2a Mes. El pecado

Dice Zubiri.

en lugar de ser un mero brote de la Naturaleza, el hombre actual tiene cada vez más la impresión de haberse adueñado de ella.  De ser el dueño y señor de ella. Eso no es así, pero ha sido una tentación alejarse del Creador pensando que él es el amo de la Naturaleza.

y sigue diciendo:

El cristianismo se enfrentaría con este hombre actual, que ha fracasado en muchas cosas. Primero para descubrir la dimensión de su situación. Una situación que en su última instancia vendría del mal moral. El hombre está necesitado de salvación, y en segundo lugar, el cristianismo no solo enseña esta necesidad, sino que también le ofrece la posibilidad de lograr aquella salvación. Se presenta primaria y formalmente como religión de salvación.

Se ha llegado a decir incluso por parte de algún “teólogo” que la Redención, a través de la muerte de Cristo en cruz, que ha sido una muestra generosísima del amor de Dios, pero que en el fondo no era imprescindible. Alerta con los pseudoteólogos que dicen sus ideas que no están en comunión con la Iglesia.

El cristianismo además de ofrecer la salvación, presenta al hombre la necesidad de salvación. Y esta necesidad de salvación enlaza con esta falta de sentido de pecado de nuestra cultura actual.

Después Zubiri muestra un sentido muy positivo en esta manera de entender la religión como salvación, y dice:

«El Cristianismo es formalmente, en expresión paulina, una mórfosis (cf. Rm 2,20), una conformación divina del hombre entero; en mi interpretación, una deiformidad.

Formarnos próximos a Dios.

El Cristianismo es salvación sólo porque es deiformación.

Y es importante ahora, cuando parece que se habla de muchas clases de salvación. Y se recomienda que no nos metamos en la conciencia de los otros. Como aquél misionero al que le preguntan: ‘Y de conversiones, ¿cómo andan?’ y responde: ‘no, nosotros en la conciencia no entramos’. Los misioneros se meten necesariamente en la conciencia si hablan de Cristo. ‘Respetar’ la conciencia del otro que no conoce a Dios, ¿no es  despreciarla? Hay que respetar la libertad del otro, pero si se trata de llevarle a Dios que es AMOR, ¿es que se puede forzar a alguien a que ame al que es amor? ¿Miedo a quitarle la libertad al otro cuando vas a llevarle al que es amor? ¿Se puede llevar al que es Amor a la fuerza? ¿Sin despertar amor en el otro?

No, no hay ningún riesgo en el apostolado de quitar la libertad al otro. Precisamente por la finalidad a la que intentamos llevarle, que es Dios.

Deiformación equivale a santificación. No podemos limitarnos a pensar que nosotros vamos a intentar quitar el pecado del hombre sino que vamos a ‘deiformarlo’, es decir, hacerlo como Dios. Eso equivale a expresar aquello que sabemos por la fe: Cristo no ha venido solamente de una manera limitada a quitar el pecado del mundo. Sino que ha venido a santificar el mundo. A que tenga vida y la tenga en abundancia. Cristo ha venido a decirnos: “Sed santos como lo es vuestro Padre celestial”. Quiere tener hermanos que se note que al menos intentan ser semejantes a Él.

Muchas veces se habla de las consecuencias del pecado: injusticias, abusos, enfermedad, delincuencia, etc... Pero se olvida muchas veces lo más importante: que el pecado ofende a Dios. La gravedad es esa. Hemos de insistir para que no se nos cuelen como por ósmosis a nuestra conciencia criterios que no son de Dios.

El padre Galot dice: el Padre es un padre ofendido por el pecado. Las relaciones Padre-hijo le dan a la infidelidad del pueblo una gravedad particular. La rebeldía de los hijos se considera como una situación casi increíble. “Escucha cielo, dice el Señor, atiende Tierra, que arde el Señor. He criado y cuidado hijos. Pero ellos se han rebelado contra mí.”

Es lógico y natural que un hijo honre a su padre. Pero él declara: ‘Si soy padre, ¿dónde está el honor que me pertenece? (Ml 1, 6).

Esta infidelidad es todavía más grave si se piensa que es una respuesta al amor divino. ‘Yo os he amado, dice el Señor’ (Ml 1, 2) Y este es un padre que siente la decepción de ver cómo le abandonan sus hijos.

Siente la decepción de ver cómo le abandonan a pesar de las muestras continuas de su amor. Dice en Os 11, 2

‘Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí’

Y decepción más viva, cuanto mayor había sido la generosidad paternal con que había prometido a su pueblo un destino digno de su rango de hijos.

Yo me decía, quiero contarte entre mis hijos, regalarte una tierra de delicias. La heredad más preciosa ante las naciones. Pensaba: ‘me llamarás padre, y no te separarás de mí. (Jr 3, 19)

Se habla del pecado como de la infidelidad de una mujer a su amante esposo:

 20 Pues bien, como engaña una mujer a su compañero, así me ha engañado la casa de Israel —oráculo de Yahvé—.  21 Voces sobre los calveros se oían: rogativas llorosas de los hijos de Israel, porque torcieron su camino, olvidaron a su Dios Yahvé.

 22 —Volved, hijos apóstatas; yo remediaré vuestras apostasías. —Aquí nos tienes de vuelta a ti, porque tú, Yahvé, eres nuestro Dios. (Jr 3)

También en Isaías 62 dice Dios:

4 No se dirá de ti jamás «Abandonada», ni de tu tierra se dirá jamás «Desolada», sino que a ti se te llamará «Mi Complacencia», y a tu tierra, «Desposada».

Porque Yahvé se complacerá en ti, y tu tierra será desposada.

 5 Porque como se casa joven con doncella, se casará contigo tu edificador, y con gozo de esposo por su novia se gozará por ti tu Dios.

Ese sentido de edificador de la persona, es muy repetido en la Biblia. Y si no es así, nos duele y le pedimos perdón de que no pueda sentir el gozo que siente alguien que se siente amado.

8 Dijo él: «De cierto que ellos son mi pueblo, hijos que no engañarán.»

Y fue él su Salvador  9 en todas sus angustias. No fue un mensajero ni un ángel: él mismo en persona los liberó. Por su amor y su compasión él los rescató: los levantó y los llevó todos los días desde siempre. (Is 63)

En Is 63, 18

Tú, Yahvé, eres nuestro Padre, tu nombre es «El que nos rescata» desde siempre.

Y más adelante, en el cap. 64:

4 Te haces encontradizo de quienes se alegran y practican justicia y recuerdan tus caminos.

7 Pues bien, Yahvé, tú eres nuestro Padre. Nosotros la arcilla, y tú nuestro alfarero, la hechura de tus manos todos nosotros.

Von Balthasar dice que el Señor nos está rehaciendo cada día, y el aroma de las manos de Dios nos está acariciando cada día para seguir moldeándonos para que lleguemos a ser lo que Él ha pensado.

Cuando he tenido la impresión de que ‘apretaba’ el Señor, he acabado preguntándome: ¿es que aprieta más el Señor, o es que mi arcilla se ha endurecido y por eso me tiene que apretar más?

La culpa, ¿es del alfarero o de la arcilla?

Como aquél escultor, que cada vez que acababa su trabajo, recubría la figura con trapos húmedos para que no se secara el barro y poder seguir moldeando al día siguiente. Hemos de ‘humedecer’ nosotros con la oración, la presencia de Dios, los sacramentos, etc. para que no se nos seque el barro. Quizá somos nosotros los que nos hemos endurecido, y no Dios que es duro con nosotros. Y eso me recuerda aquél letrero en una alfarería, más arriba de Tortosa. Está en la entrada y dice así:

Noble oficio del alfarero porque en las artes del barro, Dios es el primer obrero, y el hombre su primer cacharro.

¡Cuántos miles de personas pasarán por allí y leerán ese letrero! Y leen que quien les ha moldeado es Dios.

Así Gaudí, que era tan santamente astuto, pone aquéllos letreros arriba de las torres, de alabanza a Dios. Decía él, que hasta el que no tenga fe, como leerá con curiosidad, dará gloria a Dios.

Dios es misericordioso

Olegario González de Cardedal dice que al hablar de que Dios es misericordioso, no pensamos que es misericordioso después del pecado del que le ha ofendido, para cualquier padre, un hijo es amable antes que miserable. Y para Dios, muchísimo más. Dios es misericordioso, aunque no hubiera pecado. Mira con misericordia a sus hijos.

20 ¿Es un hijo tan caro para mí Efraín, o niño tan mimado, que tras haberme dado tanto que hablar, tenga que recordarlo todavía?

Pues, en efecto, se han conmovido mis entrañas por él; ternura hacia él no ha de faltarme —oráculo de Yahvé—. (Jr 31)

Y recordar que cuando decimos en el Benedictus

¡Por las entrañas de misericordia de nuestro Dios! (Traducido también como ‘por la entrañable misericordia’). Esas son las entrañas que permiten a la mujer ser madre. Porque estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, y eso quiere decir que lo más noble del hombre está en Dios, y también lo más noble de la mujer, claro. Las entrañas de misericordia, son entrañas maternales. Así pues, el hijo rebelde, sigue siendo un hijo querido. Dios no pierde su calidad de Padre para los que se han alejado de Él:

—Volved, hijos apóstatas; yo remediaré vuestras apostasías (Jr 3, 22)

Y la revancha que quiere tomarse contra el pecado, consiste en hacer brotar lágrimas de arrepentimiento, en aquéllos que lo habían abandonado, y conducirlos a buen camino.

Así dice el Señor: ¡Gritad de alegría por Jacob! ¡Ensalzad a la capitana de las
naciones! ¡Que se escuche vuestra alabanza! Decid: “El Señor ha salvado a su
pueblo, al resto de Israel”. Yo los traeré del país del norte, los reuniré de los
extremos de la tierra; entre ellos hay cojos, ciegos, mujeres embarazadas, y a punto
de dar a luz; retorna una gran multitud. Vuelven entre llantos, agradecidos porque
retornan; los conduciré a corrientes de agua por un terreno llano, en el que no
tropezará, porque soy un padre para Israel, y Efraín es mi primogénito. (Jr 31, 7 –9)

Porque retornan. El pueblo puede siempre invocar a Dios con la seguridad de que siempre encontrará en Él a un Padre ansioso de salvarlo. El Padre es redentor, y es Él quien asegura la victoria del amor, por encima del mal del pueblo. El que ha sido ofendido como padre, por las culpas de su pueblo, no deja jamás de ser padre ni disminuye en nada su amor. Su amor paternal, quiere salvar a los que se habían alejado de Él.

El doctor Daumal, decía que antes de que el hijo pródigo se arrepintiera, el padre ya le había perdonado. Él le esperaba todas las tardes. Y el hijo seguía obrando mal, pero el padre ya le había perdonado.

Y otra frase de Ramón Daumal: ‘fíjate que Dios no tiene memoria’. Cuando Dios ha perdonado, ya no piensa más en eso. No es como nosotros que perdonamos pero recordamos. Cuando Dios perdona, eso ya no ha existido.

Podemos decir como aquel padre que decía ‘Hemos luchado juntos 14 años’, refiriéndose a la lucha contra la droga junto a su hijo. Dios lucha contra el pecado, pero nosotros, ¿le ayudamos?

San Ignacio en sus Ejercicios nos dice que quiere conseguir (entre otras) dos cosas muy concretas: consciencia de lo que es el pecado, y que el ejercitante ha de llegar a dar gracias a Dios por todo lo que ha ido descubriendo.

El pecado es alejamiento de Dios.

Si amamos a Dios, y nos lo tomamos en serio, hemos de ver ante todo el pecado como alejamiento de Dios. Hay un texto en el que dice el Señor: no me has vuelto el rostro, sino la espalda. (Jr 32, 33). ¿Es posible que haya en nosotros un egoísmo tal que nos haga separarnos de Dios? Efectivamente, todos tenemos la experiencia de algún niño, que castigado por su padre a su habitación por alguna trastada, ha querido permanecer en ella a pesar de que el corazón le pide volver con los demás, pero el orgullo puede más. Y entre el estar sufriendo lejos de los suyos o humillarse pidiendo perdón, prefiere seguir sufriendo. Eso también nos pasa a nosotros, que no queremos que el bien avance, y no por comodidad, sino por orgullo. Se puede dar ese egoísmo que nos impida arrepentirnos.

Dice von Hartmann[1]:

Una vez se ha cargado con la propia culpa, es imposible dejársela quitar sin negarse a uno mismo. El culpable tiene que soportar la propia culpa, ha de rechazar la redención de fuera en la culpa. Con el hecho de arrepentirse, rechazaría la más grande condición moral suya, su condición humana.’

Este es el convencimiento de un hombre muy inteligente: que si te equivocas, mantente en tu equivocación: lo requiere tu condición humana.

La Redención desemancipa al hombre al sufrir la renuncia a su libertad.

En una concepción fuerte como la de Hartmann, la condenación sería aceptable. Como consecuencia del ejercicio de la libertad, no negarse a uno mismo aceptando el perdón.

Y Nietzsche en ‘La Gaya Ciencia’ dice:

Es mejor permanecer culpable, que pagar con una moneda que no lleve nuestra imagen.

La imagen en la moneda indica soberanía.

Esto lo requiere nuestra soberanía.

Cuando ahora se dice que el pecado y la condenación son pensamientos medievales. Que pintan una humanidad que en sí no es pecadora, hay que recordar esto que dicen filósofos de hace algo más de 100 años. Que no había que arrepentirse. Porque muchos están sacando ahora a flote errores que se han hundido y han fracasado.

Y eso tiene que ver con el sufrimiento del prójimo.

Aquella muchacha del Raval, hablaba de un ‘circulo infernal’ que era

el Sida—el Hospital—la calle—robar—la cárcel—el hospital—etc.…

Y no es una situación única.

El pecado supone una conversión. Y una conversión es siempre para una misión. Se ve en toda la sagrada escritura. Cuando Pedro se arrodilla en su barca y le dice al Señor: ‘apártate de mí Señor, que soy un pecador’, Jesús le dice: ‘no te preocupes, que ahora serás pescador de hombres.’

La conversión para la misión. Se da continuamente.

Hemos de mostrar con nuestra existencia que intentamos responder a un gran amor. Y cada uno de nosotros poder responder con fidelidad a ese amor. En la parte más profunda de nuestra alma, está la séptima morada de santa Teresa, o aquella bodega de la que nos habla san Juan de la Cruz, donde habita el Espíritu Santo en nuestra alma. Y todo eso ha de ser más fuerte que el pecado. Pero hemos de apoyar a tanta gente, que por situaciones de sentirse culpable, se encuentra muy lejos de este sentido del pecado y de lucha contra el pecado.

Tratar a Dios según su condición.

Paul Claudel afirma que todo el cristianismo acaba siendo un cara a cara de nosotros con Dios, o un cara a cara de cada uno de nosotros con quien intentamos salvar del pecado o de la mediocridad. La mediocridad lleva al aburrimiento y a perder la vida, y a veces al pecado. Porque si no se sale por arriba, se sale por abajo. Buscando aún más vicio. Dice también san Juan de la Cruz que es un cara a cara en el que todo es tan sencillo con la relación con Dios, que dice:

Si le llevan por amor y por bien, le harán hacer cuanto quisieren.

Y en otra nota:

Que si le llevan según su condición, que es amor, harán de Él cuanto quisieren. Mas si por interés, no lo van a lograr.

La otra cara de la moneda (del pensamiento de Hartmann y Nietzsche): desde la cruz, descubrimos que la condición de Dios, es amar. Pero amar dándose del todo.

Él hará aquello que nos conviene, siempre. Pero eso dependerá de la medida de amor y de confianza que tengamos en Él. Confianza en el prójimo también. Que a veces no tenemos y podemos juzgar (al prójimo) con un sentido de pesimismo.

En una carta a una monja dice san Juan de la Cruz, que dirige a la superiora:

“pues ella no me lo dice, lo digo yo que vaya al fondo y no ande con bobadas y temores que acobardan al alma”

¿De qué temores se trataba? Añade san Juan de la Cruz:

“Déle a Dios lo que Él le ha dado y le da cada día. Quisiera ella medir a Dios a la medida de su capacidad; pues no ha de ser así.”

Es nuestro peligro. Nuestro estilo, nuestro subconsciente, nuestros recuerdos, lo que fuere nos hace que sin querer apliquemos a Dios nuestras limitaciones, como si Él se pudiera cansar de nosotros o de aquél grupo, de aquélla parroquia. Pues no ha de ser así.

Mirando a Cristo, da la impresión del que el aspecto más radical no es la obediencia de hijo, sino algo más profundo. La plena comunión con la voluntad del Padre. De ahí se deriva la obediencia. De la aceptación de la voluntad del Padre.

Recordamos las palabras de san Juan:

Si decimos: «No tenemos pecado», nos engañamos y la verdad no está en nosotros. (1 Jn 1)

Juan propone dos cosas: la confianza en Dios y el realismo de nuestra situación. O de nuestras posibilidades, o de nuestras tentaciones o de lo que fuere.

Una cosa es decir: no puedo, y otra muy distinta decir: ‘no se puede’. ¡Alerta! Que ahí está la omnipotencia de Dios. El ‘no se puede’, condena a un grupo, o a una persona o ti mismo. No se puede decir, porque está Dios. Quizá hace falta más sacrificio, más cariño, más paciencia, más oración, porque por ahora no puedo y a lo mejor no he podido durante años, pero no digáis ‘no se puede’ porque es cerrar con un candado la puerta mía, o de otros. Dios está ahí, y puede hacerlo posible. ¿La omnipotencia de Dios no puede poner ahí más amor donde no lo hay? Claro que puede.

Un texto de Isaías que es muy esperanzador: Nos habla de aquello que Dios espera de nosotros aunque tiene en cuenta nuestra

7 Las misericordias de Yahvé quiero recordar, las alabanzas de Yahvé, por todo lo que nos ha premiado Yahvé, por la gran bondad para la casa de Israel, que tuvo con nosotros en su misericordia, y por la abundancia de sus bondades.

 8 Dijo él: «De cierto que ellos son mi pueblo, hijos que no engañarán.» Y fue él su Salvador  9 en todas sus angustias. No fue un mensajero ni un ángel: él mismo en persona los liberó. Por su amor y su compasión él los rescató: los levantó y los llevó todos los días desde siempre. (Is 63)

Y sigue el texto:

¿Dónde está tu celo y tu fuerza, la conmoción de tus entrañas? ¿Es que tus entrañas se han cerrado para mí?

 16 Porque tú eres nuestro Padre, que Abrahán no nos conoce, ni Israel nos recuerda.

Tú, Yahvé, eres nuestro Padre, tu nombre es «El que nos rescata» desde siempre.

Nosotros somos la arcilla. Y en la medida que intentamos por la oración, los sacramentos, por la acción apostólica estar cerca de Dios, somos una arcilla con más posibilidades de que continúe trabajando en ella el buen Dios.

Frente a alguna cosas que resultan difíciles, me pregunto ¿eso es difícil? ¿O puede suceder que mi barro se está secando? Si somos arcilla más blanda, somos más moldeables en las manos del Padre. Quizá deberíamos poner más cariño, más atención, para que eso fuera así.

La importancia de La Reconciliación

Pablo en la segunda carta a los Corintios nos dice

14 Porque el amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron. 15 Y murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.

16 Así que, en adelante, ya no conocemos a nadie según la carne. Y si conocimos a Cristo según la carne, ya no le conocemos así. 17 Por tanto, el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. 18 Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación. 19 Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la reconciliación.20 Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios! 21 A quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él. (2 Co 5)

A todos nos ha confiado por la fe el ministerio de la reconciliación. Es lo que nosotros hacemos en nuestra lucha contra el pecado. Pedimos a los demás: ¡reconciliaos con Dios!

A veces será el pecado, a veces será el quedarnos para nosotros lo que Dios nos ha dado para compartir con los demás. Aquél que no había conocido nunca el pecado, se hizo por nosotros pecado para que nosotros llegáramos en Él a la justicia de Dios.

Damos gracias a Dios por tener conciencia del pecado y por tener claro que hemos de luchar contra el pecado. Y pedimos fuerza para continuar siendo fieles. Y no caer en el desánimo, que no es bueno. Y tampoco quitar importancia al pecado. Importancia por lo que supone rechazar a aquél que nos ama infinitamente. Damos gracias por eso.

Cuando nos falta esperanza, a propósito de nosotros y a propósito de los demás. Del cambio de aquella persona, de aquella familia, del barrio, de aquellos amigos del trabajo, de lo que fuere. Cuando nos falla la esperanza, ¿no nos falla el amor también? Cuando baja la esperanza, baja el amor. ¿Se puede amar lo mismo al otro, después de pensar que no va a cambiar nunca? ¿Y el amor no va a perder niveles? En el segundo sínodo de Europa, del año 2000, JP II pidió que se hiciera a pesar de haberse realizado ya uno en el 91, porque decía que en 10 años Europa había cambiado mucho. Y una de las cosas en las que coincidían los padres sinodales es que Europa había perdido la fe, porque antes había perdido la esperanza[2]. Hay que decirlo a la gente. Que quizá han puesto la esperanza en cosas del mundo. Si uno ha perdido la esperanza de cosas que valían la pena, ¿dónde apoya la fe? ¿Para qué quiere la fe? No espera más allá de tener éxito, tener dinero, tener fines de semana agradables, viajes, lo que fuere. Entonces la fe se muere.

Intentemos no perder la esperanza, porque de una manera inevitable, eso arrastrará también nuestra capacidad de amar. Sea a los otros, o sea a Dios.

Hay que dar ejemplo e insistir a tantos, que hay algo más allá, que venimos de Dios y que vamos a Dios.

Como aquél sabio que decía ‘els que pensen que més enllà de la mort no hi res, és una bestiesa’

Y como aquél médico que decía sobre los enfermos terminales:

§  los que creen que la muerte es punto final.

§  otros creen que la muerte es puntos suspensivos. Algo tiene que haber, como decía aquél sabio.

§  los que creen que la muerte es punto y seguido.

 



[1] Karl Robert Eduard von Hartmann (23 de febrero de 1843 – 5 de junio de 1906), fue un filósofo alemán.

 

[2] Ver http://www.almudi.org/Inicio/tabid/36/ctl/Detail/mid/386/aid/52/Default.aspx