6ª La Eucaristía principio y proyecto de misión.

En el cap. 4º de la Mane Nobiscum Domine dice el Papa:

24. Los dos discípulos de Emaús, tras haber reconocido al Señor, «se levantaron al momento» (Lc 24,33) (MND 24)

No que se iban levantando… sino que se levantan al momento.

Porque se encontraron al Señor en su interior, y vieron la necesidad de comunicarlo. Cuántas veces el Señor se nos manifiesta en nuestro interior para sugerirnos que hagamos cosas, y viene una señora muy enemiga nuestra que es ‘la mujer del señor Pérez: la Pereza’ y tantas buenas decisiones quedan frustradas.

Nos ‘vamos levantando’. ‘Ya lo haré’. Y frustramos la inspiración del Señor y su amor. Si me inspira es porque me ama. Pues viene la señora Pereza y nos lo tira por el suelo. No podemos pactar con la señora Pereza.

Pues se levantaron al momento. Estaban desanimados, y ya ha cambiado su vida. Y en esta carta parece que el Papa esté desanimado. En el punto 6, dice:

6. Hace diez años, con la Tertio millennio adveniente (10 de noviembre de 1994), tuve el gozo de indicar a la Iglesia el camino de preparación para el Gran Jubileo del Año 2000. Consideré que esta ocasión histórica se perfilaba en el horizonte como una gracia singular. Ciertamente no me hacía ilusiones de que un simple dato cronológico, aunque fuera sugestivo, comportara de por sí grandes cambios. Desafortunadamente, después del principio del Milenio los hechos se han encargado de poner de relieve una especie de cruda continuidad respecto a los acontecimientos anteriores y, a menudo, los peores. Se ha ido perfilando así un panorama que, junto con perspectivas alentadoras, deja entrever oscuras sombras de violencia y sangre que nos siguen entristeciendo. Pero, invitando a la Iglesia a celebrar el Jubileo de los dos mil años de la Encarnación, estaba muy convencido —y lo estoy todavía, ¡más que nunca!— de trabajar «a largo plazo» para la humanidad.

Marca que hay motivos para el desaliento. No se desanima. Y nos dice a continuación:

En efecto, Cristo no sólo es el centro de la historia de la Iglesia, sino también de la historia de la humanidad. Todo se recapitula en Él (cf. Ef 1,10; Col 1,15-20). Hemos de recordar el vigor con el cual el Concilio Ecuménico Vaticano II, citando al Papa Pablo VI, afirmó que Cristo «es el fin de la historia humana, el punto en el que convergen los deseos de la historia y de la civilización, centro del género humano, gozo de todos los corazones y plenitud de sus aspiraciones»

Tenemos al Señor con nosotros que es el centro de la Historia.

…para ir a comunicar lo que habían visto y oído. Cuando se ha tenido verdadera experiencia del Resucitado, alimentándose de su cuerpo y de su sangre, no se puede guardar la alegría sólo para uno mismo. El encuentro con Cristo, profundizado continuamente en la intimidad eucarística, suscita en la Iglesia y en cada cristiano la exigencia de evangelizar y dar testimonio. (MND 24)

No se trata de saber, sino de experimentar. La experiencia del Resucitado es un don. Y quizá se nos dará cuando menos lo esperemos. Tengo que esperar siempre al Señor. Ellos no lo esperaban. Se iban. Y el Señor vino cuando él quiso. Estar siempre con el registro abierto. Nosotros estamos esperando.

Y no nos lo podemos guardar. Que Cristo ha resucitado y está presente en la Eucaristía.

Porque el mundo lo necesita. Es un deber. No es una opción. No puedo decir que voy a ser testigo del amor del Señor si me levanto bien. No podemos hacer como el hermano mayor del Hijo Pródigo que no vive la alegría de estar en casa, de tener al Padre. El mundo necesita que le comuniquemos la alegría de la Resurrección. Porque el mundo busca a Dios.

Cuando los jóvenes se van a la discoteca no se dan cuenta de que allí están buscando a Dios. Lo que pasa es que nadie les habla, ni nadie les aclara que a quien realmente buscan es a Dios. Nos apremia esa necesidad de evangelizar y dar testimonio. Que como dice el Papa se convierte en exigencia. Nos viene de Dios y del amor. Del amor a Dios y a los demás.

Lo subrayé precisamente en la homilía en que anuncié el Año de la Eucaristía, refiriéndome a las palabras de Pablo: «Cada vez que coméis de este pan y bebéis de la copa, proclamaréis la muerte del Señor, hasta que vuelva» (1Co 11,26). El Apóstol relaciona íntimamente el banquete y el anuncio: entrar en comunión con Cristo en el memorial de la Pascua significa experimentar al mismo tiempo el deber de ser misioneros del acontecimiento actualizado en el rito.

Si yo me considero amigo de Dios, que he entrado en la intimidad con Él, no puedo dejar de mirar su Corazón. Y su Corazón arde en ansias de redimir al mundo. No sólo se comunica Él sino que te comunica sus planes, su redención. Y quiere hacerte partícipe. En toda su dimensión: también en el dolor. (‘Completo en mí lo que falta a la pasión del Señor.’)

Dar testimonio: entrar en sintonía con Él y anunciarlo en todas partes. Experimentar la necesidad de ser misionero. Si vamos a Misa, vamos al Calvario. Y allí vemos algo muy grande. Que Dios se va a entregar por nosotros. Que nos va a amar hasta el extremo de dar su vida por ti y por mí.

La despedida al finalizar la Misa es como una consigna que impulsa al cristiano a comprometerse en la propagación del Evangelio y en la animación cristiana de la sociedad.

Podéis ir en paz, porque Cristo es el príncipe de la paz, y nos la ha dado.

Esa paz es la que tenemos que comunicar. Y también desde una silla de ruedas o desde un lecho de enfermedad. Santa Teresita del Niño Jesús es patrona de la las Misiones, porque su corazón ardía por todo el mundo y para que todo el mundo conociese la Buena Nueva, para que conociese cómo le ama el Señor.

Esa Paz viene del amor del Señor. Y sigue el Papa:

25. La Eucaristía no sólo proporciona la fuerza interior para dicha misión, sino también, en cierto sentido, su proyecto. En efecto, la Eucaristía es un modo de ser que pasa de Jesús al cristiano y, por su testimonio, tiende a irradiarse en la sociedad y en la cultura. Para lograrlo, es necesario que cada fiel asimile, en la meditación personal y comunitaria, los valores que la Eucaristía expresa, las actitudes que inspira, los propósitos de vida que suscita. ¿Por qué no ver en esto la consigna especial que podría surgir del Año de la Eucaristía?

Es Cristo el que me lleva. No soy yo el que da la fuerza. El cristianismo no es un voluntarismo. Es una vida. Es la vida que recibo de Dios que ‘sale’. Si recibo al Señor sale de una forma u otra. Si no hablo de Dios y no transmito a Dios, dudo de que sea mi vida. Esa fuerza interior la recibo de la Eucaristía.

Que la cultura Eucarística se integre en la cultura de nuestro mundo. “Eucaristizar” la vida. Hemos de ser personas Eucarísticas en nuestra vida de cada día. Que nuestra vida haga referencia a Dios.

Que sea un darle gracias en todo momento. Jesús en la cruz nos ha dicho mucho sin decir apenas palabras. Nos ha dicho que está a nuestro lado, que nuestro sufrimiento no es definitivo. Que te abre la puerta a la esperanza. Y que quiere que los que estamos al lado del que sufre, le ayudemos, claro. El cristianismo te hace levantarte. Sé tú el que se parte y quiere llegar al que sufre, a esa niña que está dudando en abortar, por ejemplo.

26. Un elemento fundamental de este «proyecto» aparece ya en el sentido mismo de la palabra «eucaristía»: acción de gracias. En Jesús, en su sacrificio, en su «sí» incondicional a la voluntad del Padre, está el «sí», el «gracias», el «amén» de toda la humanidad. La Iglesia está llamada a recordar a los hombres esta gran verdad. Es urgente hacerlo sobre todo en nuestra cultura secularizada, que respira el olvido de Dios y cultiva la vana autosuficiencia del hombre. Encarnar el proyecto eucarístico en la vida cotidiana, donde se trabaja y se vive —en la familia, la escuela, la fábrica y en las diversas condiciones de vida—, significa, además, testimoniar que la realidad humana no se justifica sin referirla al Creador: «Sin el Creador la criatura se diluye».

La humanidad en Cristo está diciendo que sí al plan de la Redención. Cristo da nuestro sí. Y hemos de unirnos a ese amén, a esa obra de amor. Y hemos de conseguir que la gente también diga ese sí. Porque si no dice que sí, la está despreciando. Es un regalo que Dios ha hecho para toda la humanidad. Y nos dice que es urgente este recordar a los hombres esta gran verdad. El hombre autosuficiente, el hombre sin Dios se muere. No puedo dejar que mueran mis hermanos. Un niño pequeño sin sus padres se muere. La humanidad es como un niño pequeño. Que tiene cierta autonomía, pero necesita referirse al Creador. No nos tenemos que desanimar nunca en esa tarea misionera. Le va la vida en ello al mundo. Y por ello Dios le ha dado su vida. ¿Cómo estoy dentro de la Iglesia? ¿Soy como el hermano mayor?

Esta referencia trascendente, que nos obliga a un continuo «dar gracias» —justamente a una actitud eucarística— por lo todo lo que tenemos y somos, no perjudica la legítima autonomía de las realidades terrenas, sino que la sitúa en su auténtico fundamento, marcando al mismo tiempo sus propios límites.

Hay que saber ver la trascendencia en los acontecimientos de nuestra vida. La presencia de Dios. Es lo que da sentido a las cosas que veo. La mirada de fe, que es la mirada que tenemos en los sacramentos. La mirada de fe es la nos hace ver a Dios en la Eucaristía. También en nuestra vida tenemos que saber tener esa referencia continua.

Y continuará el Papa:

En este Año de la Eucaristía los cristianos se han de comprometer más decididamente a dar testimonio de la presencia de Dios en el mundo. No tengamos miedo de hablar de Dios ni de mostrar los signos de la fe con la frente muy alta. La «cultura de la Eucaristía» promueve una cultura del diálogo, que en ella encuentra fuerza y alimento. Se equivoca quien cree que la referencia pública a la fe menoscaba la justa autonomía del Estado y de las instituciones civiles, o que puede incluso fomentar actitudes de intolerancia.

Este año, más decididamente. No tener miedo. No ser plastas, pero saber hablar de Él. Oportuna e inoportunamente. Respetando al otro. Por eso no nos tenemos que desanimar, porque hemos venido aquí a amar. Y ese va a ser nuestro examen. Y no valdrán excusas: por más que haga el otro, hemos de perdonar setenta veces siete.

Decidme una sola situación en vuestra vida donde no podáis amar. Una donde no podáis vivir la vocación del amor a Dios y a los hermanos. Frustrados nada, porque en toda situación puedo vivir lo que tengo que hacer, y con la fuerza del Señor. Por tanto ese comprometernos más a hablar de Dios y a mostrar los signos de la fe. Mi manera de comportarme: una imagen vale más que mil palabras.

Y habla también de los errores.

Si bien no han faltado en la historia errores, inclusive entre los creyentes, como reconocí con ocasión del Jubileo, esto no se debe a las «raíces cristianas», sino a la incoherencia de los cristianos con sus propias raíces. Quien aprende a decir «gracias» como lo hizo Cristo en la cruz, podrá ser un mártir, pero nunca será un torturador.

Los errores son tus y mis incoherencias. Por tanto no vayamos por ahí acomplejados. Las raíces cristianas son raíces cristianas. Somos nosotros los que fallamos.

Por tanto, el intentar ‘eucaristizar’ la sociedad, nunca va a ser una intolerancia. En todo caso seremos mártires. Hay que ver ese respeto tan grande de Jesús en la Eucaristía, en la Cruz, en la Encarnación, en Belén, ¡qué respeto tan grande! ¿Por qué? Porque nos quiere libres. No quiere obligarnos, porque quiere que sea una relación de amor. Que de eso se trata. En el cielo amaremos a Dios sobre todas las cosas. Y será una gozada, sin estorbos. Será todo en nosotros.

Por eso si yo me vacío totalmente de mí, de mis pecados, de mi iniquidad, de mi pobreza, y me lleno de Dios, entonces seré totalmente feliz. Porque si Dios es la felicidad suprema, el amor supremo, la alegría, la paz, y lo tengo dentro de mí, ¿qué voy a necesitar? La felicidad plena: Dios en mí totalmente, sin ninguna sombra.

En esta vida nos enganchamos a las cosas, de forma que nos volvemos miopes. Y no somos capaces de ver a Dios. Lo veríamos mal. Necesitamos la corrección ‘óptica’ del purgatorio para verlo bien. Los santos son los que han aprovechado su vida aquí para llevar la ‘corrección’ hecha. Han ‘acostumbrado la vista’: ya saben ver a Dios. Y no pasan por el purgatorio. Nos lo podemos aplicar, porque es Dios mismo el que vendrá a nosotros.

Habla después del camino de la solidaridad.

27. La Eucaristía no sólo es expresión de comunión en la vida de la Iglesia; es también proyecto de solidaridad para toda la humanidad. En la celebración eucarística la Iglesia renueva continuamente su conciencia de ser «signo e instrumento» no sólo de la íntima unión con Dios, sino también de la unidad de todo el género humano. La Misa, aun cuando se celebre de manera oculta o en lugares recónditos de la tierra, tiene siempre un carácter de universalidad.

Aunque el card. Van Thuân estuviera metido en ese hoyo, estaba allí presente toda la Iglesia. Eso te abre el corazón. Hemos de sentirnos uno con todos.

El cristiano que participa en la Eucaristía aprende de ella a ser promotor de comunión, de paz y de solidaridad en todas las circunstancias de la vida.

En todas. ¡Cuántas cosas que puede hacer la Eucaristía! ¡Quién lo diría, con lo pequeña que es!

¡Cuántas ganas que tiene el Señor de que esto sea realidad en nuestra vida!

Al recibirlo, digamos nosotros: ‘hágase en mí según tu palabra’. Y ‘he aquí la esclava del Señor'

La imagen lacerante de nuestro mundo, que ha comenzado el nuevo Milenio con el espectro del terrorismo y la tragedia de la guerra, interpela más que nunca a los cristianos a vivir la Eucaristía como una gran escuela de paz, donde se forman hombres y mujeres que, en los diversos ámbitos de responsabilidad de la vida social, cultural y política, sean artesanos de diálogo y comunión.

Pedir esa paz. Pero vivirla. Pedimos que haya paz entre judíos y palestinos, pero yo no sé vivir en paz con el que tengo al lado...

Y por último recalca que hemos de estar al servicio de los últimos:

28. Hay otro punto aún sobre el que quisiera llamar la atención, porque en él se refleja en gran parte la autenticidad de la participación en la Eucaristía celebrada en la comunidad: se trata de su impulso para un compromiso activo en la edificación de una sociedad más equitativa y fraterna. Nuestro Dios ha manifestado en la Eucaristía la forma suprema del amor, trastocando todos los criterios de dominio, que rigen con demasiada frecuencia las relaciones humanas, y afirmando de modo radical el criterio del servicio: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9,35). No es casual que en el Evangelio de Juan no se encuentre el relato de la institución eucarística, pero sí el «lavatorio de los pies» (cf. Jn 13,1-20): inclinándose para lavar los pies a sus discípulos, Jesús explica de modo inequívoco el sentido de la Eucaristía. A su vez, san Pablo reitera con vigor que no es lícita una celebración eucarística en la cual no brille la caridad, corroborada al compartir efectivamente los bienes con los más pobres (cf. 1 Co 11,17-22.27-34)

Es una pregunta que nos hemos de hacer.

17 Al dar estas disposiciones, no os alabo, porque vuestras reuniones son más para mal que para bien. 18 Pues, ante todo, oigo que, al reuniros en la asamblea, hay entre vosotros divisiones, y lo creo en parte. 19 Desde luego, tiene que haber entre vosotros disensiones, para que se ponga de manifiesto quiénes son los auténticos entre vosotros. 20 Cuando os reunís, pues, en común, eso  no es comer la cena del Señor; 21 porque cada uno come primero su propia cena, y mientras uno pasa hambre, otro se embriaga. 22 ¿No tenéis casas para comer y beber? ¿O es que despreciáis a la iglesia de Dios y avergonzáis a los que no tienen? ¿Qué voy a deciros? ¿Alabaros? ¡En eso no os alabo!...

27 Por tanto, quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. 28 Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba del cáliz. 29 Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condena. 30 Por eso hay entre vosotros muchos enfermos y muchos achacosos, y mueren no pocos. 31 Si nos juzgásemos a nosotros mismos, no seríamos castigados. 32 Más, al ser castigados, somos corregidos por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo. 33 Así pues, hermanos míos, cuando os reunáis para la cena, esperaos unos a otros. 34 Si alguno tiene hambre, que coma en su casa, a fin de que no os reunáis para castigo vuestro. Lo demás lo dispondré cuando vaya. (1 Co 11)

¿Tenemos interés por el que está a nuestro lado en la Misa?

El Papa nos habla de un compromiso activo.

El que quiera ser primero, que sea el servidor de los demás. El Señor ha trastocado los criterios.

No es accidental lo de que san Juan en su evangelio no hable de la institución de la Eucaristía, y sí pone el lavatorio de los pies: explica el significado.

Y acaba diciendo

¿Por qué, pues, no hacer de este Año de la Eucaristía un tiempo en que las comunidades diocesanas y parroquiales se comprometan especialmente a afrontar con generosidad fraterna alguna de las múltiples pobrezas de nuestro mundo? Pienso en el drama del hambre que atormenta a cientos de millones de seres humanos, en las enfermedades que flagelan a los Países en desarrollo, en la soledad de los ancianos, la desazón de los parados, el trasiego de los emigrantes. Se trata de males que, si bien en diversa medida, afectan también a las regiones más opulentas. No podemos hacernos ilusiones: por el amor mutuo y, en particular, por la atención a los necesitados se nos reconocerá como verdaderos discípulos de Cristo (cf. Jn 13,35; Mt 25,31-46). En base a este criterio se comprobará la autenticidad de nuestras celebraciones eucarísticas.

Si quieres que se te conozca como verdadero discípulo, habrá que demostrarlo en el amor mutuo y a los más necesitados. Aunque también hay que hablar, claro. Sin desanimarse. Que a Jesús —que era el mejor catequista— no le hacían mucho caso…

Tenemos ahí un programa muy grande. No nos desanimemos. El Señor tiene paciencia. No pierde la esperanza en nosotros.

Y en la conclusión, dirigiéndose a los fieles dice:

Todos vosotros, fieles, descubrid nuevamente el don de la Eucaristía como luz y fuerza para vuestra vida cotidiana en el mundo, en el ejercicio de la respectiva profesión y en las más diversas situaciones. Descubridlo sobre todo para vivir plenamente la belleza y la misión de la familia.

Y tengamos presente que lo que hagamos nosotros lo van a ver y repetir otros.

 

FIN de la MEDITACIÓN y del RETIRO.