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El Padrenuestro Tiana, 9-11 de abril de 1999 Director: Mn. Manel Homar Preliminares Preliminares Aquí no decimos nada nuevo, pero la Palabra de Dios es siempre nueva. Hay que hacer un esfuerzo psicológico de callar por dentro y por fuera. Olvidarse de mis cosas. El protagonista es Dios. Es Él quien me ha traído. Estamos en la Iglesia. Venimos para estar con Jesucristo. Venimos a darnos del todo a Jesucristo en la medida en que seamos capaces. A convivir con Jesucristo: "Permaneced en mí, como yo en vosotros." (Jn 15,4) Ratos de oración, de trato amistoso con Aquél que sé que me ama. Debo buscar la postura y el lugar. Oración: conciencia de la presencia de Dios en mí. Hay que estar con paz: "No se turbe vuestro corazón..." (Jn 14,27) Silencio. Esperanza: Desear confiadamente recibir aquello que Dios me quiere dar. Dejar que Dios haga los planes y nos dé lo que Él nos quiere dar. No podemos conformarnos con nuestra vida. No puedo vivir de mediocridades. Que sea su hijo cada vez más. Él me da todo lo que necesito para vivir como hijo suyo. Es urgente nuestra propia santificación. Necesitamos progresar en la fe, la esperanza y la caridad. Dios no se conforma con tener hijos que vayan tirando. Dependiendo de cómo vivimos nosotros, también va a depender cómo van a vivir otros. Mc 10, 46-52:
Hay que arrojar el manto y seguir a Jesús. El Padrenuestro es la oración que Jesús ha querido dejar a sus discípulos. Para que comprendamos la relación coherente que los bautizados deben tener con Dios. Coherencia significa que según pensamos, vivimos, o en cristiano según creemos, vivimos. El Padrenuestro condensa el contenido central de la fe y la enseñanza de toda la Iglesia. Dice Tertuliano que es la síntesis de todo el Evangelio. Aparece en dos Evangelios. Nosotros usamos la forma de Mt 6, 9-13:
También está la forma más breve de Lc 11, 2-4:
Mateo lo pone dentro del contexto del Sermón de la Montaña, que es un programa relativamente completo de la práctica cristiana. La oración cristiana es un diálogo, no un monólogo. Es el diálogo entre Dios y tú. Así nos lo enseña Jesús. Padre nuestro que estás en el cielo Nadie puede decir esto si no fuese por el Espíritu Santo que el Padre y el Hijo nos han regalado. Gal 4,6:
Dios es nuestro Padre porque antes es Padre de su Hijo. Hemos venido a los Ejercicios para convertirnos. Convertirse es transformarse en mejor hijo de Dios. Si me quiero convertir es que deseo parecerme a mi Padre Dios. Y Dios quiere que nos parezcamos a Él. Jesús dice en Jn 12, 45: y el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado. Los demás han de poder decir de nosotros: viéndote a ti, veo al Padre. La Iglesia tiene que manifestar el rostro del Padre. Eso supone por nuestra parte un corazón humilde y confiado.
Jesucristo nos ha constituido en familia. Por eso decimos Padre nuestro. Si no, diríamos: Padre mío. La oración no se hace nunca solo. En esta relación padre-hijo, cuando dice que Dios es mi Padre, supone la imagen del padre que comprende al hijo y al hijo que tiene confianza total en el padre. Al decir que estás en el cielo es para no banalizar esta expresión de Padre. La de Dios es una paternidad perfecta. La humana es imperfecta. En los cielos, quiere dar a entender esta perfección de paternidad. Jesús se refiere a mi Padre celestial en multitud de ocasiones en el evangelio: Mt 7, 21; 12, 50; 15, 13; 18, 10; 18, 19; 18, 35 y a vuestro Padre celestial (que está en los cielos) en Mt 5, 16; 5, 45; 5, 48; 6,1; 6, 8; 6, 26; 6, 32; 7,11; 18,4; 23, 9 y seguramente en más lugares. Hemos de hacer de Jesús nuestra vida. Dejar que haga de nuestra vida su vida. Entonces es fácil vivir el evangelio. En la medida en que dejo que el Espíritu Santo se dirija a Dios llamándole Padre. ¿Cómo podemos orar? Los seis tiempos de la vida contemplativa (reproducidos en el pórtico norte de la catedral Notre Dame de Chartres por un escultor del siglo XIII). He aquí, por orden, los seis temas de la vida contemplativa: La Virgen se recoge, abre su libro, lee, medita, enseña, entra en éxtasis. Escojamos sencillamente algunas de las escenas:
Podríamos examinar, Una vez que somos conscientes de ser hijos de Dios, el Espíritu filial hace surgir de nuestro corazón 7 peticiones. Las tres primeras más teologales, las cuatro últimas ofrecen nuestras miserias a su gracia. En el ambiente cultural bíblico, el nombre es para la persona y nunca aparece reducible a una pura denominación. Nombre y persona se identifican. Imponer el nombre es reconocer la existencia de una persona. Es algo propio de Dios, pero ha dado a los hombres la facultad de hacerlo, por nuestra participación de la paternidad de Dios. Hay momentos de la Biblia en los que vemos que Dios cambia el nombre de ciertos personajes. Por ejemplo en el caso de Abraham. Cuando se le da una misión a alguien. Supone un cambio ontológico. Un cambio esencial. Así, cuando es bautizado un niño, pasa de ser criatura a ser hijo de Dios. El nombre manifiesta y expresa lo que es la persona. Dios es el tres veces Santo: Is 6,3 3 Y se gritaban el uno al otro: «Santo, santo, santo, Yahveh Sebaot: llena está toda la tierra de su gloria.». La santidad de Dios se manifiesta en la creación y en la historia. Podemos conocerlo por la razón natural. Conocemos su santidad por la perfección, la belleza y la bondad de lo creado. Lo que se manifiesta de Él, la Sagrada Escritura lo llama Gloria, la irradiación de su Majestad: 6 Apenas inferior a un dios le hiciste, coronándole de gloria y de esplendor (Sal 8,6). Dios creó al hombre coronado de gloria, es decir de santidad. Rom 3, 23:
A partir de entonces, Dios manifestará su Santidad revelando y dando su Nombre, para restituir al hombre "a la imagen de su Creador" (Col 3,10). Empieza a revelarlo a Moisés (cf. Ex 3,14) Cuando alguien nos interesa de verdad, lo primero que necesitamos es preguntar el nombre. Así Moisés en Ex 3, 13:
Dios es el que existe. Dios es la realidad. Trasciende el espacio y el tiempo. Dios manifiesta su nombre gradualmente. Finalmente, el Nombre de Dios Santo se nos ha revelado, en la carne, en Jesús, Salvador. Jesús nos "manifiesta" el nombre del Padre ( Jn 17, 6: 6 He manifestado tu Nombre a los hombres que tú me has dado tomándolos del mundo. Tuyos eran y tú me los has dado; y han guardado tu Palabra.) porque "santifica" Él mismo su Nombre (cf. Ez 20,39; 36, 20-21) Hasta Él, Dios no puede manifestarse como Padre. Pero Jesús, el Hijo de Dios hecho Hombre, al vivir como Hijo, cumpliendo en todo la voluntad del Padre, ha santificado el nombre de Dios. El pecado impide esa santificación del nombre de Dios. Ez 36, 22: 22 Por eso, di a la casa de Israel: Así dice el Señor Yahveh: No hago esto por consideración a vosotros, casa de Israel, sino por mi santo nombre, que vosotros habéis profanado entre las naciones adonde fuisteis. Jesucristo es el fiel. Santifica el nombre de Dios. Pero no debemos confundirnos: no es que nosotros podamos añadir nada a la santidad de Dios, Ezequiel nos lo aclara:
De lo que se trata es de una participación, cada vez más difundida, de esta santidad al pueblo. Cuando el pueblo se deja santificar por Él. Supone una alabanza y una acción de gracias. En la medida en que somos santos, santificamos el nombre de Dios. Jesús se atreve a decir: sed perfectos como mi Padre celestial es perfecto (Mt 5, 48). Nos invita a tener las mismas actitudes que su padre celestial. Que amemos como Él, que perdonemos como Él Estamos llamados a la santidad. Que estamos llamados, quiere decir que eso es lo que Dios espera de nosotros. Lo lógico de un bautizado es que llegue a santo. El Vaticano II lo recuerda en la Lumen Gentium. Decir santificado sea tu nombre es lo mismo que decir espero que Dios me haga santo. El santo es la persona humana que ha llegado a la perfección de la propia personalidad. Y eso lo hará el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el único que nos puede realizar. Y el santo es la persona realizada. Esta plena realización es la vocación que Dios me ha regalado. El único problema es rechazar la santidad por el pecado. La santidad es pues la realización plena de nuestro entendimiento, nuestra voluntad, sensibilidad e instintividad. Cuando pedimos que santificado sea tu nombre, pedimos que su santidad permanezca en nosotros. He de preguntarme hasta qué punto creo en mi santidad y en la santidad de los demás. He de preguntarme si mi testimonio provoca anhelos de santidad en los demás. 16 Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. (Mt 5,16) Nuestro testimonio ha de ser sobre todo un testimonio de vida. Y necesariamente ha de chocar. Santificado sea tu nombre coincide con el 2º mandamiento de la Ley de Dios. Es reconocer en los demás la presencia de Dios. ¿Cómo veo yo a los demás? ¿Reconozco esa presencia de Dios en los demás? ¿Qué sentido tengo de lo sagrado? ¿Cómo reconozco la presencia de Dios en la Eucaristía? ¿en los pobres? Se preguntaba el cardenal Newman: "Los sentimientos de temor y de 'lo sagrado'. ¿Son sentimientos cristianos o no? Nadie puede dudar razonablemente de ello. Son los sentimientos que tendríamos si verificásemos su presencia. En la medida que creemos que está presente, debemos tenerlos. No tenerlos es no verificar, no creer que está presente". Contemplemos la obra de Dios en la creación, en la historia de la salvación, en la fidelidad de Dios, en su misericordia, en Jesucristo, en los santos. Preguntémonos cuál es nuestra respuesta a la santidad que Dios me ofrece. Se refiere al reino de Dios, o dicho de otra forma, al reino del Padre que estás en los cielos. En lenguaje bíblico, en el lenguaje de Jesús, el "reino de Dios" no se limita al dominio que atañe a Dios sobre toda la creación. Va más allá. Implica una serie de iniciativas pertenecientes a Dios y al hombre. Hay dos movimientos, uno descendente y otro ascendente. Hay un movimiento descendente que supone la iniciativa de Dios por encontrar al hombre, por salir al encuentro del hombre. Eso distingue a la religión cristiana de las otras grandes religiones, donde el esfuerzo es únicamente del hombre por encontrar a Dios. Dios sale de su inaccesibilidad para ir al encuentro del hombre. Esa cercanía de Dios para con el hombre, tiene un nombre: la Alianza. La Alianza es en primer lugar una iniciativa de Dios. Luego hay un segundo paso ascendente: el hombre tiene la osadía de ir al encuentro de Dios aceptando su oferta y pronunciando su sí. Esa situación nueva en la conjunción de los dos movimientos, uno descendente y otro ascendente, es el Reino. En la Biblia aparece una primera realidad cuando llegan a la tierra prometida. Allí pide el pueblo de Dios un rey al profeta Samuel. Dios en su infinita paciencia accede y les da un rey. Pero no es de ese reinado del que hablamos. Cuando pedimos que venga su Reino esperamos otra clase de reino. Esperamos el rey mesiánico: Jesús. Mi Reino no es de este mundo. Jesucristo completa la alianza. Viene a ofrecernos la Alianza definitiva. Alianza eterna. La respuesta del hombre no es el sí a los Mandamientos sino el sí a Cristo: la fe. Venga tu Reino, es aceptar a Cristo. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma acerca del reino de Dios:
El paso siguiente es trabajar para que este Reino cada vez esté más compenetrado en toda realidad creada: en los hombres y en las cosas. Hacer posible que nuestro mundo sea el lugar donde Dios reine. Que Jesús reine en nuestro corazón. Que reine en nosotros y en los demás. Cuando cambiamos el corazón del hombre, cambiamos el mundo. Para hacer posible el Señorío de Jesús hemos de trabajar por la paz y la justicia como nos recuerda la Gaudium et Spes 22; 32; 39; 45, del Concilio Vaticano II. He de preguntarme ¿en qué medida tengo yo ese deseo de trabajar por la paz y la justicia? Mateo usa 33 veces el término reino de Dios y 2 veces el reino del Padre en su Evangelio. Este Reino de Dios en el mundo, toma cuerpo en la Iglesia. Es la primicia del Reino de Dios. Hay una dimensión misionera en este Reino: anunciar la Buena Noticia de Cristo a todas las gentes. No podemos desentendernos de crear el reino en la Iglesia y en los ambientes en los que nos movemos: con nuestras actitudes. Con nuestro quehacer. Hay que ver si nuestro testimonio es creíble. En Mt 3, 1-51 tenemos las parábolas del Reino:
El fruto del Reino es la vida nueva según las Bienaventuranzas. Mi Reino no es de este mundo. Las Bienaventuranzas responden al deseo de felicidad que Dios ha puesto en el hombre: una utopía. Es una utopía porque no se puede alcanzar con mis propios medios, pero sí con la ayuda de Dios. Y no podemos ver a Dios si no vivimos las Bienaventuranzas: 8 Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Es vivir la vida eterna desde el Bautismo. Las Bienaventuranzas son la síntesis del mensaje de Jesús. En las Bienaventuranzas descubrimos nuestra filiación. Y en ellas se nos invita a descansar en Dios: serán consolados.
Y a continuación, nos dice que somos sal y luz:
También en Mt 6, 24, nos dice Jesús que no podemos servir a dos señores:
Y en Mt 7,12-14 nos habla de la regla de oro y de los dos caminos:
Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo Aquí hablamos de la voluntad de Dios en un sentido objetivo: se trata de todo aquello que Dios ha pensado para el hombre: ante todo los mandamientos y todas las indicaciones que le llegan al hombre de la Palabra de Dios, encarnada en Cristo, e interpretada por el Espíritu. Dios ha querido darla a conocer. Dios, por medio de sus mandamientos, nos da las pistas para la felicidad. En la lectura del Evangelio, puedo ver lo que Dios Padre quiere concederme a mí: porque lo que quiere es que yo participe de la misma vida de Jesucristo, y eso está explicitado en el Evangelio. Estamos llamados a participar de la vida del Padre aquí en la tierra como Jesús. Por eso es tan necesario y urgente conocer la Palabra de Dios. Palabra hecha carne en Cristo e interpretada por el Espíritu Santo. El que tenga oídos para oír, que oiga. Decían los apóstoles en una ocasión que el lenguaje de Jesús era duro de oír. El Espíritu Santo nos lo explicará. La voluntad de Dios se manifiesta, a veces, de forma clara en mi vida. Dios nos ofrece su voluntad, pero no nos la impone. El que impone es que no ama suficientemente. Una expresión muy clara de la voluntad de Dios es la que vemos en los capítulos 5, 6 y 7 de Mateo. La voluntad de Dios viene manifestada en el sacrificio de la Misa. Que no se haga mi voluntad sino la tuya La aceptación de la voluntad de Dios por Cristo en su pasión es lo que nos ha salvado. Eso es lo que celebramos en la Eucaristía. Dios ha querido que el hombre fuera salvado por un hombre. Esa voluntad (que supone un cúmulo de humillaciones) la acepta Jesús a través de su historia personal, sin huir de la propia realidad. Acepta a la Virgen (una persona humana) como madre. Dios acepta la humillación de hacerse hombre con todas las humillaciones que eso supone. Nosotros si pudiéramos nos las quitaríamos todas. Vive la voluntad de Dios aceptando su propia historia, su propia realidad. Con su familia, con sus vecinos, con sus compañeros. Dios nos invita a vivir el hoy, mi hoy, con mis compañeros de trabajo, con mi familia, con mis vecinos, con mis realidades. Pidamos a nuestro Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para cumplir su voluntad. Danos hoy nuestro pan de cada día El problema es no confiar en el poder de Dios que nos salva. Pensar que si yo no me preocupo, ¿quién se va a preocupar? manifiesta la falta de confianza en Dios Padre. El problema no es tener miserias, sino no confiar en que Dios me las puede solucionar. Eso pasa por querer proyectar nuestros propios criterios y nuestras pobres experiencias a Dios Padre, en lugar de hacer lo contrario. Sería como pensar que lo propio de un padre fuese hacerse niño. No, lo que se espera es que el niño se haga adulto, se haga como el padre. Las peticiones del Padrenuestro que refleja nuestra propia indigencia se concretan por Jesús en el pan, el perdón, el no caer en la tentación y que nos libre del mal. Jesús nos invita además a pedir el Espíritu Santo y trabajadores para la mies (vocaciones) El Espíritu Santo no es una devoción. La necesidad del Espíritu Santo es propia de la espiritualidad cristiana. El Espíritu Santo es el que nos hace reconocer a Dios como Padre y a Jesús como Señor. La petición del pan es la petición central de las siete peticiones en la formulación de Mateo. Es la que aparece como más característica del cristiano que se dirige a Dios como Padre. Lo propio del hijo es pedir pan a su padre. Y lo propio del padre es llevar el pan a casa. Danos hoy nuestro pan. La petición del pan reconduce al cuadro de vida familiar, en el que se coloca la figura del Padre. Eso lo tenemos claro en nuestra mente, pero ¿lo vivimos así? Una prueba de ello será examinar mi actitud crítica con respecto al prójimo. Cuando la crítica juzga en la intención del otro, es mala, porque está matando al otro. No puedo pedir sólo para mí. Pido por nosotros que incluye siempre a todos mis hermanos. El pan del lenguaje bíblico es al mismo tiempo realidad concreta y símbolo. Como realidad concreta, el pan es el alimento base de la vida. Así, cuando Jesús nos invita a pedir el pan, nos hace ver que Dios se preocupa de nuestro desarrollo hasta en los más pequeños detalles. No podemos hacer un reduccionismo de Dios, en el sentido de pensar que esas pequeñas cosas nuestras a Dios no le interesan. Creer eso es desconfiar de Dios. 30 En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados (Mt 10,30). Dios se preocupa de todas nuestras cosas. Hasta los más mínimos detalles. Nos quiere y no puede dejar de querernos. Hay que pedirle el alimento hecho por el hombre y para el hombre, el cual es compartido en la familia por cada uno de sus miembros. Ese pan hace referencia también al trabajo. Trabajamos para vivir. Cuando vivimos para trabajar, hacemos que el trabajo pierda su sentido. Al pedirle el pan nuestro de cada día le estamos pidiendo que dé sentido cristiano al trabajo (cualquier trabajo) que hacemos. Él danos supone la confianza de los hijos que esperan todo de su Padre. Para ellos y para todos los hombres: 45 para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos (Mt 5, 45). O lo pedimos para todos o mejor no pidamos nada. La caridad, o es universal o no es caridad. Pero también pan es el entorno que contribuye a hacer que la vida pueda ser vivida con dignidad: el vestido, el cobijo: todo lo necesario para la vida. El hoy se repite en la petición: Danos hoy nuestro pan de cada día sería como decir: Danos hoy nuestro pan para hoy. Jesús dice del hoy: 34 Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal (Mt 6,34). Vivir el presente. Vivo el hoy, no sea que pensar mucho en el mañana haga que no me entere de lo que me está pasando hoy. Nos ahorraremos sufrimientos viviendo el hoy. Dios vive su hoy. El Hoy de Dios: Si escucháis hoy su voz Yo te he engendrado hoy Esa confianza queda muy bien expresada en Mt 6, 25-34
Es el santo abandono en la providencia. Tenemos poca fe. La muestra de que tenemos poca fe es que llegamos a no pedir las cosas que nuestro Padre nos quiere dar. Pensamos que es cosa nuestra. Que nosotros hemos de conseguirlo. Por no pedir, no pedimos ni la fe. Que no nos dé miedo saber y reconocer que tenemos poca fe. La fe hay que pedirla. Y hay que transmitirla. Así se acrecienta. La fe es la confianza: Si no os hacéis como niños Lo del pan de cada día, en el texto griego tiene un doble sentido:
Lo necesario para la vida: cualquier bien necesario para la subsistencia. Y lo más esencial que sería el significado al pie de la letra del original griego, es de suponer que se refiere (Jesús) en último término a la comunión de su cuerpo. Remedio de inmortalidad. ¿Por qué no comulgamos cada día? Si no tenemos hambre, hemos de ir al médico. Si pedimos el pan en el Padrenuestro, debiéramos ir a la Eucaristía. Hemos de ver si nos creemos que Dios nos ofrece el Pan de la Eucaristía cada día. Y si me lo ofrece, eso me obliga. Este es el último sentido al pedir al Señor que nos dé el pan de cada día. Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden La petición que encontramos en Mt formulada así:
"deudas" hace referencia a una realidad triste de la vida del hombre. Nuestra deuda con Dios es nuestro pecado. Son nuestras ofensas. El hombre debe corresponder a lo que Dios le da. Hay que dejarse amar por Dios. Dejarse querer es difícil, pues supone reconocer la propia debilidad. Recibir ya es corresponder. Rechazar lo que Dios me da es el pecado. Pecado es rechazar el don de Dios, es rechazar su Amor. Dios no se ve afectado por mi pecado, en su esencia, pero siente daño por mi pecado. Le duele nuestro pecado porque nos ama. Porque le duele nuestro mal. Dice Juan Pablo II a los jóvenes:
Por eso la primera llamada de Jesús es la llamada a la conversión. Dios ha venido a buscar a los pecadores. Ama a los hombres. Especialmente a los pecadores. Va en busca de ellos:
Lo que escandaliza a Dios no es que seamos pecadores, sino que no queramos reconocerlo. Decir perdona nuestras ofensas es reconocer que soy pecador. Pero ¿nos lo creemos de verdad? Hay una forma de saber si nos lo creemos: si te alegras cuando otro te lo dice. Esta es nuestra verdad. Reconocerse pecador provoca la gracia de la conversión y nos perdona. Dios nos perdona siempre. Dios quiere darnos seguridades. Por eso nos ha dado el signo de su perdón en el amor de Jesucristo colgado de la cruz. Y para que esa seguridad llegue más fácilmente a nosotros, ha puesto más medios: los sacramentos. Esos signos que Jesucristo encomendó a la Iglesia: a quienes les perdonéis los pecados El sacerdote en el sacramento de la Reconciliación, representa a Cristo y a la comunidad. Porque el pecado no sólo daña a uno mismo y ofende a Dios; también daña a la Iglesia. En el sacramento me reconcilio con Dios y con los hermanos. Aunque sea el pecado más secreto, mi pecado daña a mis hermanos. La maravilla del sacramento es que no sólo perdona mis pecados sino que me perdona a mí. Voy a pedir perdón porque soy un pecador, es decir para que Dios restablezca en mí lo que yo he estropeado. La Reconciliación es vivir la Pascua, cada vez se renace al hombre nuevo. El per-don es más-don, más-vida. El perdón de Dios es algo tan fuerte, que me coloca en el nivel que yo hubiera tenido, si no hubiera pecado. Es decir, hace como si mi pecado no hubiera existido. No olvida, sino que borra el pecado. La explicación del perdón de Dios está en la parábola del hijo pródigo:
El hijo pródigo, esperaba muy poco del perdón del padre. Esperaba que lo tratara como a uno de sus jornaleros. El padre le devuelve la "dignidad" de hijo. Hasta el punto de que el mayor se queja Necesito ser perdonado. El que reconoce que su libertad no la ha puesto al servicio de Dios y de sus hermanos, ese necesita ser perdonado. Esta petición comienza con un reconocimiento (una confesión): el reconocimiento de que hemos ofendido a Dios. Para sentirme pecador he de reconocer que Dios me ama. No me creo de verdad que Dios me ama tal como soy si no estoy a gusto conmigo mismo. Y al que puede darnos el perdón le decimos: perdona nuestras ofensas. Dios puede perdonarme. Reconozco su amor y mi miseria. Tengo una esperanza firme: aquellos que creen en Jesucristo reciben el perdón de sus pecados. como nosotros perdonamos Esta es condición para que se cumpla la primera, que es el perdón por parte de Dios. Con esto Jesús nos dice que la misericordia de Dios no puede entrar en nuestro corazón mientras no hayamos perdonado a los que nos han ofendido. El amor es indivisible. No puedo esperar el perdón de Dios si no estoy dispuesto a perdonar a los demás. Como dice Juan, no podemos decir que amamos a Dios si no amamos a nuestros hermanos: 20 Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Hay un signo claro para ver cómo se ama a Dios: es ver cómo se da la vida por los hermanos. Si mi caridad crece, es que mi amor a Dios crece. Si va cada vez peor, no funciona mi amor a Dios. El amor nos pide una apertura incondicional al amor del Padre. La bondad infinita del Padre hay que mostrarla en el trato con los demás hombres. El cristiano es el que reconoce en el otro a su hermano. Empezando por mis hermanos de religión es decir a mis hermanos de Iglesia. ¿Siento sus cosas como mías? Sus cosas, ¿son dones de Dios para mí? La caridad abarca a todos, incluso a mis enemigos. Ponerse en el lugar del otro es amar al otro. Como hizo Jesucristo. El se ha puesto tan en nuestro lugar que ha padecido hasta la muerte (que no merecía)
Y también:
Esta petición se repite al final del Padrenuestro en Mateo:
Una observación respecto al como que aparece en esta petición y que sale en otras ocasiones en el Evangelio: sed misericordiosos como mi Padre amaos unos a otros como yo os he amado No se trata de imitar un modelo desde fuera. Se trata de esperar una participación vital nacida del fondo del corazón en la santidad. Para poder perdonar como Dios perdona, amar como Dios ama. Dios nos ofrece el perdón como un don (su perdón) y también nos ofrece como un don el que perdonemos a los demás. No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal Las dos últimas peticiones hacen aún referencia al misterio del pecado. Presentan los elementos que lo condicionan: la tentación y el maligno. En lenguaje bíblico tentación es un conjunto de conceptos. La tentación es una prueba. Y Dios la permite. Es propio del hombre ser tentado: Jesús fue tentado. La tentación, la prueba, la necesitamos para crecer en las virtudes. Dios nos ha salvado del pecado pero no ha quitado al hombre la inclinación al pecado, la concupiscencia. En la mente de Dios hay un plan para el hombre y el hombre ha de responder a este plan por la libertad y la gracia. La tentación se da cuando una serie de valores en nuestra vida se ponen a prueba, o hay una serie de factores que ponen en entredicho aquello que creíamos bueno. Por ejemplo la situación del pueblo de Israel en su peregrinar durante 40 años en el desierto. Después de la Alianza del Sinaí, donde tienen muy claro que lo que quieren es ir a la Tierra Prometida y salir de Egipto, al cabo de tres días están ya añorando Egipto. Han salido de la esclavitud y ya se cansan de ser libres. Empiezan las incomodidades y se empieza a dudar de Dios. Y Dios que ama a su pueblo le da nuevas oportunidades una y otra vez. Incluso Moisés se desanima. Es un pueblo que se aburre de la cotidianidad. La rutina puede ser causa de tentación. La falta de acontecimientos vistosos. Siempre el mismo maná. La tentación es necesaria para que el pueblo (yo) madure. En algún momento, las circunstancias de desamparo, de adversidades, serán causa de tentación. Cuando la tentación es prueba, tiene un resultado positivo. La tentación puede hacerse negativa cuando se consiente en ella. Se consiente en ella por el mecanismo de la mentira: disfrazando el mal de bien, dándole al mal apariencia de bien. Y entonces nos atrae ese falso bien y consentimos: se produce el pecado. Como es posible caer, Jesús nos avisa: 41 Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil (Mt 26, 41). Y esto lo dice en un momento en que Él está siendo probado. Cuando está sufriendo porque ve la esterilidad de su sacrificio. Jesús experimenta de verdad el abandono de Dios al tomar nuestro pecado sobre sí. El secreto es, pues, vigilar y orar, para no dejarnos engañar por la mentira. En la oración pedimos que salga el Padre en nuestra defensa, y Él nos libera de la tentación. Otra interpretación es la tentación de la que el hombre se hace protagonista: también en la experiencia del desierto, el pueblo tienta a Dios. Pone a prueba a Dios. Tentar a Dios es esperar que Dios haga lo que quiere hacer estando nosotros de vacaciones. Por ejemplo sería tentar a Dios venir a los ejercicios sin haberlos preparado. Sería dar un Cursillo sin pedir palanca. Dios actúa en la medida que se lo pedimos. El hombre que exige a Dios lo que quiere dar pero sin pedirlo o sin poner los medios. El tercer aspecto sería la tentación que viene del maligno. El maligno en el evangelio es el llamado demonio, Satanás, diablo (el que se atraviesa en el camino). Jesús le llama príncipe de este mundo, homicida, mentiroso, padre de la mentira. Por él entró el pecado y la muerte en el mundo. Hay cosas en nuestra historia reciente que no se pueden explicar sin una intervención diabólica secundada por los hombres, como el genocidio nazi, o la corriente pro-abortista. Hay una red compleja de insidias de negatividad que tiende a envolver al hombre. En nosotros hay muchos puntos débiles, y el diablo los conoce. Mejor que nosotros mismos. No hemos de tener miedo, pero hemos de ser realistas y comprender que somos capaces de todo. Cristo ha vencido al pecado y a la muerte. Cristo dice que nos demos cuenta de que somos capaces de caer. El triunfo del demonio de hacer creer que él no existe. No hemos de tener miedo del maligno, porque Dios se ha comprometido a darnos las fuerzas necesarias para vencer al mal, oración y vigilancia:
Si hay que resumir las tres en una, diríamos que Jesús es tentado a dirigir en su propia ventaja su capacidad de hacer milagros. También se lo dirán más tarde en el Calvario: Si eres Hijo de Dios, bájate de la cruz En el desierto el diablo le tienta: si tienes hambre, come. Pero Jesús le responde con la confianza plena en Dios. En nosotros, esas tentaciones de acaparar, de buscar seguridades, de vivir para trabajar, nos dice: Buscad el Reino de Dios y todo lo demás se os dará por añadidura. En la segunda tentación el diablo quiere cargarse esa confianza de Jesús en su Padre: tírate abajo y Jesús le dice que no hay que tentar a Dios, que hay que hacer las cosas como Dios quiere, no como a uno le gustaría. Y nosotros decimos: 'si Dios existe, ¿por qué hay enfermedades, guerra, hambre?' Queremos cargarle la responsabilidad a Dios de nuestros males. A Dios se le pregunta el para qué, no el porqué. La segunda tentación sería faltar a la confianza: dudar de la Providencia. En la tercera se propone la propiedad de un reino terreno. Adorando al mal, tendrás cosas. Eso es la idolatría. Querer controlar, poseer, ver Jesús le dice que se aparte que sólo a Dios hay que adorar. En Mt 5, 37 les dice Jesús que el maligno es raíz de maldad: 37 Sea vuestro lenguaje: "Sí, sí"; "no, no": que lo que pasa de aquí viene del Maligno y en Mt 13, 19 19 Sucede a todo el que oye la Palabra del Reino y no la comprende, que viene el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón: éste es el que fue sembrado a lo largo del camino. Esa raíz constituida por el demonio que tiende a germinar Mt 13, 38 38 el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del Maligno en el corazón de los hombres Mt 9, 4 4 Jesús, conociendo sus pensamientos, dijo: «¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? haciéndose protagonistas de maldad. Los hombres saben decir toda maldad: Mt 5, 11: 11 Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. No nos engañemos. El mal existe. El diablo está como león rugiente buscando a quién devorar (I Pe 5, 8). Existe un contexto organizado de maldad que partiendo del diablo tiende a enredar a los hombres. Ante esto, solo el conocimiento en el Padre hace que el cristiano no sea alcanzado por este mal. Si todos nuestros actos vienen del Espíritu Santo no pecaremos. Se comprende más fácilmente, en este momento, que el Padrenuestro es la "síntesis del Evangelio". ¿Qué es lo que hace el cristiano al invocar a Dios en el Padrenuestro? Invoca la misericordia del Padre. A Dios Padre misericordioso lo vamos conociendo a través del rostro de Jesús. Jesús es el rostro visible de la misericordia del Padre. Con la oración del Padrenuestro cada uno descubre con profundidad quién es y a qué está llamado. Conocer a Dios como Padre y creer que me ama como hijo y que con este amor yo puedo amar a mis hermanos. |