6 La Esperanza cristiana

Poesía atribuida a San Juan de la Cruz, según María de la Cruz Machurca.

Oh, si mi bajo vuelo tal fuese
que mil llamas levantase
siquiera hasta el cielo,
y allí las presentase
delante de mi Dios
y Él las mirase.

Esperanza de cielo: tanto alcanzas cuanto esperas. (San Juan de la Cruz)

Nuestro vuelo puede ser bajo pero con las llamas de la esperanza ciertamente podremos llegar hasta el cielo.

1 Después de esto, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. 2 Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. 3 Simón Pedro les dice: «Voy a pescar.» Le contestan ellos: «También nosotros vamos contigo.» Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada.

4 Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. 5 Díceles Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis nada que comer?» Le contestaron: «No.» 6 Él les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.» La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. 7 El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: «Es el Señor».Cuando Simón Pedro oyó «es el Señor», se puso el vestido –pues estaba desnudo– y se lanzó al mar. 8 Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos.

9 Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. 10 Díceles Jesús: «Traed algunos de los peces que acabáis de pescar.» 11 Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red. 12 Jesús les dice: «Venid y comed.» Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», sabiendo que era el Señor. 13 Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez. 14 Esta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos. (Jn 21, 1-14)

Se aparece Jesús a orillas del lago.

Es el momento del cansancio de los buenos. De la decepción como tentación contra la esperanza. Nos puede pasar que veamos que hemos llegado poco arriba. Y que el trozo que falta es inalcanzable. Pues la esperanza es no defraudarse, no cansarse y seguir. Si no llegamos a las cumbres, al menos llegaremos a terreno mesetario. Estamos talluditos: y vemos que no hemos logrado lo que nos habíamos propuesto; la esperanza es no decepcionarse, no cansarse,... y seguir.

Y al final llegaremos a dar a la caza alcance.

Los apóstoles han perdido la esperanza. No están los once. Están decepcionados. Habían puesto su corazón, pero…

Y tienen nostalgia de la vida pasada: se van a pescar.

Primero Pedro. Luego los demás.

Trabajan pero no pescan nada, en aquella noche.

La fe nos dice que detrás de cada noche, está Jesús. En cada noche, está Jesús.

Si llegamos será porque Dios quiere.

En la noche del pecado, o de las dificultades, o en las noches purificativas. En cada noche está Jesús (Jn 21, 4).

Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.

Como estaban cansados y amargados porque no habían obtenido fruto, no le reconocieron. Como los de Emaús. Se vuelven al pueblo. A lo de antes. Tristes.

La tristeza puede ser una alerta de la falta de esperanza.

Jesús intenta hablar con ellos. Toma la iniciativa. Se hace el hambriento ¿no tenéis nada que comer?

Les quiere recuperar. Y ellos le contestan secamente: “no”. Están desanimados, no tienen ganas de hablar. Jesús, atrevido, les dice: “echad la red al otro lado de la barca…”. Pero ellos son dóciles al plan de Jesús. Con olvido propio. A esta sugerencia fueron dóciles.

Gracias a esta humillación de no tener frutos se hacen dóciles. Se fían. Se confían. Y viene la pesca. Y la fecundidad. Y Juan, el corazón virginal, es el primero en reconocerlo. Y Pedro, por su amor, se lanza en pos de Jesús. Se lanzó al mar. El mar, que es en la Biblia el lugar inseguro, inestable, desconocido. Donde está el mal. Pero Pedro no teme nada. Salta al agua en una actitud poco razonable en la lógica humana. Juan, el contemplativo, virginal, le reconoce. Pedro, lleno de amor es el intrépido.

Jesús manifiesta una gran delicadeza. Les prepara algo de comer, para que recuperen la esperanza. Jesús les prepara la comida mientras espera. Les pide que traigan peces de los que ‘ellos’ han pescado. Les atribuye la pesca a ellos.

Hace lo suyo: dar. Lo mío, apóstol, es recibir. Eso es la Eucaristía.

El que se presenta como hambriento, les da el pan de vida. Para que recobren la esperanza. Y después vendrá la declaración de amor de Pedro.

En clave de amor de Dios, como Pedro:

·        Caer en la cuenta de que yo soy pecador.

·        No acomplejarme, no desanimarme nunca.

·        Tener conciencia del amor de Dios

Redescubren el amor de Dios. Lo reciben o se disponen a recibirlo. Este ha de ser nuestro itinerario. Juntos, en clave de familia. No estaban solos y desperdigados.

Si en el vuelo puede faltarme algo, el amor me dará altura.

El obispo Van Thuân:

Esperar hoy

La conciencia de la fragilidad del hombre y sobre todo del amor de Dios constituyen las grandes garantías de la esperanza. Van Thuân reconoce que «todo el Antiguo Testamento está orientado a la esperanza: Dios viene a restaurar su Reino, Dios viene a restablecer la Alianza, Dios viene para construir un nuevo pueblo, para construir una nueva Jerusalén, para edificar un nuevo templo, para recrear el mundo. Con la encarnación, llegó este Reino. Pero Jesús nos dice que este Reino crece lentamente, a escondidas, como el grano de mostaza... Entre la plenitud y el final de los tiempos, la Iglesia está en camino como pueblo de la Esperanza».

«Hoy día, la esperanza es quizá el desafío más grande —concluyó el predicador vietnamita— Charles Péguy decía: "La fe que más me gusta es la esperanza". Sí, porque, en la esperanza, la fe que obra a través de la caridad abre caminos nuevos en el corazón de los hombres, tiende a la realización del nuevo mundo, de la civilización del amor, que no es otra cosa que llevar al mundo la vida divina de la Trinidad, en su manera de ser y obrar, tal y como se ha manifestado en Cristo y transmitido en el Evangelio. Esta es nuestra vocación. Hoy, al igual que en los tiempos del Antiguo y del Nuevo Testamento, actúa en los pobres de espíritu, en los humildes, en los pecadores que se convierten a él con todo el corazón»

¿Me amas? Sí, Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo. A pesar de mis pecados.

¡Salve Reina y Madre!