El cielo

Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. (Col 1, 1-2)

Nosotros, que participamos de la vida del Resucitado, vamos conociendo en este mundo, las realidades eternas. Y Dios quiere que entremos en esta familiaridad con Él, viviendo lo que Él vive. Por eso hablar del cielo, es hablar de nuestra vida.

Dice san Pablo:

Pero nosotros somos ciudadanos del cielo (Fil 3, 20)

Y Pedro:

Queridos, os exhorto a que, como viváis como extranjeros y forasteros en este mundo. (I Pe 2,11)

Estamos en el mundo, pero no somos del mundo. Y por eso el mundo os odiará,

Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. (Col 3, 1-2)

Vamos al cielo. Es nuestra ciudadanía.

Queridos, os exhorto a que, como extranjeros y forasteros, os abstengáis de las apetencias carnales que combaten contra el alma. (I Pe 2, 11)

Estamos en el mundo pero no somos del mundo, y lo mismo que el mundo odió a Jesús, nos odiará a nosotros.

Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. 19 Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo. (Jn 15, 18-19)

Por eso si nuestra ciudadanía es el cielo, y estamos en este mundo caminando como extranjeros y forasteros. Lo duro que es vivir como emigrante en otra tierra, nosotros podemos preguntarnos también si nos sentimos como forasteros en este mundo, o nos entendemos muy bien. Muy a gusto: ‘como en casa en ninguna parte’ dicen algunos.

¿Cómo lo vemos?

La muerte se acerca a los fieles en la paz.

Dios concede a la hora de la muerte una gracia especial. La muerte es la puerta que nos abre el estar definitivo con Dios.

En los santos oscilan entre dos deseos: entre el deseo de morir para estar con Cristo y el de seguir aquí para servir a Cristo en sus miembros.

No quieren morir porque estén cansados de todo, sino porque tienen ganas de ver a Dios cara a cara. A Aquél que les ha querido, a Aquél que les ha acompañado, que les ha dado todo. Tienen ganas de verle. Cuando dos personas se quieren, tienen ganas de verse.

Y por otro lado, la caridad les lleva a decir a Dios que ‘si he de ser útil en este mundo, y he de trabajar por mis hermanos, que no se haga mi voluntad. Sino que se haga tu voluntad. Si quieres que me quede un poquito más, me quedaré’.

21 pues para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia. 22 Pero si el vivir en la carne significa para mí trabajo fecundo, no sé qué escoger... 23 Me siento apremiado por las dos partes: por una parte, deseo partir y estar con Cristo,.(Fil 1, 21-23)

Esta es la experiencia de los santos. En este dilema de san Pablo, finalmente prevalece el deseo de querer irse ya.

lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor; 24 mas, por otra parte, quedarme en la carne es más necesario para vosotros (Fil 1, 23-24)

San Pablo es el gran enamorado de Cristo. Y todo lo hace por Cristo. Y porque los hombres conozcan a Jesucristo. Incluso llega a decir si tuviera que condenarme para que todo el mundo conociera a Jesucristo, estaría dispuesto. Hasta ahí llega su caridad.

Vemos en los santos que la necesidad biológica de morir coincide con la necesidad espiritual de pasar al Padre. No es el deseo de morir por morir, sino el deseo de pasar al Padre. De poder ver al Padre. Verlo desde la visión, no desde la fe. Cuando el crecimiento en la gracia llega en esta vida a su plenitud, produce normalmente en los santos el deseo de morir. Al llegar a un cierto nivel de amistad con Dios, uno ya no aguanta más esa separación: muero porque no muero (Santa Teresa).

¿Qué dice la Iglesia sobre el cielo?

1024 Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con Ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama "el cielo" . El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha. (Catecismo 1992)

No nos tendría que hacer tanto ‘repelus’ que las personas que amamos, se hayan ido para el cielo. Si amar a otro es desear el máximo bien para el otro, el máximo bien para el otro es el cielo. El estado de felicidad supremo y definitivo.

Nos hemos de alegrar. Esto lo entendían muy bien los primeros cristianos: ellos ponían en las tumbas ‘nació a la vida definitiva el día tal del cual..’ y no como ponemos nosotros, que ‘murió el tal del cual’. Tenían la realidad del cielo muy cercana. Incluso pensaban que la segunda venida estaba próxima. Y que se acababa la vida terrena pronto.

1026 ... El cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a Él [Cristo]. (Catecismo 1992)

Hemos sido incorporados a Cristo a través del Bautismo, pero nuestra incorporación ha sido imperfecta. No siempre actuamos conforme a esta incorporación. Esta incorporación llega a su máxima plenitud en el Cielo.

En sus catequesis sobre el Cielo, dice Juan Pablo II que el Cielo no es una abstracción, ni un lugar físico. Dice el Santo Padre: el Cielo es una relación viva y personal con la Santísima Trinidad.

Alguno decía que cuando reza, reza a Dios y punto, y no se complica la vida pensando en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Pues no es complicarse la vida ir conociendo cuanto antes mejor a las tres personas, porque con ellos hemos de vivir eternamente. Cuanto antes los conozcamos, mejor nos lo pasaremos aquí en la tierra, y después en el cielo.

Es una pena que la gente conozca tan poco a la Santísima Trinidad. Cuanto más la conozcamos aquí, más felices seremos en el Cielo. En la medida de nuestra Caridad seremos felices en el cielo. Por eso es urgente que conozcamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. El Cielo es una relación viva y personal con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El encuentro con el Padre que se realiza en Cristo, gracias a la comunión del Espíritu Santo.

¿Nos alegramos de que Cristo esté sentado a la derecha del Padre?

Nosotros ya estamos en Cristo a la derecha del Padre de alguna manera. Pero ¿nos alegramos? ¿Tenemos ganas de sentarnos a la derecha del Padre?

En este mundo el hombre no puede ni siquiera imaginar la gloria de las estancias eternas.

En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros. (Jn 14, 2-3)

Este es el deseo de Cristo. Que podamos participar de su gloria en el Cielo.

Y san Pablo, dirá,

Más bien, como dice la Escritura, anunciamos: lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman. (I Cor 2, 9)

No tenemos ni idea de lo que Dios tiene preparado para nosotros. Pero seguro que supera cualquiera de nuestras expectativas. Dios que es el trascendente, que nos supera del todo, solo puede ser visto tal como es, cuando él mismo abre su misterio a la contemplación inmediata del hombre y cuando le da la capacidad: visión beatífica. Con la visión beatífica podremos ver a Dios tal como es. Aunque hay grados. Tal como María ahora conoce al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, no lo conoceremos nosotros, porque el nivel de gracia y de caridad en María, es insuperable. Pero cuanto más santos seamos aquí en la tierra, mejor conoceremos a Dios tal como es. En el Cielo, nadie encontrará a faltar nada, cada uno amará en la medida de su capacidad de amar. El que llegue a 10 llegará a 10, y no necesitará más, pero el que haya llegado a 100, naturalmente disfrutará mucho más.

En el Nuevo Testamento se nos presenta el cielo como un premio eterno. Es un tesoro

«El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a  esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel.» (Mt 13, 44)

Son imágenes para hablar del cielo.

La misma felicidad celestial, es tan grande, que no se puede equiparar con los sufrimientos de esta vida.

En efecto, la leve tribulación de un momento nos produce, sobre toda medida, un pesado caudal de gloria eterna, (2Cor 4, 17)

Es aquella visión de san Juan de la Cruz, en la que el Señor le pregunta qué premio quiere por tanto sufrimiento, y san Juan le dice que sufrir y sufrir más por ti. Los sufrimientos de este mundo, no tienen comparación con la gloria que nos espera.

Jesús habla a veces del Cielo como un convite de bodas o una cena festiva.

Y para ir a un convite de bodas, uno se prepara...

Y Jesús identifica el cielo como la vida eterna. Parece la palabra preferida por Jesús y los apóstoles para hablar del cielo: La vida eterna.

En Mateo y Marcos la vida eterna la presentan como el mundo futuro.

Pero el que mejor la presenta es el evangelio de Juan:

La vida eterna empieza ya aquí. Empieza en el bautismo. Es la unión con Cristo. Cristo es la vida eterna. Por tanto todos los que creen en Cristo, tienen acceso a la vida eterna. Y se poseerá en plenitud cuando la fe se haga visión del Cristo glorioso: desaparece la fe y se llega a la visión.

La sustancia de esta vida eterna, es el amor divino trinitario. Vivido en una perfecta comunión de amor fraterno. Es la aspiración máxima del hombre: saberse amado perfectamente, y poder amar perfectamente al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo y a todos los hermanos.

Los que van al cielo, no dejan las relaciones con los que nos quedamos aquí. Todo lo contrario. Las relaciones personales de los que nos han dejado, son mucho más fuertes. El conocimiento que podemos llegar a tener de una persona en la tierra, es muy pobre. Pero cuando una persona vive ya en el cielo, por Jesucristo entra en una relación personal con nosotros de una manera admirable. No es que se desentiendan de nosotros, sino que están de una manera más próximos a nosotros de lo que nos podemos imaginar. La imaginación nos falla. Nos traiciona. No nos podemos imaginar el cielo. No hay imágenes.

El Cielo es estar con Cristo.

Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros. (Jn 14, 3)

Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplan mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo. (Jn 17, 24)

Quiere que estemos con Él. Y si no tenemos demasiado deseo de cielo, pidámosle a Jesús que nos comunique el deseo de cielo que Él tiene para nosotros.

Hemos de hablar del cielo con más naturalidad. Y de la muerte. Que no sean temas tabú.

Los justos en el cielo son bienaventurados, incluso antes de la resurrección de los cuerpos que se producirá en la Parusía. Es un misterio, porque sólo está su alma, pero creemos que ya participan de la bienaventuranza eterna. Continúan en el cielo, cumpliendo con gozo la voluntad de Dios en relación con los otros hombres. Con toda la creación. Por eso está bien que pidamos la intercesión de los santos, canonizados o no canonizados.

Ellos interceden por nosotros, rezan por nosotros, nos encomiendan. Aquí en la tierra los padres sufrís cuando los hijos no responden a la fe, no llevan una vida como os parece que tendrían que llevar, sufrís. Cuando estéis en el cielo, estos sufrimientos desaparecerán, y vuestra intercesión será más eficaz que aquí en la tierra. Aquí pedimos, pero no pedimos bien. En el cielo siempre pedimos bien, porque pedimos con Jesucristo y sin condicionamientos. Los santos ya reinan con Cristo. No están sometidos a ningún poder. Sólo a la victoria de Cristo.

Pidamos al Señor que nos haga pensar y desear este cielo. Este cielo que empieza en la tierra. Este cielo del que todos hemos tenido nuestra experiencia, con nuestra relación con Jesucristo. Que podamos disfrutar de Cristo. Que Él sea nuestra vida. Que Él sea nuestro cielo. Y que las personas con las que vivimos y a las que queremos, procuremos ya vivir el cielo en la tierra.

Que el paso de este mundo a la casa del Padre nada más sea un paso cualitativo: liberarnos de todos los sufrimientos y trabajos para poder continuar lo que ya en la tierra hemos empezado. Esto es tener a Jesús resucitado como centro de nuestra vida. Como eje, como vida. Por tanto, que deseemos el cielo. Para nosotros y para nuestros hermanos. Y que montemos nuestra vida y planteemos nuestra vida para poder vivir en el cielo.

Que ayudemos a los demás a buscar este cielo, que es buscar a Jesucristo mismo. Que todo lo que no nos ayuda a disfrutar del cielo, pidamos que el Señor nos de fuerzas para que desaparezca cuanto antes mejor. Que no pongamos obstáculos a este gran regalo que Jesucristo ha ganado para nosotros sufriendo, muriendo y resucitando.

Y que está esperando como el que espera a darle un regalo a un ser querido. Cuando Dios quiera, a la hora que Él quiera, pero ya aquí nos lo va mostrando en la tierra.

Que sepamos agradecer este regalo. Que lo sepamos valorar. Y desear cada vez más con las fuerzas que el mismo Señor nos concede.