discípulos del Señor, se presentó al sumo sacerdote (Hch. 9)

Luego cuando les cuenta su conversión a los judíos de Jerusalén:

4 Yo perseguí a muerte a este Camino, encadenando y arrojando a la cárcel a hombres y mujeres (Hch. 22)

Y cuando explica su conversión delante del Rey Agripa:

9 «Yo, pues, me había creído obligado a combatir con todos los medios el nombre de Jesús, el Nazareno. 10 Así lo hice en Jerusalén y, con poderes recibidos de los sumos sacerdotes, yo mismo encerré a muchos santos en las cárceles; y cuando se les condenaba a muerte, yo contribuía con mi voto. 11 Frecuentemente recorría todas las sinagogas y a fuerza de castigos les obligaba a blasfemar y, rebosando furor contra ellos, los perseguía hasta en las ciudades extranjeras. » (Hch. 26)

 

Se enfatiza esta condición de perseguidor, para que se vea que la conversión, iniciativa de Dios, gracia de Dios, es un cambio brusco y radical, que opera Cristo en el alma de San Pablo. Un Cristo que se identifica con aquellos a los que Pablo persigue y amenaza, contra los que vota para que sean encadenados, encarcelados y muertos.

En 9, 3:

3 Sucedió que, yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le envolvió una luz venida del cielo, 4 cayó en tierra y oyó una voz que le decía: «Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?» 5 Él preguntó: «¿Quién eres, Señor?» Y él: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues (Hch. 9)

Cristo se le aparece como en una Teofanía del Antiguo Testamento: la luz. Que sale en los tres relatos. La luz. Una luz poderosa, potente. Que es la propia de las manifestaciones del Dios en el Antiguo Testamento; del Dios vivo que está rodeado ya de la gloria divina. Este es el Cristo que se le aparece a Pablo, y que además se identifica con aquellos a los que persigue, con los cristianos, en una misteriosa comunión-identidad de Cristo con sus seguidores. Por tanto es el Cristo glorioso, el Cristo resucitado, el Señor. Por esto él siempre habla de El Señor; de mi Señor. Porque es el Cristo Resucitado, glorioso, que se hace solidario con los cristianos.

Esta experiencia, este cambio tan brusco y radical operado en San Pablo, es lo que le hace descubrir toda esta inagotable gratuidad del amor de Cristo. Porque se preocupa de salvar por gracia a su perseguidor. La gracia que me salva. ¿Cuál es el insondable, el inabarcable, amor de Cristo? ¡Que se ocupa de él! El que era ‘mi perseguidor’! Porque Cristo en esa misteriosa comunión con sus discípulos, habla de sí mismo. Por eso San Pablo insistirá en sus cartas una y otra vez que es la gracia la que salva. Es la salvación-gracia, la que viene de Dios, y sólo de Dios, la que me salva. Lo que me salva es esta fe por la que yo acojo la gracia salvadora. No son las obras.

Y dice en 1 Co:

Y en último término se me apareció también a mí, que soy como un aborto.

Pues yo soy el último de los apóstoles: indigno del nombre de apóstol, por haber perseguido a la iglesia de Dios.10 Mas, por la gracia de Dios, soy lo que soy; y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo. (1Co. 15,8-10)

Insiste tanto en esta realidad de la gracia, que más que la conversión, en lo que pone el acento es en la gracia que le convierte.

Por tanto, para San Pablo es esta gracia que le ha sido regalada por el Resucitado que se le aparece a él indigno perseguidor; y que con esta gracia le llama a convertirse, y a convertirse en apóstol.

Por tanto, en aquella Teofanía, se produce  el encuentro personal con el Resucitado, que para él es la manifestación visible del amor invisible de Dios.

Por tanto, el cambio de San Pablo es un cambio teológico. No es un cambio moral, de comportamiento moral. Él no era un zarrapastroso, no era un vicioso, no era un hombre perdido.

En Flp 3 hace mucha gracia ver su currículum:

5 Circuncidado el octavo día; del linaje de Israel; de la tribu de Benjamín; hebreo e hijo de hebreos; en cuanto a la Ley, fariseo; 6 en cuanto al celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia de la Ley, intachable. (Flp 3)

Él no necesita ningún cambio moral. Es un fidelísimo cumplidor de la ley de Dios, y además, mejor Rh no puede tener: hebreo, hijo de hebreos, de la tribu de Benjamín…

El cambio no es moral, es de mentalidad y de criterios. Es teológico. Y esta es la conversión que tenemos que hacer nosotros. Él no es un transgresor de la ley. En la vida de San Pablo es esta experiencia de la gracia que le convierte y le llama a la vocación al apostolado; no es un cambio moral, sino que es una revelación, una luz que le revela, que le da a conocer, la identidad de la Persona de Jesús. De Jesús que es El Señor. Le da a conocer el acontecimiento Pascual de Jesús, muerto y resucitado. Y a semejanza de otros profetas como Jeremías, o Isaías, ve y experimenta esta absoluta gratuidad de la iniciativa de Dios: desde el vientre de mi madre. Y ¿qué obras hace uno en el seno materno? Ninguna. Enredar un poco a la pobre madre. Como no sea alimentarse pasivamente en las entrañas de la madre…

Este es el principio arquitectónico de la vida y de la enseñanza de San Pablo: la gratuidad. Que también tiene que ser el camino que nosotros tenemos que ir abriendo.

* Y el paso consecuencial de esta gratuidad, es la universalidad.

La universalidad de la misión. La razón es la gratuidad: si la salvación de Cristo es gratuita, es también incondicional, y si es incondicional, ya no tiene cabida que distingamos entre unos pueblos y otros pueblos, entre próximos y lejanos, entre unos que son así y otros que son asá. Unos blancos y otros negros y cobrizos y amarillos…

Por eso el daño más grande que se ha hecho a la Iglesia, no han sido los herejes, porque ellos han obligado a profundizar en la fe y la han replanteado de una manera más clara, más fuerte, para que haya como una respuesta a ese virus que se ha inoculado en la Iglesia. Lo que ha hecho daño a la Iglesia en su historia es el nacionalismo. Basta con leerla.

Porque no tener esta mentalidad universal, es negar la gracia. Negar la gratuidad de Dios, es poner condiciones. Pablo siempre fue un valiente defensor de la libertad del evangelio. En qué sentido: en que ante esta gratuidad, ante esta gracia que salva, que es la que yo tengo que anunciar, y por tanto sin condiciones, porque es gratuita, caen las barreras entre los hombres y entre los pueblos. Ya no hay pueblos dignos y pueblos indignos. Por el simple motivo de que el amor de Dios es gratuito. Y no está condicionado por las obras de los hombres. No está condicionado por su pertenencia a un pueblo o a otro pueblo. Y esto hay que hacerlo entender.

* En tercer lugar, esta gracia que me salva señala la dirección de la existencia.

Y aquí yo me fijaría en Filipenses. Vuelve a hablar de su conversión y recurre a una imagen muy sugerente, que es la imagen de la carrera y de la conquista. De tal manera que Cristo ha perseguido a Pablo, para conquistarlo, pero después de haber sido conquistado Pablo por Cristo, es Pablo el que corre detrás de Jesús.

12 No que lo tenga ya conseguido o que sea ya perfecto, sino que continúo mi carrera para alcanzarlo, como Cristo Jesús me alcanzó a mí.13 Yo, hermanos, no creo haberlo ya  conseguido. (Flp 3)

En este juego en que alcanzar significa aferrar, ganar, incluso sorpresivamente.

Y Cristo ha aferrado a Pablo, como nos quiere aferrar a cada uno de nosotros, y le ha sorprendido, porque iba en camino contrario. Y le sujeta firmemente. Y le toca, y se posesiona de él por el Espíritu Santo. Por tanto, la acción en su totalidad es iniciativa de Jesús, es totalmente gratuita. Incluso sorpresiva para Pablo: es Jesús el que ha buscado a Pablo, no al revés. Ahora eso sí, después la búsqueda parece invertirse: ya es Pablo el que aferra a Jesús.

Por si consigo alcanzarlo, porque yo he sido alcanzado por Jesús.

Consecuencia: este encuentro con Cristo ha abierto a Pablo unos horizontes que no sospechaba. Hasta el punto de que estos horizontes han borrado las cosas de antes. Por eso dice en el versículo 13:

Pero una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante (Flp 3, 13)

Es lanzarse en persecución de esta novedad que le ha revelado Cristo, sin volverse atrás. Pablo emplea un lenguaje enérgico y con mucho color:

7 Pero lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. 8 Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo, 9 y ser hallado en él, no con la justicia mía, la que viene de la Ley, sino la que viene por la fe en Cristo, la justicia que viene de Dios, apoyada en la fe, 10 y conocerle a él. (Flp 3)

Es un texto lleno de expresividad. Lo que antes para Pablo era lucro, beneficio, ventaja, ahora es todo lo contrario: ahora es pérdida: algo inútil. Incluso desventajoso, dañino. Aquí está la radicalidad de la conversión de Pablo en términos muy fuertes. Pero advirtamos bien: aquí no se trata de un Pablo ascético o dualista. Pablo no está oponiendo las cosas de este mundo, la materia, frente a las cosas del espíritu. Pablo no está oponiendo las cosas de la tierra con las cosas de allá, del cielo. Pablo no tiene nada de dualista. Ni de escatológico en este punto, ni de ascético. Aquí no dice Pablo que haya dejado las cosas de antes porque le hayan decepcionado. Ni porque fueran inconsistentes. Las cosas de antes siguen siendo lo que eran. Con el valor que tuvieran. Porque la ley tenía su valor. Y ser de la tribu de Benjamín, también. Y ser circuncidado el octavo día, también. Y ser hebreo hijo de hebreo, también.

Tiene el valor que tiene, pero para Pablo han perdido valor. Tienen el valor que tienen, objetivamente. Pero para Pablo con este encuentro de Cristo, han perdido valor.

Porque Pablo se ha topado con algo inmensamente más grande. El conocimiento de Cristo mi Señor. Es la perla, el tesoro. Aquí se ve cómo el cambio de Pablo es de orden teológico y no de orden moral. Y en el contexto en que lo dice, es un contexto dialéctico. Es un contexto hostil. Polémico. Porque al comienzo del cap. 3 dice:

2 Guardaos de los perros, guardaos de los malos obreros, guardaos de los que mutilan el cuerpo. Porque ahí está su novedad. (Flp 3)

La novedad teológica que es la nueva manera de pensar y de creer la relación con Dios. Los perros, los malos obreros, que también los hay hoy, se glorían y ponen su confianza en la carne:

3 Pues los verdaderos circuncisos somos nosotros, los que damos culto en el Espíritu de Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús sin poner nuestra confianza en la carne

Y la carne no se refiere al cuerpo, a lo mundano, la materialidad. No, no es eso. Confían en la carne porque ven a Dios de abajo a arriba. Yo hacia Dios. La iniciativa es mía. Es el orgullo del hombre que cree salvarse por las obras. Por las acciones que presenta a Dios, y Dios no tiene más remedio que salvarme, porque yo le presento mis obras. “La carne” es el orgullo del hombre. Que se basa en sus títulos humanos, en sus obras, en sus acciones. Aunque sean acciones religiosas, aunque sean acciones llenas de espiritualidad. Y qué! Peor todavía! Porque el demonio se disfraza de ángel de luz. Aquí lo que está diciendo San Pablo es que la circuncisión es carne, la pertenencia a Israel es carne, el ser irreprensible ante la ley judaica es carne, el ser de la tribu de Benjamín es carne. Yo no me puedo apoyar en esto. Estos son los judaizantes, de ayer y de hoy. Nuestra justicia no es una justicia conquistada por las obras. Es una justicia que yo acojo de Dios, por tanto mi relación con Dios no es de abajo a arriba. Sino que es de arriba abajo: es descendente. El amor descendente de Dios, que gratuitamente me da su gracia.

Esto es actualísimo. Aquí está el cambio radical de San Pablo, ahí está la experiencia radical de su vocación. Y si cuenta la experiencia de su vocación, no es para hablar de sí mismo, sino para ilustrar esta convicción que él ve amenazada. Por ello, aciertan quienes dicen que los escritos de San Pablo son en resumen “el evangelio de la gracia”.

Dice en la 1Tm:

Pero encontré misericordia porque obré por ignorancia cuando no era creyente. 14 Pero la gracia de nuestro Señor sobreabundó en mí, juntamente con la fe y la caridad en Cristo Jesús. 15 Es cierta y digna de ser aceptada por todos esta afirmación: Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores; y el primero de ellos soy yo. (1Tim 1, 13-)

Y desde aquí dice: pero lo que me ha sucedido a mí no constituye una excepción, que me ha pasado a mí y ya está. No es que Dios ha manifestado toda su grandeza en el hecho de que a mí me ha convertido, y me ha llamado al apostolado, yo que era blasfemo y violento perseguidor de la Iglesia. No, no. Pablo dice que lo que ha sucedido conmigo, no es una excepción, sino que es la revelación del comportamiento de Dios con cada uno de nosotros, con todos. Por tanto, nosotros también estamos llamados a recibir esta revelación. Dios quiere comportarse y se comporta como hizo con San Pablo. Y por eso dice:

16 Y si encontré misericordia fue para que en mí, el primero, manifestase Jesucristo toda su paciencia y sirviera de ejemplo a los que habían de creer en él para obtener vida eterna. 17 Al Rey de los siglos, al Dios inmortal, invisible y único, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén. (1Tim. 1)

O sea, que lo que ha demostrado Jesucristo de generosidad y de amor gratuito con Pablo, es una experiencia, una demostración sensible, real, histórica, para que también nosotros percibamos que este es el comportamiento que Dios tiene con cada uno de nosotros: para que los que crean en Él consigan la vida eterna.

Por tanto, todo esto que estamos diciendo de San Pablo, es algo no para ser admirado y agradecido, sino para que nos interpele también a nosotros. Porque también nosotros estamos llamados a hacer este mismo camino, esta misma experiencia de Pablo.