4a Med. La Vid y los sarmientos

Interiorizamos. Vamos a ver cómo se hace la unión de Cristo en nosotros. Veamos la explicación en el cap. 15 de Jn, sobre la vid

«Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador.

De esa vida que el Hijo recibe del Padre, quiere que el hombre participe. Y siempre la recibirá el hombre a través del Hijo. No hay otra vida que esta. Otra cosa no es vida.

Es la vida que tiene el mismo Cristo. Si no estamos en la Vid injertados, no tenemos vida. O somos cristificados en la Vid de Cristo, hechos miembros del cuerpo de Cristo, o no lo somos, No hay términos intermedios. La plenitud del hombre, está en el Hombre, que es Cristo. Y Cristo es la Vid. Quien no está injertado ahí recibiendo la verdadera vida y haciéndose verdadero hombre en el Hombre, que es Cristo, no se está humanizando. Es el que le dice al hombre qué es ser hombre. Los demás modelos no reciben la vida de la Vid.

Sin Cristo no soy nada. De Cristo recibo todo. Eso crea en nosotros una determinación desde lo más hondo en recibir la vida. En el momento que yo sé que sólo me puedo realizar en Cristo que es el verdadero hombre, en la Vid, en mí se crea ese deseo de estar determinadamente unido a Cristo. Y ese deseo profundo rompe muchas tendencias, muchas mediocridades muchas tibiezas que nosotros tenemos.

Al cielo sólo llega quien es imagen de Cristo. Porque el Padre sólo conoce al Hijo. El Padre nos ama porque ve en nosotros la imagen de su Hijo. Quien no se parezca a Cristo no entra.

El estar injertados en la Vid, crea una determinación de fondo hacia la santidad. A rechazar la mediocridad.

Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto.

Eso se dará en la realidad personal de la muerte, en el juicio. Pero que lo corta. Fuera de Él no tenemos vida. Eso el que no da fruto

Y el que da fruto, lo limpia. Lo poda para que de más fruto.

Cuando vamos recibiendo vida en nosotros el Señor va podándonos. Son las purificaciones. Va abnegando, porque estamos recibiendo la vida pero venimos con muchas impurezas. Para unirnos más a la Vid. Y para poder recibir más vida. Es un aspecto de la Cruz. Vamos sintiendo que el Señor nos va abnegando. Jesús no se negó. No nos niega. Sólo abnegará lo que no es Cristo. Negando, cortando, podando lo que no es Cristo en nosotros. Para dar más fruto. Purificación de la memoria, de los sentidos, de la imaginación, de la inteligencia. Hay criterios muy metidos en nosotros que no nos deja que el viñador el corte. Por ejemplo, esas frases tan radicales: si te pide una túnica, da dos. Da a quien te pide. Nosotros tratamos de educar a los pobres. No nos gusta lo que dice el evangelio: no nos pueden engañar, los pobres. Mis criterios van negando la palabra de Dios. La van haciendo a mi medida. Seguramente de forma inconsciente, claro. Criterios que nos meten en una vida mediocre. Vamos rebajando el Evangelio. Le vamos quitando importancia a lo que dice. Lo del sufrimiento. La cruz la quiere para su Hijo pero para ti no lo quiere…

Lo que hace el viñador es ir cortando, para dar más fruto.

Vosotros estáis ya limpios gracias a la palabra que os he dicho.

Vamos recibiendo la Palabra y los Sacramentos, que nos van uniendo más a la Vid.

 Permaneced en mí, como yo en vosotros.

Lo que hemos de hacer cuando el Señor nos va podando, es permanecer ahí. Cuando vienen las podas, las tentaciones son las de correr…

Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí.

Cuando nos apartamos de la Vid, nos salen las cosas cada vez mal. A veces el Señor nos deja que nos apartemos, para que veamos que si no estamos unidos a la Vid, no podemos dar fruto. Lo que hay que hacer es que si el Señor poda, permanecer ahí. Es secreto es que en la poda nosotros vamos reconociendo el amor de Dios. Cuando ya estás recibiendo el amor de Dios es cuando ya te dejas podar un poquito. Nos va cortando un poquitín hasta que vamos teniendo más vida. Y te va dando más vida, más fuerza y te va haciendo podas más grandes, y te va crucificando más. Y mientras te va podando, te va dando vida. Y también tú sabes que te va dando vida y estás recibiendo esa vida. La vida que el Padre está dando al Hijo tú la estás recibiendo por el Hijo.

Y por eso no te mueres.

La tentación es que al pasar los años no queramos dejarnos podar más. Porque estamos ahí asentados. Y si se seca, la cortará. El Señor siempre quiere podar para que des más fruto. Y nos va sacando de nuestras casillas, para que demos más.

Así con la Magdalena:

11 Estaba María junto al sepulcro fuera llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, 12 y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. 13 Dícenle ellos: «Mujer, ¿por qué lloras?» Ella les respondió: «Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto.» 14 Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. 15 Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?» Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré.» 16 Jesús le dice: «María.» Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní -que quiere decir: «Maestro»-. 17 Dícele Jesús: «Deja de tocarme, que todavía no he subido al Padre. Pero vete a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios.» 18 Fue María Magdalena y dijo a los discípulos: «He visto al Señor» y que había dicho estas palabras.

Tenemos la tentación como la Magdalena, de quererlo abarcar. De quererlo hacer a nuestra medida. Entonces el Señor dice: no me toques, no me cojas, no puedes. Si te piensas por un momento que me has abarcado, que me has entendido, ya has perdido. Déjame que vaya al Padre.

La tentación es que cuando empezamos a caminar en el camino de la santidad, es tomarle medidas al Señor. Lo que pasa con la Samaritana, que le va tomando las medidas y luego el Señor le va llevando siempre a más. Para sacarla de sus casillas.

Llega, pues, a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de la heredad que Jacob dio a su hijo José. Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, como se había fatigado del camino, estaba sentado junto al pozo. Era alrededor de la hora sexta.Llega una mujer de Samaría a sacar agua. Jesús le dice: «Dame de beber.» Pues sus discípulos se habían ido a la ciudad a comprar comida. Le dice la mujer samaritana: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?» (Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.) 10 Jesús le respondió: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva.»

11 Le dice la mujer: «Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo;  ¿de dónde, pues, tienes esa agua viva? 12 ¿Acaso eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?» 13 Jesús le respondió: «Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; 14 pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna.»

15 Le dice la mujer: «Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla.» 16 Él le dice: «Vete, llama a tu marido y vuelve acá.» 17 Respondió la mujer: «No tengo marido.» Jesús le dice: «Bien has dicho que no tienes marido, 18 porque has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es marido tuyo; en eso has dicho la verdad.» 19 Le dice la mujer: «Señor, veo que eres un profeta. 20 Nuestros padres adoraron en este monte y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar.» 21 Jesús le dice: «Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. 22 Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. 23 Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren.

24 Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad.» 25 Le dice la mujer: «Sé que va a venir el Mesías, el llamado Cristo. Cuando venga, nos lo desvelará todo.» 26 Jesús le dice: «Yo soy, el que está hablando contigo.»

27 En esto llegaron sus discípulos y se sorprendían de que hablara con una mujer. Pero nadie le dijo: «¿Qué quieres?» o «¿Qué hablas con ella?» 28 La mujer, dejando su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: 29 «Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será el Cristo?» 30 Salieron de la ciudad e iban hacia él. (Jn, 4)

La santidad es ser como Dios mismo. Y eso no sabemos cómo es. Nos lo tiene que decir Él. Como la Samaritana, es Él que ha de darnos el agua. Nosotros no sabemos. Y no le dice que dónde la va a sacar. Si quiere de esa agua, la ha de recibir del Señor. No son sus planes. La está abnegando. Y ahí nos lleva a nosotros. Y no solamente qué es la santidad, sino los medios. El cómo. Cuando llevamos un poco de camino, ya parece que controlo todo. El Señor también nos saca de las casillas de creer que controlamos el camino se santidad. Y te hará ver que para ir donde no sabes has de ir por dónde no sabes. Y te empieza a marear de tal manera, que lo único que haces entonces es dejarte hacer por Él. Eso nos deja bien desnudos. Como pobres. No sabemos. No podemos sacar agua. Porque ahora veo que no tengo ni fuerzas para sacar el agua que antes sí sabía sacar. Nos deja como un pobre. Y cuando he entrado en esa pobreza y empiezo a gustar a Cristo mismo pobre, es cuando entonces el Señor te empieza a regalar. Cuando estás como un pobre esperando a que te de la santidad. Y el cómo sólo lo sabe el Padre. Así el Señor te saca de las casillas, te saca de todo eso. Y tú estás perdido. Pero perdido en el Señor que es cuanto más seguro estás. Entonces estás dejando que el Señor te lo de todo porque tú eres pobre. Has entrado en humildad. Te ha abnegado, te ha despojado de todo. La memoria, todo. Pasa lo de la Vid y el viñador:

Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis.

¿Cuándo sucederá esto? Cuando estemos unidos a Él, y que el Señor nos haya podado bien. Y estemos participando de su vida. Porque entonces tenemos la experiencia de que todo lo que pedimos, el Señor nos lo da. Porque ya no pedimos lo que nosotros queremos. Pedimos lo que el quiere. (Muchas veces nuestra oración de petición está apegada a nuestros deseos y criterios, y no está abierta).

Yo pediré la Cruz, a desear lo que Él desea.

Vemos que la Samaritana le va poniendo límites. Cuando el Señor viene a purificarnos, siempre sacamos excusas. En el episodio de la Samaritana, es el Señor el que pide. Y en el mismo pedir se muestran nuestros impedimentos: no somos capaces de amarle. Y nos está mostrando en ese mismo pedir lo que quiere abnegar de nosotros. Como es el mismo Señor el que pide que le amemos y no podemos, lo que pasa es que le vamos dejando hacer. Que nos vaya sacando los estorbos, lo que no es suyo. Para que nos vayamos perdiendo, como la Samaritana. Que acaba pidiendo el agua. Dame de esa agua, porque yo no se como conseguirla. Ni siquiera se dónde está el pozo de que me estás hablando. Como la Magdalena, cuando Jesús le dice ‘no me toques’, acaba dirigiendo la mirada al Padre que es donde está Jesús. En lugar de querer abarcarlo, lo contempla en el Padre. Y ese deseo de estar más unidos a Cristo, se convierte en un correr hacia la casa del Padre. Y eso lo hace en lo secreto. Purifica en lo exterior y trabaja en lo profundo. Y cuando veáis que el Señor no os poda, decid ¡ojo!.

Porque la tendencia es siempre al más. Para que no nos detengamos y siempre vayamos corriendo a la casa del Padre. Siempre nos desborda, siempre va a más.

Eso es lo que hace con la Samaritana, y lo que hace con nosotros. Al principio poco a poco y después como a la Samaritana, que la va sacando de las casillas, y llega un momento que se rinde: hazlo tú porque yo no sé. Ni cómo, ni dónde ni nada. Y cuando nos encontramos así, pobres e impotentes, entonces el Señor puede obrar. En la vida cristiana, cuando eres pasivo es cuando más activo eres. Eres pasivo porque eres consciente de que todo lo recibes. Y además no te apropias, no te apartas ni un momento del Padre porque sabes que todo lo estás recibiendo. Como el Hijo lo está recibiendo del Padre. Pero cuando estás recibiendo todo del Padre recibes toda la vida y entonces la das. Y además sabes que incluso estando perdido, aparentemente perdido, lo tienes todo. Lo tienes todo. Y el Señor te lo va dando en cada momento, cuando lo necesitas. Ni más ni menos. Porque estás con Él, unido a la Vid. ¿Qué planes haces entonces? Poquitos planes. Los que hacen falta. Y programas cosas porque tienes que programarlas. Pero estás más desapegado a todo. ¿Para qué vas a estar apegado? Mis planes no sirven, mis deseos son meteduras de pata y mis criterios entorpecen. Entonces has entrado en humildad. Eso nos va centrando en el Señor. Nuestra conciencia ha de ser que no nos movemos porque estamos en Cristo. Estamos centrados en la Trinidad. Hagamos lo que hagamos. Y así descansamos en todo. Porque no te mueven. Lo que nos unifica es estar unidos a Cristo. Y cuanto más perdidos estamos en Él, más nos unifica. Porque más vida nos está dando y más nos crucifica. La línea es esa, que nos saca de las casillas. Dejad que os saque de las casillas, porque si no, os cortan…

El Señor no baja listones. Es el caso de la Samaritana. Va de sorpresa en sorpresa.