4ª Med. La Caridad. “El conocimiento enorgullece, la caridad edifica”.

La vida como hijos del Padre, “nos constituye” de forma que participamos de su conocimiento (fe) y de su amor (caridad).

La filiación por la fe es la verdad; la participación del amor de Dios en nosotros es la caridad.

La vida del Espíritu en nosotros es el amor. Por tanto, la caridad tiene que ver con la Santísima Trinidad. A ver si nos vamos enterando de que nuestra realidad es la Santísima Trinidad. Es la única Realidad. La fuente de la que todo deriva. Y tenemos que ir a la fuente, o si no nos quedaremos secos. O beberemos lo que no es sano.

Cuando Pablo habla por vez primera de la caridad le define como  “trabajo pesado”;  “penalidad”. Es un trabajo pesado. Es un trabajo laborioso.

En efecto, San Pablo en la primera de las cartas que escribió, la primera a los Tesalonicenses, en el versículo tercero (es decir, casi lo primero que escribe San Pablo), dice:

Tenemos presente ante nuestro Dios y Padre la obra de vuestra fe, los trabajos de vuestra caridad, y la paciencia en el sufrir que os da vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor.

Para Pablo la fe, no es solo un conocimiento, sino que es una actividad. Es una obra. No se reduce al conocimiento. Ni a un mero deseo. Y cuando habla de la esperanza dice que es paciencia, constancia, persistencia. Esta fortaleza de ánimo, sobre todo ante las adversidades. El esperar mucho tiempo que no hace mella en uno. No le debilita.

Y sobre la caridad, habla del esfuerzo, el trabajo, la penalidad. Y es que San Pablo, cuando habla de la caridad siempre lo hace dentro de la comunidad de los creyentes. Pues bien: nosotros estamos dentro de la Iglesia, y sin ella estamos como el que ha de nacer fuera del ámbito del claustro materno. No sobreviviríamos. Y, como dice Pablo, vivir esta caridad dentro de esta comunidad de creyentes supone un “duro esfuerzo”.

* Los principios sobre la caridad que San Pablo desarrolla, siempre, o casi siempre son al hilo de situaciones concretas que se crean. Y esta de la que vamos a hablar, nos puede caer muy de lejos: sobre las carnes inmoladas a los ídolos.

Pero a partir de este hecho, que entonces era muy problemático, y que creaba muchos problemas, San Pablo despliega unos principios majestuosos sobre la caridad.

Respecto a lo inmolado a los ídolos, es cosa sabida, pues todos tenemos ciencia. Pero la ciencia hincha, el amor en cambio edifica. Si alguien cree conocer algo, aún no lo conoce como se debe. Mas si uno ama a Dios, ése es conocido por él. Ahora bien, respecto del comer lo sacrificado a los ídolos, sabemos que el ídolo no es nada en el mundo y no hay más que un único Dios. Pues aun cuando se les dé el nombre de dioses, bien en el cielo bien en la tierra, de forma que hay multitud de dioses y de señores, para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y nosotros por él.

El punto de vista de la caridad.

Mas no todos tienen este conocimiento. Pues algunos, acostumbrados hasta ahora al ídolo, comen la carne como realmente sacrificada a los ídolos, y su conciencia, que es débil, se mancha.No es ciertamente la comida lo que nos acerca a Dios; ni va a faltarnos por no comer, ni va a sobrarnos por comer.Pero tened cuidado que esa vuestra libertad no sirva de tropiezo a los débiles.10 En efecto, si alguien te ve a ti, que tienes conocimiento, sentado a la mesa en un templo de ídolos, ¿no se creerá autorizado por su conciencia, que es débil, a comer de lo sacrificado a los ídolos? 11 Y por tu conocimiento se pierde el débil: ¡un hermano por quien murió Cristo! 12 Y pecando así contra vuestros hermanos, hiriendo su conciencia, que es débil, pecáis contra Cristo. 13 Por tanto, si un alimento causa escándalo a mi hermano, nunca comeré carne para no dar escándalo a mi hermano. (1Co 8)

Algunos miembros de la comunidad de Corinto, son conscientes de que no existen los ídolos, y que por tanto la carne que se inmola a los ídolos en los templos paganos, es igual a todas las carnes, y por tanto, es lícito comerla. Y esto no dejaba de tener importancia, porque la carne que se inmolaba en los templos, se vendía a un precio inferior. Y la comunidad de Corinto, en su mayoría eran cristianos pobres, de una clase social baja. Por tanto, este tema era importante. No era lo mismo comprar una carne que otra.

Pero había otros miembros de la comunidad, que no tenían las cosas tan claras. Y al ver que hermanos suyos en la fe comían carne sacrificada a los ídolos, se escandalizaban. Este era el problema.

¿Cuál es el comportamiento correcto ante este problema?

Pablo es claro y es tajante. No hay diferencia entre un alimento y otro alimento. Pero este conocimiento correcto, de que no hay diferencia, aunque sea un conocimiento correcto, no basta para guiar la conciencia cristiana. No basta. Fijémonos en lo que dice San Pablo.

Sabemos que el ídolo no es nada y sabemos que para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, y un solo Señor Jesucristo. Por tanto los ídolos no son nada. Esto es el conocimiento, la sabiduría. Pero no basta para guiar la conciencia cristiana. Y dice: si un alimento causa escándalo a mi hermano, nunca comeré carne para no dar escándalo a mi hermano. Por tanto, Pablo aquí nos está diciendo: el conocimiento, la ciencia, el saber correctamente las cosas, es algo incompleto si no se combina con la caridad. Por eso en un juego de palabras, dice en el versículo 2:

Si alguien cree conocer algo, aún no lo conoce como se debe. Mas si uno ama a Dios, ése es conocido por él.

Es decir, si alguien cree conocer sin caridad algo, aún no conoce de manera perfecta. Porque la caridad no es un plus que se añade al conocimiento, al saber. Sino que la caridad es una condición inexcusable para saber cómo conviene saber, para saber y conocer como es debido. Porque el cristiano es libre, pero ha de respetar a los hermanos que tienen una conciencia más débil:

Pero tened cuidado que esa vuestra libertad no sirva de tropiezo a los débiles.

Y lo mismo en Rm 14, 13, hablando del mismo tema de las carnes sacrificadas a los ídolos:

juzgad más bien que no se debe poner tropiezo o escándalo al hermano (Rm 14,13)

Por tanto, la caridad es una condición sin excusa, para saber, para conocer, como es debido. Por tanto, nosotros, que somos tan listos, que nos fijamos tanto, tan racionalistas, tan conceptualistas, la ciencia, la sabiduría, el conocimiento…. ¡No es el único punto de referencia de la conciencia cristiana! La conciencia cristiana tiene que medirse con la caridad. Porque la caridad es la que edifica. La ciencia envanece.

Es como comienza en el versículo primero.

La ciencia hincha, el amor edifica.

La ciencia nos hace orgullosos. Nos envanece. La caridad edifica.

Y aquí la palabra edificar, es una palabra que tiene mucho que ver con la Iglesia.

Este verbo eclesial de “edificar la comunidad”. Por tanto, San Pablo nos está diciendo: con sabiduría, con ciencia, con conocimiento, podemos romper, dividir, fracturar, la comunidad. En cambio, con la caridad, siempre la edificaremos.

Por tanto, el conflicto no se produce entre la verdad y la caridad porque la verdad es que los ídolos no son nada, y por tanto la sangre sacrificada a los ídolos es igual a la que no está sacrificada. Esta es la verdad. Pero aquí no se trata de un conflicto entre verdad y caridad. No se trata de que yo me tenga que embaular la verdad en favor de la caridad. No señor. Yo me tengo que embaular mi propia libertad, para la edificación de los demás. No es la ciencia, el conocimiento, de que no es nada malo comer la carne sacrificada a los ídolos. Ya sabemos que esto es así; ya sabemos que esto es verdad. Y por tanto forma parte de nuestra libertad el derecho a comer esta carne. Pero por la caridad, uno renuncia su derecho. Renuncia a algo que le ofrece su propia libertad. Para evitar la pérdida del hermano más débil. El versículo 11:

11 Y por tu conocimiento se pierde el débil:

Y da la razón:

 ¡un hermano por quien murió Cristo!

Por eso dice:

 12 Y pecando así contra vuestros hermanos, hiriendo su conciencia, que es débil, pecáis contra Cristo.

Por él murió Cristo. La razón es ‘yo renuncio al derecho que me da mi libertad a favor del hermano, porque por él murió Cristo’.

Esto es un principio importante en nuestra vida cristiana: libertad-caridad. La verdad ya sabemos cuál es. Nos lo dice la ciencia, el conocimiento. Una conciencia que no es escrupulosa, como la de mi hermano, que no es débil, que está bien formada. Y que me dice desde esta verdad que yo tengo derecho a comer de esta carne, pero yo renuncio a mi derecho. A mi propia libertad para la edificación de mi hermano.

¿Y porqué? Porque por él murió Cristo. Y estamos otra vez en lo mismo: siempre volviendo a Cristo, muerto y resucitado. Porque Cristo se ha entregado por el hermano. Y por eso yo renuncio. Y si esto lo tuviéramos claro, nos evitaríamos muchos disgustos en el seno de la Iglesia. Tanto en la pastoral como en la teología, etc.…

23 «Todo es lícito», mas no todo es conveniente. «Todo es lícito», mas no todo edifica. 24 Que nadie procure su propio interés, sino el de los demás. 25 Comed todo lo que se vende en el mercado sin plantearos cuestiones de conciencia; 26 pues del Señor es la tierra y todo cuanto contiene. (1Co 10)

En este capítulo San Pablo establece una distinción entre lo que me está permitido, y lo que es conveniente. Entre lo que me está permitido y lo que edifica. (vers. 23)

Y aquí San Pablo da la verdadera regla cristiana, que da la vuelta a la regla mundana: que nadie procure su propio interés, sino el de los demás. Ahí está la regla cristiana. No buscar el propio interés, aunque me sea lícito, aunque me agrade. Pero la regla no es esta. Sino que es buscar el interés del otro. Y está hablando de eso mismo.

Él expone tres casos posibles:

  1. La persona que compra en el mercado sin averiguar más.
  2. La persona que invita a otro a comer, y no se le pregunta de dónde procede la carne.
  3. Cuando alguien invita a comer, y plantea la cuestión.

27 Si un infiel os invita y vosotros aceptáis, comed todo lo que os presente sin plantearos cuestiones de conciencia. 28 Mas si alguien os dice: «Esto ha sido ofrecido en sacrificio», no lo comáis, a causa del que lo advirtió y por motivos de conciencia. 29 No me refiero a tu conciencia, sino a la del otro; pues ¿cómo va a ser juzgada la libertad de mi conciencia por una conciencia ajena? 30 Si yo tomo algo dando gracias, ¿por qué voy a ser reprendido por aquello mismo que tomo dando gracias? (1Co 10)

El respeto a la conciencia del otro. El interés del otro. Ahí está en juego la conciencia del otro. Y el criterio cristiano es esta tensión. Por eso es trabajoso. Porque es una tensión. Es algo complejo: por un lado está mi conciencia, que es madura, mi derecho, mi libertad, mi propio provecho. Y por otro lado está la conciencia del débil. No formada, inmadura, y yo opto por ella. El interés del otro, la edificación de la comunidad. Por eso esta tensión puede ser pesada. Por eso dice San Pablo que la caridad es esforzada. Es laboriosa. Porque si uno tiene las ideas claras y plantea bien las cosas, se da cuenta de que existe esta tensión, entre mi conciencia y la del otro. Incluso entre mi conciencia bien formada y madura, incluso mi derecho y mi libertad legítimos, lícitos, permitidos. Yo cedo todo esto a favor de la conciencia de mi hermano débil, no formada. Esta es la tensión, y por eso es pesada, a veces, la caridad. Porque mata el orgullo.

Y ¿Cómo se disuelve esta tensión? ¿Cómo se deshace este nudo que molesta, que es pesado, que es una penalidad?: si se tiene presente a Cristo. Si se tiene presente su entrega. Tener en cuenta al hermano. Tener en cuenta el interés del hermano, respetar la conciencia del hermano, significa tener en cuenta la Cruz de Cristo. Olvidarse del hermano, no tenerle en cuenta, es pecar contra Cristo. Y ahí está. Sólo desde esta visión de fe desde Cristo por el que ha muerto mi hermano, desde la entrega de Cristo a mi hermano, podré disolver esta tensión y no ir a la mía, aunque la mía pueda estar conforme a la verdad. Anotemos que esto no es óbice para poner los medios con el fin de que la conciencia escrupulosa derive hacia una conciencia recta y bien formada.

11 Y por tu conocimiento se pierde el débil: ¡un hermano por quien murió Cristo! 12 Y pecando así contra vuestros hermanos, hiriendo su conciencia, que es débil, pecáis contra Cristo. 13 Por tanto, si un alimento causa escándalo a mi hermano, nunca comeré carne para no dar escándalo a mi hermano. (1Co 8)

Esto es lo que disuelve la tensión.

Esto a veces pasa en estas situaciones de matrimonios irregulares, de gente que se casó, y que se han juntado con otro y pretenden comulgar con el pretexto de que la culpa es del otro. ¡Ojo con la conciencia de tu hermano! Si vemos las cosas como un derecho mío, entonces estamos perdidos. Tengo que ver las cosas no como el derecho mío, sino como el interés del otro. Como la caridad que edifica la comunidad. ¿Es que Cristo no renunció a sus derechos? ¿Es que Cristo no era el preexistente con el Padre, antes de todos los siglos, y renunció a sus privilegios divinos, a su condición divina, a los privilegios derivados de su condición divina y se hizo hombre?

Si leemos el himno en el comienzo a la carta a los Filipenses (cap. 2), vemos cómo Cristo tenía todos los derechos, adquiridos de manera permanente y eterna, y él no tiene en cuenta su condición divina, sino que se abaja, y toma la condición no ya de hombre, sino de esclavo. Que era un infrahombre entonces. ¿Y es que Cristo no pierde voluntariamente su vida por nosotros, para nuestra salvación? Porque da su vida: no se la quitan, la da.

Pues desde aquí es como tenemos que ver las cosas.

Y luego ya las afirmaciones conclusivas. En el cap. 10:

31 Por tanto, ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios. 32 No deis motivo de escándalo ni a judíos ni a griegos ni a la iglesia de Dios; 33 lo mismo que yo, que me esfuerzo por agradar a todos en todo, sin procurar mi propio interés, sino el de todos, para que se salven. (1Co 10)

Sed mis imitadores, como lo soy de Cristo. (1Co 11)

En primer lugar: San Pablo este principio de la caridad lo extiende a todo el comportamiento cristiano, no solo a casos específicos: ‘ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier otra cosa’. Por tanto el principio de la caridad no es para este caso concreto al que ha aludido sobre la carne sacrificada a los ídolos sino para todos mis comportamientos en la vida diaria.

Fijémonos que este principio de la caridad -que es en todo el comportamiento humano, en todo lo que yo llevo entre manos cada día- se profundiza: para la gloria de Dios: por un lado, para agradar a todos, no buscando mi interés sino el interés de la mayoría; y, por otro, para la gloria de Dios: aquí hace como una simbiosis entre la gloria de Dios y el interés de los demás. De alguna manera, buscando el interés de los demás estoy dando gloria a Dios. No es poca cosa. Parece que una se solapa en la otra. Como que coinciden.

En segundo lugar: dice que el principio de la caridad no se limita al ámbito de los hermanos en la fe. Sino a judíos y a griegos. Se extiende a los de fuera. No escandalicéis ni a judíos, ni a paganos, ni a la Iglesia de Dios. En todo el comportamiento, buscando este interés de los demás, estoy dando gloria a Dios.

Y finalmente, Pablo también dice cuál es su propio comportamiento. Lo mismo que yo que me esfuerzo por agradar a todos. Para que se salven. Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo. Está diciendo ‘imitadme a mí porque mi comportamiento es fiel reproducción del de Cristo’.

Para San Pablo lo que importa es que se acoja el evangelio. Para que se salven.

Lo único que le importa —como al atleta— es ganar a todos para la salvación. O sea que ya aquí da otro salto: no solamente vivo la caridad para no escandalizar al hermano. Este principio de edificación que es la caridad, este principio de buscar el interés del otro y no el mío, aunque tenga derecho a él, que es la caridad, no es ya sólo para no escandalizar, sino para hacer que el Evangelio resulte creíble, y así se salven.

Se trata de hacer que el Evangelio sea creíble, no sólo evitar el escándalo. Y ahí está la conciencia apostólica: estar dispuesto a cualquier renuncia con tal de presentar un argumento a favor del Evangelio que les pueda convertir al hacerles creíble el Evangelio. Y así convertidos, se salven. Cualquier renuncia a cualquier derecho al que mi libertad me da derecho. Esta es la caridad. Y lo demás son pamplinas.

Y esto es pesado. Hoy que estamos en un mundo en el que todos tenemos en mucho valor y en mucha estima la libertad y mis derechos. En todas partes se habla de derechos. Sólo se habla de derechos. ¿Y los deberes?

La caridad es la que edifica. El esfuerzo de la caridad. Edifica el buscar el interés del otro. Y siempre teniendo presente a Cristo por el que se entregó a aquél hermano, o a aquella comunidad, en cuya edificación yo tengo que colaborar.

La ciencia, el conocimiento, la sabiduría, que nos acercan a la libertad, que nos abren a la verdad, no son la regla definitiva de nuestra conciencia cristiana. Si no va acompañada de la caridad, sería deficiente. Sería incompleta, no sería válida.