3ª Dios te ama y tiene sed de tu amor

Hemos visto cómo Cristo Resucita, cómo se pone a caminar con los discípulos de Emaús. Pero nos tenemos que preguntar: ¿por qué Cristo resucita? ¿Por qué Cristo está vivo? Y vamos a darnos cuenta y a entrar en el misterio del amor del Señor.

Si un marido regala a una mujer una sortija con diamantes, pues lo más importante es el porqué se lo ha regalado: el amor. Cuando dos se casan lo importante es el amor por el que uno le da al otro el anillo o lo que sea. Basta pensar qué sería si uno le diera a otro un anillo precioso sin amarle. Lo mismo: ¿por qué Cristo ha resucitado? ¿Por qué lo ha hecho?

Hemos de ir a la esencia. Darnos cuenta del porqué. No es un hecho puntual ni una casualidad que Cristo murió en la cruz, y luego resucitó y ahora está vivo y me da la vida eterna. Si no que es precisamente movido por el amor. Eso cambia mucho. Que Dios me ame cambia totalmente.

Vamos a ver el motivo por el que Dios ha hecho la obra de nuestra salvación.

Dice Jesús:

El que me ve a mí ve al Padre (Jn 14,9)

Es decir, en Cristo se nos revela Dios. Viendo a Jesús vemos la manera de ser de Dios. Y dirá el apóstol:

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo por nosotros. (Jn 3,16)

Entregar quiere decir entregar a la muerte. Por lo tanto viendo ese amor de Dios en la cruz, donde Cristo muere, estoy viendo el amor de Dios Padre. Como me quiere a mí. Y me revela también la manera de amar al Padre.

Santo Tomás habla un poco de ese amor de Dios al mundo. ¿Cuándo Dios puso ese entregar a su Hijo a la muerte? Pues cuando puso en su Hijo el amor a los hombres hasta el punto de dar la vida. Y te ama a ti personalmente. ¿Realmente creemos que Dios nos ama? Saberlo lo sabemos. Pero ¿lo creemos?

Muchas veces vivimos como si Dios nos amase. Pero el ‘como si Dios’ no nos mueve. Si Juanito le dice a Patricia: ‘Oye Patricia, yo, como si te amase. ¿Te quieres casar conmigo?’ Patricia le dirá: ‘Vete por ahí’. ‘Como si te amase’ no mueve a nadie.

No acabamos de creernos que Dios nos ama. No hay una convicción personal, vivida. Porque si no, nos volveríamos locos. Que todo un Dios que ha creado el universo, que no necesita de nadie, me quiera a mí personalmente. ¡Ese Dios!

Nos volveríamos locos de amor. Lo haríamos nuestra vida del todo.

¿Por qué quizá nos puede costar el darnos cuenta de que Dios nos quiere, y creer que Dios nos quiere?

Pues a veces por la idea falsa que tenemos de Dios, por la baja idea que tenemos de las personas y, a veces, la baja estima que tenemos de nosotros mismos.

Falsa idea de Dios.

A veces decimos que Dios es el totalmente otro, el lejano. A veces no transmitimos el Dios de Jesucristo. Incluso a veces en la catequesis damos pequeñas deformaciones. Hacemos a Dios en el fondo despótico.

Quizá no lo decimos, pero algo así como que un carpintero puede hacer con su obra lo que le da la gana, pues Dios hace con nosotros lo que le da la gana, porque es el que nos ha creado.

Presentamos a veces un Dios como caprichoso. Como es todopoderoso, puede hacer lo que le da la gana. Estamos poniendo en nuestra categoría a Dios, porque yo si fuese Dios haría lo que me diera la gana. Y eso de hacer lo que le da la gana a uno, ¿es perfecto? ¿O es ser esclavo? Eso es imperfecto.

Porque lo que Dios hace está movido por sabiduría y amor. Eso es lo perfecto. El amor. Dios conmigo no hace lo que le da la gana. Pero a veces presentamos a un Dios que no es el del Evangelio. O presentamos a un Dios autosuficiente. Dios no necesita de nosotros. Y como equiparamos autosuficiencia a soberbia, trasladamos a Dios esa dimensión de soberbia también.

Un Dios como alejado; que puede pasar de nosotros. En cambio el Dios que vemos en la Biblia es un Dios humilde, que no apocado. La humildad ha venido del cielo, no de la tierra:

6 El cual, siendo de condición divina,
no codició el ser igual a Dios
7 sino que se despojó de sí mismo
tomando condición de esclavo.
Asumiendo semejanza humana
y apareciendo en su porte como hombre,
8 se rebajó a sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte
y una muerte de cruz. (Flp 2, 6-8)

Jesús lo dirá:

27 Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

28 «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. 29 Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. (Mt 11)

Por lo tanto es un Dios humilde: amor que se hace servicio. Que se entrega.

Es amor. Y el amor verdadero se somete. Ese es el amor. Él se ha sometido a nosotros. El cónyuge se somete al otro porque le quiere. Tanto que es capaz de hacer cualquier cosa por el otro. Dios es capaz de hacer cualquier cosa por nosotros. El amor que no se somete no es amor. Puede ser un pacto.

El amor es humilde, es sencillo, se hace servicio. Lo vemos en Jesús. En el lavatorio de los pies. Era Dios, y se puso a lavar los pies. Y cuando dice ‘tanto amó Dios al mundo’, ese ‘tanto’ tiene una connotación de esfuerzo, es decir, que de alguna manera le costó. ‘Padre que se aparte de mi este cáliz’, por tanto, nada de un Dios lejano.

El amor de Dios para con nosotros no es el mismo que el amor de Dios hacia las cosas creadas. No es el mismo que puede tener un pintor hacia sus cuadros. Dios está siempre buscando un amor personal, un amor de enamoramiento. Muy superior a lo que nosotros podríamos imaginarnos. Por lo tanto, esa idea falsa que tenemos de Dios puede repercutir en darnos cuenta de que Dios nos quiere.

La baja idea que tenemos del hombre

De los que conocemos y de los que no conocemos. Somos a veces unos desengañados de las personas. Verdaderamente a veces no los estimamos suficientemente. Recuerdo que en el seminario decían: ‘cuando dos o más seminaristas están reunidos, allí está el superior’, …presente en la boca de los que hablan. ¡Cuántas veces dejamos a los demás como un trapo! Y no a los lejanos, sino a los mismos amigos.

A veces no apreciamos a los demás, y hay una baja estima. En el fondo a veces pensamos que a nadie le importo nada. O muy poco. Y eso lo vemos por ejemplo en las críticas. Y en cambio es sólo Cristo el que nos revela la verdadera dignidad del hombre.

La baja estima que tenemos de nosotros mismos

Nos pasamos el día disimulando lo que somos y simulando lo que no somos.

Si no, pensemos en nuestra propia vida. Y cómo nos comportamos en casa o fuera de casa. O cómo hacemos más grandes nuestros talentos.

Y lo que hacemos es que se enamoren no de mí sino del monigote que represento. Disimulamos y simulamos. Con coloretes y tintes. Mascarilla. En el fondo lo que pasa es que pensamos que si me descubren como soy, no me van a querer.

Eso pasa también en el orden espiritual. Ocultar lo que somos y presentar lo que no somos, para ser admitidos por los demás, porque en el fondo pensamos que no nos admitirán. Creo que a veces nos obstinamos. Uno se levanta y ve que le ha salido un grano. Y va al espejo, y ve el grano. ‘Uf qué grano’. Se va a la calle, y pasa ese día. Y al día siguiente se levanta pensando en el grano. Ya no mira la cara: mira el grano y cómo está: ‘¡Uy! ¡Qué dimensiones!’. Y cada vez piensa más en el grano. Y va por la calle y piensa: ‘Todo el mundo ve mi grano’. Y se va apocando. Porque pensamos que no nos van a querer. Nos quedamos fijados en esas cosas.

Y eso pasado al plano espiritual, pues pensamos: ‘A Dios no le puedo engañar’. Dios sabe como soy. Y entonces pienso: ‘Dios sabe como soy, y por eso no me quiere’. ‘Si he intentado mejorar en esto y en lo otro, y no hacer esto o aquello, y no lo he conseguido. Dios sabe como soy. Por lo tanto, si los demás no me quieren, ¿cómo me va a querer Dios?’ Quizá no lo formulo así, pero sí que vivo a veces un poco en ese plan. ¿Cómo creer que me ama si yo no me considero digno de ese amor?

De esa autoestima que falla. Hoy en día se dice que hemos de tener autoestima. Y es verdad. Pero la profundidad de la autoestima de verdad, hemos de centrarla en que Dios te ama. Lo demás son pequeñas cosas. No sirve de mucho poner nuestra esperanza en cosas caducas, como pueden ser nuestras habilidades, por ejemplo.

Todo caduca. ¿Dónde he de poner el fundamento de mi vida, de mi estima? De mi dignidad: en que Dios te quiere. Eso no caduca. Porque nos da la vida eterna. Porque me quiere Dios. Y eso no lo dicen los sicólogos. Cristo revela al hombre lo que es verdaderamente el hombre. Si buscamos en otras cosas, encontraremos recetas con fecha de caducidad. Pero en el fondo, tarde o temprano se van a pegar de morros. Por eso hemos de dar gracias a Dios que nos ha dado a Cristo, y sabemos que nos quiere. Pero a veces no acabamos de creerlo.

Pero es una verdad fundamental, la de que Cristo te ama. Dios te ama. Cristo ha venido por ti. Al que predicamos es al Emmanuel: Dios que se ha hecho hombre por nosotros. Que se nos da en la Eucaristía. Humildad: Eucaristía, Belén. Dios que se hace pequeño por nosotros. Que es escándalo. Y la actitud de nosotros los cristianos es lo que dirá san Juan: hemos creído en el amor.

Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él. Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él. (I Jn 4)

El cristiano es el que ha creído en el amor. El que ha creído en que Dios le quiere. Y vivirlo en ese campo de la fe. Vivirlo no en general: ‘Dios nos quiere’. Sino ‘Dios me quiere’.

10 En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de expiación por nuestros pecados. (1 Jn 4)

Es impresionante. Ese es el Dios que aparece en la Biblia.

Él nos ha amado a nosotros primero. Capítulos 14, 15 y 16 del evangelio de Juan.

23 Jesús le respondió: «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. (Jn 14, 23)

Jn 6, 54

54 El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día.

Continuamente está hablando de ese amor de comunión. De un amor que me posee. El Buen Pastor que da la vida, que conoce a cada oveja por su nombre. Personalmente Dios nos conoce. Jesús conoce a cada persona por su nombre.

Hay una relación personal que lleva a la unión con él.

‘Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?’

Y ‘Simón, hijo de Juan, ¿me quieres más que esos?’

‘Ya no os llamo siervos sino amigos’.

Es un amor de amistad.

14 Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. 15 No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. (Jn 15)

Los amigos se comunican. Muchas de las cosas que sabemos de Dios son porque él nos lo ha dicho. El revelarse ya es un acto de amor. Es un obsequio de su intimidad. En la parábola del amigo importuno:

5 Les dijo también: «Si uno de vosotros tiene un amigo y, acudiendo a él a medianoche, le dice: `Amigo, préstame tres panes, 6 porque ha llegado de viaje a mi casa un amigo mío y no tengo qué ofrecerle', 7 y aquél, desde dentro, le responde: `No me molestes; la puerta ya está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados; no puedo levantarme a dártelos', 8 os aseguro que si no se levanta a dárselos por ser su amigo, se levantará para que deje de molestarle y le dará cuanto necesite. (Lc 11)

Se podría llamar más bien la parábola del amigo. Porque hay que ser muy amigo para ir a esas horas para tocar las narices a otro. Y pedirle que te abran. ¡Qué amistad debería tener el uno para con el otro para ir a llamarle a esas horas!

Y el otro es amigo, porque no le da un portazo. Lo que Jesús quiere decirnos con esta parábola es que lo tratemos como un amigo, que insistamos. Que es amigo nuestro. Que ese amigo, que es de verdad, sea Dios, es impresionante.

No temáis ser inoportunos con Dios, porque es nuestro amigo. Nos muestra hasta qué punto Dios es bueno con nosotros. Ya en el Antiguo Testamento, cuando dice

9 mas la porción de Yahvé fue su pueblo, Jacob su parte de heredad. 10 En tierra desierta lo encuentra, en la soledad rugiente de la estepa. Y lo envuelve, lo sustenta, lo cuida, como a la niña de sus ojos. (Dt 32)

Y en Isaías

15 ¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido.

Compara el amor de Dios para con su pueblo al amor de una madre. Y el amor materno es de unicidad. Una madre con seis hijos, no ama a sus seis hijos, sino que la madre tiene seis hijos únicos. A cada uno lo ama de manera única. Dile a esa madre que se le muere un hijo: ‘No se preocupe, que le quedan cinco…’

El amor de Dios para con nosotros es así. El amor personal es un amor único por cada uno de ellos. No se puede sustituir.

Eso es lo que dice la Escritura. No es poesía.

Amor nupcial. Dios que busca al hombre como el hombre busca a la mujer que desea. Lo leemos en los profetas.

Dios tiene sed de tu amor. Se lo dice a la Samaritana. Y lo dice en la cruz. Tengo sed de tu amor, y de que me ames. Tengo sed de derramar el Espíritu Santo en ese corazón atravesado que derrama sangre y agua. Tengo sed de darte mi amor y de que me ames con mi amor. ¡Si comprendiéramos la sed que Dios tiene de mi amor! No es poesía: Dios tiene sed de tu amor.

Se trata de un amor de amistad, de un amor de enamoramiento. No en el sentido de necesidad. Dios no necesita de nosotros. A veces miramos nuestro amor como si no valiera nada. Y me olvido de que es Dios el que pone su amor en mí. Por tanto ya no es tan despreciable. Cuando digo que mi amor no vale nada, estoy pensando que no me ama porque no le aprovecha. Dios no me ama porque saque provecho de mí. Nos ama en su amor infinito y desprendido. Nosotros sí que amamos por sacar provecho. Pero no así Dios. Dios te ama y quiere ser amado por ti. No se trata de un amor de benevolencia, unilateral. No, es de amistad, y por tanto mutuo.

Y distinto del entusiasmo. Yo puedo sentir entusiasmo por Cristo, pero eso no mueve los corazones. De decir que Jesús era una gran figura a decir que Jesucristo me ama personalmente, hay un salto. Yo puedo llevar una vida de sinvergüenza, y sin embargo estar entusiasmado con la figura de Jesús. Pero si hay una relación de amistad, me cambia la vida. No nos hemos de conformar con un entusiasmo por Cristo: hemos de vivir una amistad.

Es un Dios que quiere tener amistad conmigo. No somos nada por nosotros mismos, pero lo somos todo por y con Cristo. Mi amor no vale nada, pero el que Dios pone en mí sí que vale. Soy criatura de Dios. Dios me ha hecho a mí personalmente. Soy obra de sus manos. Despreciarme es despreciar a Dios. Y despreciar al otro es despreciar a Dios. A su obra.

Vamos a pedirle a Dios vivir una verdadera amistad con Dios que es lo que hará que cambie del todo nuestro corazón.

Él tiene sed de tu amor.