Y eso es el manantial de la alegría: cuando Salomón pidió la
sabiduría, Dios le dio un corazón que
escucha.
Es necesario para aprender a orar:
Primero creer que Él te habla.
Segundo, tener la experiencia de que te ha
hablado.
Dios siempre nos está hablando. "Inclina tu oído y escúchame".
San Benito: "Inclina
el oído de tu corazón".
El cristiano, es un testigo de Dios porque ha oído a Dios,
ha escuchado a Dios.
Dios habla por su palabra y por los acontecimientos.
De muchas formas y maneras Dios habló desde
antiguo...(Heb 1, 1)
Aunque lo que habla no es inteligible al oído de la carne,
sino al oído de la fe. La fe no consiste en decir: "yo comprendo",
sino "yo comprenderé", pues no siempre comprendo lo que Dios dice y
determina.
La fe tiene suficiente luz como para atravesar toda
oscuridad. Los misterios de Dios son caminos por los que avanzamos. Cuando
veamos que en nuestra vida ocurren cosas duras: sepamos que ya comprenderemos.
La oración, como toda la vida cristiana, es una
participación en la muerte y resurrección de Cristo. No tendremos vida de
oración hasta que no hayamos muerto a nuestros deseos, impulsos, ideas. Hay que
morir a esa idea de que la oración debe llevar consigo consolación, y resucitar
a los designios, a la voluntad de Dios.